Un estudio clandestino de los bioterroristas desatará el Apocalipsis Z

SINOPSIS

Un grupo de militares altamente cualificados ha sido llamado para aclarar y solucionar un sospechoso caso de bioterrorismo en Afganistán. Sus pasos llegarán hasta una ciudad del país, Qandahar, en la cual se vieron los terroristas por última vez. Sería sencillo. Entrar, sacar a los terroristas y destapar toda la trama; pero a sus espaldas el ser humano está siendo sacudido por el peor captor jamás pensado: el propio ser humano, sediento de carne humana con vida.

(XIII) PARTE I: Contacto

CENTRO DE CONTROL-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 03.10 horas

El teniente, tras haber visto las imágenes sentía que le faltaba el aire. No sabía qué hacer. Nadie le había avisado de que estuviera reinando el caos en Qandahar. Le deberían de haber avisado ya que en esos casos, tanto las autoridades como el ejército debían de estar avisados antes que los medios. Nadie sabía nada. “Bueno, ahora sí; nosotros”, pensó.

Le habían llevado directamente al Centro de Control. Requerían su presencia de inmediato. Decían que habían visto una persona en el exterior que se había agolpado frente a la puerta de la entrada al centro. La sala era bastante pequeña. Según se adentraba, daba con unos monitores cargados de mandos con millones de botones. Subía unas escaleras pequeñas, y estaba en otra plataforma con los mismos mandos que abajo; a diferencia de que tenía más botones y pantallas de mayor tamaño. Ahí estaba él, desconcertado entre tanta pantalla luminosa.

-Mire ahí, señor-le indicó un soldado que estaba sentado frente a los monitores.

Hopkins miró a la pantalla. Era de las grandes, y la imagen era de color verde, ya que como era de noche, sólo podían ver en detalle con visión nocturna. Efectivamente, como le habían comunicado, vio a un sujeto de unos treinta años, musulmán, que golpeaba la puerta metálica con todas sus fuerzas. No se oía sonido; pero estaba seguro de que gritaba con toda su alma. Parecía que huía, que estaba sufriendo. ¿De qué huía? A lo lejos, vio que se acercaban otras tres personas corriendo fuera de sí. En poco tiempo los tendrían en la puerta. Tal vez el hombre huía de ellos, pero…, no estaban armados, no tenían aspecto de militares. Debía actuar.

-Abran la puerta, salvaremos a ese hombre-decidió Hopkins. Se frotó los ojos. Estaba cansado.

“Clic”

El soldado pulsó el botón que abría las puertas de entrada. Las puertas del infierno se estaban abriendo.

Continúa...

(XII) PARTE I: Contacto

CAMPO DE TIRO-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 03.00 horas

Habían estado en la armería y habían cargado hasta los dientes. Estaban preparados para una guerra en toda regla, y aunque era exagerado para lo que iban a hacer, los terroristas siempre guardan un as en la manga. Steve había borrado por una vez los ordenadores de su cabeza y había contemplado la verdadera belleza de tener un arma diferente a una pistola en la mano. Pesaba, casi no podía con el peso, y se imaginaba el fuerte retroceso de los fusiles. Imaginaba que volaría metros atrás cuando apretara el gatillo de una escopeta Spas-12, una escopeta semi-automática que arrasa allá donde disparas. Con su capacidad interior de hasta 8 cartuchos es devastadora a distancias de varios metros destrozando a cualquiera que se ponga delante de esta maravilla. Al ser una escopeta muy grande es ideal que este modelo disponga de culata firme y solida pero retráctil. Cargaron con su M4 que tenía adaptada una escopeta bajo el cañón del fusil, su casco, su chaleco, un cuchillo de combate y una ristra de granadas de mano, colgadas en el cinturón. Estaban preparados.

En la arena estaba el teniente Hopkins acompañado de la doctora O´donell, que iba vestida con la misma vestimenta que los soldados. Chuck, a medida que se acercaban soltó alguna carcajada seguida de algún comentario machista fuera de lugar. Algunos se rieron.

-Ya no soy la única mujer en este embrollo-dijo Shu, entusiasmada.

-Así es-dijo Hopkins. Las ojeras parecían verdaderos hoyos llenos de penumbras-. La doctora les acompañará en su trabajo. Deberán protegerla con su vida, debe recoger muestras, datos, todo lo que nos pueda servir en lo referente al arma bioterrorista. Es su bebé, cuídenla como lo harían con el suyo.

Lucas perdió la mirada en el suelo. Recordaba ahora más que nunca a su pequeña Angy, la echaba de menos, a ella y a su mujer, Ana. Ya miraría con más tranquilidad su teléfono móvil, pero se temía que aún no habían recuperado la cobertura, ya que hacía siglos que no escuchaba la sintonía de un móvil.

-No me queda nada más que contarles. El vehículo está preparado, ustedes también. Les estaremos vigilando, pase lo que pase, tengan cuidado y avisen de irregularidades-sentenció el teniente.

-Todo son irregularidades-susurró Orlando.

-¿Alguna cuestión, soldado?-preguntó Hopkins, que oyó el susurro del mexicano.
Orlando negó con la mano. El mexicano y todos se dirigieron hasta el vehículo. Chuck conduciría, Lucas iría de copiloto. Los demás irían detrás, en la cabina.

-¡Allá vamos, cabrones!-gritó Chuck, justo después de oír el rugido de la camioneta. Pisó el acelerador, y tras un estruendo y un olor a gasolina, empezaron a alejarse.
Salieron por unas puertas metálicas que estaban en el muro de cinco metros que separaba el interior del exterior. Sólo podían abrirse desde dentro y gracias a un panel que estaba cerca de la puerta de la derecha.

Lucas, a pesar del tambaleo que conllevaba circular por arena del desierto, pudo ver la figura del teniente de espaldas, que se iba a adentrar en el centro. Justo cuando estaba cerca de la puerta, éstas se abrieron. Unos soldados, que llevaban un pequeño portátil se abalanzaron sobre él. Casi le pusieron las pantallas en la cara. La visión se estaba reduciendo; tras de ellos se cerraban las puertas del campo. Era una despedida. Otra triste despedida.


El teniente había estado en muchas misiones contra terroristas; pero sin duda alguna aquella situación lo estaba sacando de sus casillas. Nunca, a lo largo de su vida se había notado con las manos tan fuertemente atadas. No tenían nada, y les estaban atacando indirectamente. Además, cuando ya sólo tenía en la cabeza el poder irse a la cama a descansar aparecieron ante sí dos soldados con cara de inquietud. Uno de ellos llevaba un pequeño portátil blanco encendido.

-¡Señor!-dijeron ambos, y saludaron a la vez.

-¿Qué ocurre?

-Hemos recibido las últimas fotografías del satélite de Qandahar de hace tres horas. Juzgue usted mismo-le dijo el soldado que tenía el ordenador, y le orientó la pantalla luminosa en su cara.

No podía dar crédito. Humo, explosiones, coches estrellados contra postes y casas, gente tirada en medio de la carretera y donde no es la carretera…,¿muertos?. No, también había gente viva, gente que corría. Muchos empezaron a salir de la ciudad. Otros se perseguían. En otro momento habría buscado un nombre mejor para la fotografía; pero se le vino a la cabeza la palabra: CAOS. Miró hacia atrás, absorto, y las puertas ya habían cerrado.

“¿Es demasiado tarde?”, pensó. “Debería detenerlos”, se dijo. De repente recordó las palabras de la asiática: “¿A qué precio?”. Se debatió rápidamente en que debía hacer. Estaba cansado. Quería soluciones. Soluciones. “¿A qué precio?”, le sacudió de nuevo la voz del soldado… “Al que haga falta”, se dijo.

El teniente se volvió y se adentró en el centro, seguido de los otros dos soldados.

Continúa...

(XI) PARTE I: Contacto

SALA DE REUNIONES-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 02.15 horas

Hopkins servía una taza de café a Lucas, que estaba de nuevo sentado en la Sala de Reuniones. Después, él se sirvió otra. Se sentaron uno frente a otro y dialogaron:

-Y bien, ¿cuénteme?-preguntó el teniente mientras sorbía un poco de café.

-Es sobre la misión. Cuando estábamos sitiados en las afueras de Qandahar mi compañero se comportó de una manera fuera de lo normal. Mientras esperábamos, llegó un momento en el que desapareció de nuestro lado, y armado con su M4 se adentró en la oscuridad del desierto. Justo cuando me di la vuelta, pude ver algo en la lejanía, una silueta que se movía por la oscuridad. Según me iba acercando la luz de la luna me dejó ver en detalle. Era una persona, y corría fuera de control. Se alejó. Luego…, ya lo sabe-calló, pensativo. Las imágenes se le venían de nuevo a la mente.

-Es un dato muy aclarador. ¿De dónde venía el sujeto?

-No lo sé. Parecía venir desde mi izquierda, y creo que en esa posición está la montaña de Qandahar.

El teniente entrecerró los ojos, ensimismado. Sorbió otro poco de café y se dispuso a hablar:

-Bien. Lo que intenta decirme es que tal vez lo que estamos buscando está en las montañas.

-Correcto. Además, los disparos que cayeron sobre nosotros venían desde allí, estoy seguro de ello-completó Lucas, agitado. Bebió café y esperó a que el teniente le dijera algo.

El silencio entró en la sala. Hopkins se notaba muy cansado, le dolía el cuello debido a la tensión que tenía acumulada. Estaba siendo un día muy largo para él, y en esos momentos parecía que iba alargarse indefinidamente.

-No podemos dar pasos en falso. Tiene que estar realmente seguro de lo que está diciendo. Esto puede conllevar a un enfrentamiento en toda regla entre los talibanes y el ejército.

-Estoy muy seguro. Lo he pensado, he recapacitado mucho tiempo, y estoy seguro de lo que vi. El soldado Orlando estaba presente, aunque no sé si vio algo. De todas formas le podríamos llamar.

-No. Prefiero mantener esto en secreto-dijo el teniente cruzando los dedos de las manos.

-¿En secreto?-preguntó Lucas, exaltado. De repente recordó la conversación del laboratorio. Se dispuso a atacar-. Creo que todos estamos en la misma balsa, navegando en contra de las tempestades, señor, y los secretos no son nada buenos. Llevan muchos problemas, y sé que usted y los científicos, y no sé quien más están escondiendo algo gordo.

-¿Cómo se atreve?-le preguntó el teniente, enfurecido.

-Escuché su conversación con el doctor en el laboratorio. Fue casualidad, no piense que le estaba espiando ni mucho menos-se sintió mal, pues algo de mentira tenía eso-. Máteme, écheme; pero mi boca no se cerrará si no cuenta toda la verdad.
Lucas estaba sorprendido de sí mismo. Notaba como su estómago estaba dando vueltas como por una montaña rusa. Estaba mareándose. El ego se transformó en escalofríos. Sabía que lo que estaba haciendo no estaba nada bien, y llevaba nefastas consecuencias.

-Está bien…-el estómago de Lucas aterrizó; su cabeza se estabilizó. El teniente había accedido a contarle lo que no sabían.

-Espere, señor. Tengo una oferta que hacerle antes de nada: me comprometo a ir yo mismo, junto con otros soldados a solucionar este maldito tema.

-Muy bien, si es su deseo, le mandaré mis mejores hombres.

-No, yo sé quiénes son los mejores hombres para esto, yo los traeré. Por ello, le pido que me disculpe unos minutos, que voy a avisarles para que vengan, ya que tanto yo como ellos tenemos el derecho de saber lo que nos va a contar.

El teniente asintió. Lucas se levantó, y con un saludo abandonó la sala. No sabía si estaba haciendo lo correcto, si debía actuar o no; tal vez debería quedarse en la cama a descansar, pues estaba muy cansado. A pesar de ello, seguía adelante por el pasillo, rumbo de un futuro incierto.


Pasaron unos quince minutos hasta que Lucas y los demás se reunieron en el pasillo. Lucas les informó muy rápidamente que estaban intentando esclarecer lo que había ocurrido a Michael y los cabos sueltos de la misión inicial. Lucas los conocía muy bien a todos, y aunque tenía un mejor entendimiento con unos que con otros, sabía que podía contar con ellos. Estaban aún prácticamente dormidos, y por eso, Carlos, frotándose las legañas, dijo:

-Bueno, bueno. Para el carro, Lucas. Yo necesito un café para subir el ánimo.
-Tranquilo, lo tenemos todo-le dijo, riendo. Después se puso a andar en rumbo a la Sala de Reuniones.

Todos le siguieron


De nuevo en la Sala de Reuniones, todos ocuparon sus asientos. Aparte de las nuevas caras en la sala, estaban tres personas de bata blanca. Una de ellos era Petroff, otra era Rick Salazar, que habló en la primera reunión que tuvieron, y otra era una mujer rubia, con gafas y semblante serio. Rick Salazar era un Fisiólogo que había recibido varias condecoraciones por su arduo trabajo en el ámbito de la Medicina. Era de unos treinta y cinco años, con el pelo largo, hasta los hombros, negro, y una perilla negra que le rodeaba la boca. La mujer era Samantha O´donell, una inmunóloga, que estudió Biología en la prestigiosa Universidad de Cambridge. Era mucho más joven que los otros dos científicos, aunque la bata blanca sumaba más años de los que se tenían, además de dar sensación de superioridad. Fue una erudita en sus años de estudio y en la actualidad lo seguía demostrando, pues había sido seleccionada junto con otros científicos de mayor renombre. Era especialista en la respuesta inmune del organismo humano ante los virus, parásitos intracelulares obligados. Sus gafas de pasta gorda, roja, ocultaban unos ojos verdes, muy luminosos. Era de tez blanca, muy pálida.

Además, al lado izquierdo del teniente estaba un joven soldado pelirrojo, que tenía ante sí un ordenador portátil. Era bastante delgado, lo cual daba a entender que aunque fuera soldado apenas estaría formado en el arte de la guerra. Parecía ser un ingeniero de los tantos que el ejército contrata para fabricar sus armas o toda su tecnología de inteligencia artificial.

-Hola a todos-empezó Hopkins-. Los científicos nos van a acompañar en la reunión, al igual que el soldado Steve Donald, ingeniero informático.

Lucas por un momento creyó que el teniente Hopkins había traído a esos sujetos para defenderse de los que él había traído; pero al instante se le fue ese pensamiento cruel, y dejó de pensar en engaños. Asintió y esperó que Hopkins hablara.

-Tenemos nuevos adelantos acerca de la misión por la cual ayer fueron llamados a compadecer ante esta sala. Antes de nada, quiero que sepan que están aquí para formar parte de una misión de alto secreto, con lo cual, quien no esté dispuesto a embarcarse en la misma que abandone la sala inmediatamente-se hizo el silencio. Lucas miró a los lados a sus amigos, después se sintió orgulloso-. Nada de lo que esta noche se hable en esta sala no podrá sobrepasar las cuatro paredes, ¿queda claro?-algunos asintieron-. En la reunión de ayer quedaron algunas cosas por contar; pero vimos recomendable que no se les debía de comunicar, aunque ahora es el momento. El doctor Bujhadi estaba trabajando para unos laboratorios clandestinos, denominados Crystal Labs. No hemos podido saber ni sobre qué ni dónde. Hemos estado estudiando el caso detenidamente y hay muchos interrogantes, los cuales espero que esta noche queden descubiertos. Empecemos: Bujhadi estaba trabajando en unos laboratorios de este país, casi seguro al 99%. Por lo visto, Bujhadi huyó sin avisar, y todo aquel que huye de un proyecto terrorista debe ser aniquilado. Incluso su familia, mujer e hijos han sido asesinados. Se desconoce quién pero tenemos ciertas sospechas de que pueden ser Al-Qaeda, debido a que se ha relacionado a Osama Bin Laden con la posibilidad de un ataque bioterrorista que se estaría gestando en estas tierras; y el señor Bujhadi estaba metido en el ajo. Un dato importante es la posible vinculación de Qandahar con los terroristas, ya sea por la cercanía o por la entrada de militares en el pueblo que se han visto. Según comentan fuentes del Pentágono, los militares que entraron en el poblado nunca salieron del mismo.

-¿Cómo que nunca salieron del mismo?-preguntó Carlos.

-Sí, tras días observando con satélites, nunca se vio salir de Qandahar a los soldados que entraron.

-Tal vez salieran camuflados como civiles-saltó Chuck.

-Podría pensarse eso, pero más bien es un pensamiento prehistórico, soldado-dijo Hopkins, que notó cómo Chuck cerraba los puños enfadado-. El ejército cuenta con la última tecnología, y gracias a nuestros satélites podemos ver hasta los pelos de su nariz. Por lo tanto queda descartada la posibilidad de que salieran camuflados. Miren la pantalla del ordenador… Steve, por favor-le indicó el teniente que girara el ordenador hacia los soldados. Se veía una fotografía de Afganistán hecha desde satélite. El joven soldado pulsó una tecla tres veces y se puso ante ellos la imagen de Qandahar. Es la segunda ciudad de Afganistán y principal centro de comercio, especialmente para productos agrícolas. Posee un aeropuerto internacional y una extensa red vial. También está comunicada por vía terrestre con Quetta en Pakistán. Siguieron acercando más y pudieron ver la figura de un camión enfrente de una mezquita. Cerca del mismo unos puntos negros. Siguieron acercando más y el camión creció de tamaño exponencialmente, y los puntos negros de antes se habían transformado en personas. En militares-. Es ahí donde se pierde el rastro de los militares. Como verán a continuación-y Steve pasó a una imagen más cercana de los soldados-, los militares están introduciendo mercancías en la mezquita. No se ve ningún logo ni nada, seguramente, fueron previsores y tuvieron en cuenta que siempre se les vigila-se vio cara de indignación en el teniente.

-¿Y de dónde venían con la mercancía?-preguntó Lucas.

-Desde Kabul. Un vuelo de origen aún desconocido trajo las mercancías. Las cargaron allí y marcharon hasta Qandahar-ratificó Hopkins-. Tenemos varios hombres investigando, pronto tendremos noticias.

-Es decir-empezó Lucas-, la entrada al laboratorio si existiera estaría en la mezquita-vio como Hopkins y los demás asentían-. Pero entonces, ¿qué relación tiene eso con el ataque que sufrimos hace unas horas?

-Según los datos, podemos suponer que los disparos procedían no de la ciudad, sino de las proximidades. No aseguramos la localización; pero aseguramos que tienen que estar enlazados los sucesos.

-Por lo tanto, resumiendo, tenemos unos terroristas no se sabe dónde, que están haciendo no se sabe qué y que nos están matando como si fuera un juego-expuso Shu, decepcionada con todo.

-No hay que ser tan catastrófica, soldado. Si es verdad que no se está avanzando mucho; pero para eso estamos aquí.

-Son exactamente las mismas palabras que dijo antes de que partieran para la misión. ¿A qué precio nos estamos arriesgando?-discutió Shu, enojada.

-Entiendo que estén dolidos ante la pérdida de su amigo; pero tenemos una misión que…

-¿A qué precio, señor?-insistió Shu, más enojada por momentos. Notó la mano de Lucas que le tocaba el brazo para tranquilizarla.

-Al que haga falta-lanzó el teniente Hopkins. Relámpagos centelleaban en sus ojos.

La sala quedó en silencio. Hopkins sabía que no debía haber dicho eso, pero la presión lo pudo. Debía subsanar su error:

-Al que haga falta…, con tal de erradicar a los terroristas. Todos sabemos que cuando nos alistamos en el ejército el propósito es la paz. Esto es paz, por si aún no lo han entendido.

-Nosotros somos el último paso en la paz, solamente cuando las cosas no se pueden solucionar por otras vías pacíficas-aclaró Lucas. Intentó serenar el ambiente. Parecía haberlo conseguido.

-No teman por lo que ahora entra en juego. Está controlado-relató Hopkins algo más calmado-. Cuatro soldados han muerto en nuestras dependencias-miró a los soldados que tenía enfrente. Estaban impresionados. Los ojos fuera de sus órbitas, excepto Lucas. Él lo sabía.

-¿Cómo es posible?-cuestionó Orlando.

-Es algún tipo de agente microscópico de origen desconocido-contestó Petroff. Todas las miradas lo señalaron-. Por lo visto el niño que encontraron en el camino portaba algún tipo de agente contagioso. Se ha descartado la posibilidad de que el contagio sea aéreo, aunque no se descarta por posibles variaciones del agente. La doctora O´donell les comentará algo acerca de sus estudios.

-Buenas noches-dijo cordialmente la inmunóloga-. Los pacientes llegaron del exterior con la queja de un fuerte dolor punzante en la cabeza. En los siguientes minutos empezaron a perder color, y la debilidad se apoderó de todos los músculos de su cuerpo. Como saben, en el ambiente, existen millones de partículas y microorganismos que pueden alterar la salud y causar lo que llamamos enfermedad. E incluso en nuestro organismo estamos colaborando junto con otros microorganismos para poder vivir en condiciones saludables. En ocasiones, por ejemplo, cuando nuestras defensas biológicas, o el sistema inmune, están alterados por diversas causas, podemos sufrir el ataque de nuestros “vecinos” microscópicos. Quería introducirles para que comprendan lo que viene ahora. En estos sujetos enfermos, se pudo constatar que su sistema inmune estaba alterado. En los primeros estadios de la enfermedad, el sistema inmune estaba muy reforzado, tanto que en poco tiempo el dolor punzante estaba extinguido. Pero se estaba enmascarando la “invasión”-la palabra arrasó la sala-. El sistema inmune estaba intentando establecer un bienestar en el individuo, y lo había conseg uido, pero a un precio caro. Segundos estadios llevaron al paciente a perder por completo su sistema inmune dejándolo desprovisto de defensas contra los habitantes microscópicos. Eran “niños burbuja”. Pero a pesar de lo que pensábamos, aguantaron con vida. Los estudios microbiológicos detectaron en uno de los individuos, un enfermero, creo recordar que era, hasta veinte infecciones, muchas oportunistas. No murieron. Una persona así muere en cuestión de minutos por sepsis. Podían prescindir del sistema inmune. Debían ser contagiados por miles de microbios para así enmascarar el verdadero “depredador”. La enfermedad prosiguió, el individuo empeoró, y falleció, no por las infecciones, sino por otra razón.

-¿Otra razón?-quiso saber Lucas.

-Otro microbio, un virus…, no lo sabemos-contestó Petroff.

-El niño llevaría horas perdido, andando o corriendo-comentó el doctor Salazar-. Seguramente estaría deshidratado. Y en cambió aguantó con vida. Los enfermos a pesar de las alteraciones inmunológicas, estaban sufriendo daños irreparables en órganos vitales como el hígado, de ahí su color amarillento por la ictericia, y los riñones, ya que a pesar de la sonda, no orinaban. Seguido de hipotermia generalizada. Además, el corazón estaba con una frecuencia muy baja de latido, la cual hacía que éste órgano de vital importancia enviara menos cantidad de sangre a otras zonas, lo cual explica casi el coma de los enfermos en estado avanzado de la enfermedad. A pesar de todo ello, no morían por eso.

-¿Qué les mataba entonces?-quiso averiguar Chuck.

En ese momento, las puertas de la sala se abrieron. Un hombre con bata entró en la sala y se dirigió rápidamente a los científicos. Cargaba unas hojas grapadas en la mano. Parecía tenso, aunque sería por los nervios. Sin decir nada, desapareció. Los tres científicos se agolparon sobre las hojas de papel. Hubo silencio. Susurraron algo entre ellos y Petroff se decidió a contestar:

-Una destrucción del cerebro. Eso los mataba.

Todos intentaban digerir qué estaba pasando. Los científicos estaban enaltecidos, no daban crédito de los resultados que estaban leyendo en el papel. Menos aún daba crédito el teniente Hopkins, que se notaba como azotado por un tsunami. El tsunami lo había arrastrado, lo había golpeado con farolas, esquinas, rocas. Tendría que dolerle todo el cuerpo; pero no, le dolía la cabeza, le estallaba. Estaban jodidos, no sabían nada, y encima les estaban destrozando los sesos.

-Los datos denotan que las neuronas están siendo degradadas literalmente. En el análisis de líquido cefalorraquídeo se han detectado muchos productos de síntesis química por las neuronas, y en la normalidad no están presentes en una concentración tan… descomunal-sentenció Marcus Petroff-. Además, se han detectado concentraciones de endorfinas enormes, lo cual puede indicarnos, que los enfermos no sufran en absoluto durante los estadios avanzados de la enfermedad.

Hopkins intentó volver al mundo. Intentó levantarse da la sacudida del tsunami y agarró fuerzas de donde no las tenía para dar soluciones rápido.

-Señores, estamos en un aprieto. En cuanto acabe esta reunión avisaré a la OTAN y les comentaré lo sucedido. Por el momento no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Bajo mi mandato, idearemos una misión para esclarecer que está pasando-se levantó, puso las manos detrás, a la altura de la cintura y empezó a andar-. Debemos ir a Qandahar. Debemos adentrarnos en sus malditos quehaceres. Es la hora, sí, es la hora. Los aquí presentes han aceptado escuchar, y han aceptado actuar. Por ello, emprenderemos una misión hacia lo más profundo de esa organización que nos quiere destruir. Sabemos con fiabilidad que en la mezquita está la entrada hacia algún lugar. Es el inicio. Lo siguiente es poder sacar toda la información que se pueda, referente a la banda terrorista, a los experimentos, a los laboratorios; todo, joder, todo.

-Muy bien, ¿y si las autoridades se oponen?-preguntó Lucas.

-Entonces les entregarán este permiso de registro-Hopkins lo arrastró por la mesa hasta Lucas. El joven soldado echó un vistazo rápido por encima. Entendió lo que ponía, sabía que eso valía-. Se les proporcionará una URO MT-149-AT para desplazarse. Podrán coger las armas que vean necesarias, así como la vestimenta con la que se sientan más a gusto. Irán con Steve, el cual deberá absorber toda la información necesaria en su ordenador. Será como un vampiro informático que chupará la información a los ordenadores del enemigo. El señor Molina-Carlos alzó la cabeza-, se ocupará de hacer volar todo. Todo aquello que sea de los terroristas. Han de ser erradicados.

-¡Puede afectar a civiles!-gritó Shu.

-Correremos el riesgo-sentenció Hopkins.

-Sí, señor-dijo Carlos. Era especialista en explosivos, tanto en su desactivación como en su activación y colocación estratégica.

Shu miró a Carlos. Éste aguantó el tipo y no la respondió con su mirada. Lucas la miró y le dijo:

-Shu, nos hemos comprometido a solucionar esto. Lógicamente no haremos daño a nadie, sabes que no estamos aquí para atentar contra la integridad de los civiles. Castigaremos a los que están haciendo las cosas mal.

Shu asintió, aunque aún no estaba muy conforme.

-No deben esperar más tiempo-les recordó el teniente-. Son las 02.40 horas-dijo al mirar su reloj-. A las 03.00 horas les espero en el campo de tiro. Adiós.

El teniente desapareció el primero. Después no hubo orden en la salida. Parecía que todos estaban deseando huir de ese lugar, llegar a su habitación, lanzarse en plancha hasta la cama y no despertarse nunca; pero eso no podía ser, ahora imperaba un mandato por encima de cualquier siesta. Cuando ya estaban en los pasillos los científicos se perdieron en la lejanía. En cambio, Steve se quedó y les saludó uno por uno. Se presentaron e intercambiaron alguna que otra risa.

-¿Con qué le cargaremos a este novato?-dijo Carlos a los demás, asestándole un pequeño golpe al joven ingeniero en el hombro derecho.

-Le cargaremos una Glock 18c, una pistola automática de 9mm y poco más de medio kilo de peso (pequeña y compacta), es muy usada en cuerpos de élite y policiales por sus características y fiabilidad. Este modelo concretamente es capaz de disparar en ráfaga hasta vaciar el cargador completamente. Sus cargadores estándar tienen una capacidad de 18 balas y tiene un retroceso bastante ligero. Hecho para principiantes-explicó Chuck, que era un experto en armas.

-Bueno, yo he aprendido a disparar en la escuela-dijo Steve intentando aparentar lo que no era.

-No, amigo, no. Sólo sabes lo que es disparar a un muñeco de madera que no se mueve y tiene siempre la misma forma, y además, sabes que no te atacará y que, al fin y al cabo no lo matarás, que no es lo mismo que disparar a un menda que está armado, seguramente con un arma más potente que la tuya, con sangre fría para matarte sin dudarlo, y seguro que con mejor puntería que tú. No es lo mismo-rió a carcajada.

-Chuck, ya basta-dijo Shu. Todos se reían al ver la cara de asombro y terror que Steve había puesto-. Tú no te preocupes, aunque seas soldado no se te va a pedir defender como a nosotros. Tú tienes tu sitio en este mundo, y es manejar el ordenador, captar información, para tiros ya estamos nosotros. No obstante, si faltásemos tendrás un arma para usarla-intentó sosegar el terror que Chuck y los demás habían hecho crecer en el joven novato.

-Vamos a la armería-les dijo Carlos.

Continúa...

(X) PARTE I: Contacto

PASILLO HACIA EL CENTRO DE MANDOS-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 02.00 horas

Como un monstruo las puertas metálicas se abrieron a los lados, dejando pasar un haz de luz que cegó por un momento al soldado. Después, sería engullido por la bestia hambrienta. Pasados unos minutos la puerta cerró tras de sí, simplemente por seguridad. Ante sí tenía un largo pasillo iluminado con luces blancas destellantes. Siguió hacia delante. Estaba solo, aunque nunca había estado allí, con lo cual no sabía si era normal o no que hubiera gente en ese enorme pasillo. Cualquier soldado podía pasar a ese lugar, aunque no era importante en realidad. Allí estaban los superiores y los ingenieros que controlaban cámaras y armamento electrónico del centro. Continuó caminando por el pasillo blanco. Según se iba acercando al final del pasillo vio dos carteles pegados unos dos metros del suelo, en la pared. En el de la izquierda ponía CENTRO DE MANDOS y a la derecha ponía LABORATORIO. Unas voces salían del laboratorio. Las voces eran de dos hombres que discutían, que gritaban. Cuando llegó al lado de la puerta tuvo increíbles ganas de ponerse a escuchar detrás de la misma, pero su interior lo paró, y se dirigió al Centro de Mandos. Cuando ya tenía la mano en el pomo, una voz familiar le legó desde atrás, desde el laboratorio. ¡Era Hopkins! El teniente estaba gritando furioso; incluso daba golpes. Inmediatamente, Lucas se volvió, y se acercó a la puerta del laboratorio. Era una puerta de madera, de escaso grosor, y por ello, las voces se escuchaban perfectamente desde afuera. Acercó un poco más la cara hasta pegar el oído contra la puerta; ante sí se abrió un nuevo mundo.

-¡Maldita sea, Marcus!-bramó Hopkins.

-¡Cálmese!-decía el doctor Petroff con voz temblorosa.

-¿Cómo pretende que explique las muertes? ¡Quiero respuestas ya, joder!-y golpeó algo de madera.

“¿MUERTES?”, resonó la voz en la cabeza de Lucas. Hasta ese día solamente conocía la muerte de su amigo con lo cual sería “muerte”. Siguió escuchando, pensando que se podía haber equivocado.

-Tres muertos y dos graves. ¿Cómo es posible, doctor?

-Según lo que contó el soldado Sánchez, los tres muertos han presentado más o menos los mismos síntomas. Los análisis de sangre no han dado resultado de ninguna sustancia extraña, nada que pudiera ser causa de la muerte. Ahora se están esperando los resultados del análisis del líquido cefalorraquídeo; pero nos descartamos que el agente etiológico sea un…

Lucas sintió un frío tremendo que le recorría todo el cuerpo. Había dejado de escuchar de golpe, cuando sintió el cañón de un arma en la espalda. Estaba paralizado.

-Date la vuelta-le ordenó una voz detrás-. Pon las manos en la nuca.

Lucas se giró y pudo ver como un soldado le estaba apuntando con su M4 al pecho. Era un soldado joven, de unos diecinueve años aproximadamente, recién alistado, pues su mano temblaba. No sabía realmente cuál era la razón por la que estaba siendo apuntado con un arma; pero lógicamente, algo mal debía de haber hecho. ¡Claro! Su subconsciente le regañó de golpe por haber estado espiando.

-¡Cálmate!-le dijo Lucas, con tono tranquilizador. Estaba desarmado, con las manos en la nuca, mirando fijamente la boca del fusil, y temiendo que los nervios le llevaran al chaval a pulsar el gatillo. Todo acabaría.

-¡Vamos!-le ordenó el chaval, indicándole que caminase delante de él.

Lucas debía actuar. Todo era un malentendido; pero sería inútil explicarlo al manojo de nervios que tenía apuntándolo. Debía actuar. Actuar… ¡Actuar! La puerta se abrió detrás de Lucas. Una figura alta salió del laboratorio.

-¡Baje el arma, soldado!-ordenó con seriedad el teniente.

Lucas se volteó y pudo ver entre la enorme silueta algo del interior del laboratorio. Mesas, microscopios, matraces, líquidos de colores, y un hombre con bata. Era Petroff que miraba hacia la puerta. De repente dejó de ver dentro del laboratorio. Estaba ante el teniente, que había calmado al joven soldado con mandatos.

-¡Retírese!-le dijo con tono agresivo.

-Puff… Ha estado cerca-suspiró Lucas.

-¿Qué hace aquí soldado?

-Le estaba buscando, señor. Necesito hablar con usted urgentemente.

La mirada del teniente estaba clavada en el soldado. Algo estaba pensando.

-¿Tan importante es?

-Créame que lo es, señor.

Continúa...

(IX) PARTE I: Contacto

PASILLOS-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 01.43 horas

La puerta se cerró tras de sí. Todo estaba en silencio. Casi todo el mundo estaba en sus habitaciones, durmiendo. La vida en el centro nunca acababa; siempre quedaba gente en la cafetería, en la enfermería, en el gimnasio. Lógicamente, los operarios, los que vigilaban los exteriores, ésos no paraban en todo el día.

Se dirigía a las duchas. Las duchas eran muy amplias, y lógicamente, estaban separadas según los sexos para cuidar la intimidad de los soldados. Además, había unos vestuarios antes de entrar. Como se podía observar, la vida en el centro intentaba ser lo más acogedora posible, dentro de las limitaciones que estar allí conllevaba. A medida que se acercaba a su destino, una y otra vez el estómago le daba vueltas. Estaba pensando en lo que le diría al teniente Hopkins, y en cómo éste se lo tomaría. Se paró en seco. Había decidido ir a hablar con el teniente tan rápido como pudiera; pero el olor a sudor sacudió sus mejillas como tortazos. Se lo pensó mejor y decidió ir a ducharse antes de hablar con su superior.

Pasaron diez minutos desde que se duchó. El agua caliente de la ducha había apaciguado su interior, y la rabia se había esfumado, más bien ahora le quedaba fatiga, cansancio muscular. Antes de salir de las duchas dejó la ropa sucia en un cajón, junto con otros tantos uniformes sucios. El servicio de lavandería pasaba cada mañana a recogerlos, y se les daban otros nuevos. Ahora estaba tranquilo, tal vez antes se había precipitado al pensar lo de actuar, tal vez no debiera actuar, tal vez debiera quedarse en su habitación esperando, paciente, que les dijeran que tenían que hacer. O tal vez no… Esa idea imperó en la cabeza de Lucas, que salió de las duchas con un único fin: actuar por su cuenta.

Eran casi las dos de la mañana y quería encontrar al teniente Hopkins, aunque imaginaba que estaba durmiendo en su habitación. De todas formas quería hacer las cosas rápido; pero bien. Pensó en buscarle directamente en su habitación, pero decidió ir mejor a preguntar al centro de mandos a ver dónde estaba. No estaba muy lejos de allí. La entrada estaba dotada de dos puertas de acero, blindadas. A la derecha había un monitor donde estaban los mandos para abrir la puerta. Tenía seguridad; pero en esos momentos, la luz verde que salía del monitor informaba que estaba abierta. Así que pulsó el botón, y el monstruo metálico se abrió ante sí.

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(VIII) PARTE I: Contacto

HABITACIONES-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 01.30 horas

297. 298…

Contracción, distensión. Contracción, distensión. Los músculos del brazo y de la espalda hablaban por sí solos cada vez que bajaba y subía su cuerpo. Nada más llegar a la habitación, Lucas se había apuesto a hacer flexiones como un loco. Ya llevaba 305 flexiones y no notaba nada en el cuerpo. La furia contenida le otorgaba más resistencia, o eso parecía. Su cerebro estaba coordinando una de las acciones más comunes del organismo. Las neuronas estaban mandando los mensajeros de naturaleza química desde el cerebro a la periferia, a los músculos. La acetilcolina, un neurotransmisor sintetizado químicamente por el organismo en el soma neuronal, era transportado en paquetes en ingentes cantidades. Ese neurotransmisor era la llave para abrir la compuerta de la contracción. Cuando se unía a sus receptores, empezaba un proceso de transducción dentro de la célula muscular de tal manera que se cometía dicho proceso. Posteriormente, al cambiar de posición los músculos contraídos dejaban de estarlo y se contraían otros. Por ello, simultáneamente, el cerebro trabajaba y enviaba otros neurotransmisores, en este caso inhibitorios, y permitían un equilibrio del proceso. A pesar de que su cerebro estaba trabajando al cien por cien, podía pensar en todo lo que había pasado. Antes de ponerse a hacer ejercicio miró el teléfono móvil y su furia creció. Aún seguían sin cobertura. Deseaba hablar con su mujer.

“¡Maldita sea!”, blasfemaba en su mente.

315. 316. 317…

El sudor estaba empapando su camiseta y las gotas desde su cabeza caían al suelo. Estaba encharcándolo todo; pero todo le daba igual. Estaba enfadado, furioso, se sentía engañado. Decidió actuar.

Se levantó lentamente. Sentía su cuerpo inflamado, como si los músculos le estuvieran lanzando descargas como castigo por el exceso. Agarró la toalla, su nuevo uniforme, perfectamente doblado y salió al pasillo.

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(VII) PARTE I: Contacto

PASILLOS-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 01.20 horas.

Lucas andaba a toda prisa hacia su habitación, furioso, desatado. No sabía qué hacer con lo que tenía dentro, tenía ganas de destrozar algo de un puñetazo, ¿o tal vez llorar? Llorar era algo que en el sitio en el que estaba no se admitía por un amigo, y si no, te podían tachar de todo: nena, maricona… Y así hasta que se les acabaran los insultos. Por ello, se guardó las lágrimas y acrecentó la rabia que tenía por dentro. La furia le cegaba por completo, tanto que no recordaba nada más que la imagen de su amigo Michael con el cráneo agujereado.

“Esto no va a quedar así. No.”, pensó y aceleró más hacia su habitación.

A unos quinientos metros Shu y Orlando caminaban por el pasillo. Iban charlando casi susurrando debido a las horas que eran. Habían estado charlando horas desde que llegaron de la misión. De cómo había ocurrido, cómo habían acabado con la vida de su compañero. Ninguno daba crédito, ya que nadie les había informado de que fueran a una zona de terroristas. Estaban indignados.

Orlando, el mexicano, a pesar de su edad, era un especialista en el tiro a distancia. Ya desde bien pequeño había estado practicando con su abuelo a disparar a latas. En esos tiempos vivía en Ciudad de México, El Distrito Federal, capital de los Estados Unidos Mexicanos, y sede de los poderes federales de la Unión. La Ciudad de México es el centro político y económico del país y es, a su vez, la tercer metrópoli más poblada del mundo, sólo después de Tokio (Japón) y São Paulo (Brasil) y en cuanto a extensión es la tercera de la misma manera que por población. De hecho, es la ciudad más rica y poblada, con unos ocho millones de habitantes en 2005. Todo el masivo crecimiento demográfico conllevó a incluir pequeños poblados de los alrededores, pobres, en la octava potencia más rica del mundo. El abuelo de Orlando le contaba cómo se vivía antes de formar parte de ciudad de México: “antes vivíamos de la cosecha, todo el pueblo, con excepción de las casas era campo, campo que cuidábamos para poder comer. También nos dedicábamos a la ganadería. Las mujeres tenían el oficio de ir a buscar agua a las fuentes. Ahora, hijo-le decía acariciándole la nuca-, las cosas han cambiado…, a mejor”. Orlando recordaba toda su infancia, o casi toda. También recordaba la única vez que estuvo enamorado. Tenía trece años, y Clarita, una joven de su misma edad, morena, con una cara extremadamente dulce y bella, le había robado el corazón. La conocía desde bien pequeños; pero a medida que se llega a la pubertad, el descontrol hormonal lleva a lo que a él le sucedía. Tuvieron un romance, muy bonito, pero por circunstancias de la vida, Clarita desapareció de sus días. Su padre era banquero, y le había salido un puesto de trabajo en un banco de prestigio de Nueva York, y ella se fue… Aún recuerda cómo su corazón se partía en mil pedazos cuando Clarita se alejaba en el coche, y se despedía mirándole por la ventana trasera. Jamás volvió a amar, y esperó poder encontrar a Clarita de nuevo en Nueva York, donde se había alojado hace unos meses.

Shu era una mujer muy guapa, muy sexy, pero nadie se podía comparar con Clarita. Orlando era uno de los hombres solteros del grupo que menos se había masturbado con la asiática. Siempre en su cabeza imperaba la imagen de Clarita. Nada se la podía quitar de la cabeza…, y del corazón.

-Mañana te veo-le dijo Orlando.

-Que descanses.

Orlando siguió hacia delante. Shu se quedó en la habitación de la derecha, la suya. Justo cuando entró, la desesperanza la envolvió casi sin dejarla respirar. Se sentó en la cama y un crujir de los muelles entonó en la habitación. Agarró un marco que tenía en la mesita. En la foto aparecía ella y un hombre asiático, vigoroso, de amplias espaldas y marcados músculos, agarrándola de la cintura. Era Yoishi, su marido. Parecían muy felices, extremadamente felices, tanto que nunca en su vida Shu había tenido una sonrisa tan amplia como ese día. Todo tenía una explicación. La foto tenía un año, y justamente ese día se habían enterado de que iban a ser papás. Después de muchos intentos fallidos, llegó la bendición de traer a un hijo al mundo. Sacó la foto y detrás había otra, más pequeña, de fondo negro. Apenas se podía ver una mancha azulada de forma irreconocible a distancia, bañada por un mundo negro de puntos. Cabizbaja, observó la foto de cerca. Gotas. Lágrimas. Una lágrima cayó sobre la fotografía y baño casi en su totalidad la diminuta mancha azulada. Se acostó sobre la incómoda cama, aguardando entre sus manos la fotografía. La almohada estaba empapándose; pero eso no importaba, notaba al que podía haber sido su hijo entre sus manos. La tristeza inundó su mente. La habitación se quedó en penumbra bajo el llanto de la joven asiática.

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(VI) PARTE I: Contacto

SALA DE REUNIONES-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 00.56 horas.

Allí estaban los dos, uno enfrente del otro. Lucas estaba algo dudoso y no entendía debido a qué estaba en la Sala de Reuniones con el teniente Hopkins. A lo largo de su carrera solamente había estado una vez delante de un superior a solas, y fue cuando había sido arrestado por haberse descuidado la barba un día. En el ejército te obligaban a tener la barba siempre rasurada, y les daba exactamente lo mismo si sufría o no una dermatitis fuerte, definitivamente se tenía que estar afeitado siempre. Le castigaron como se debía, y nunca más cometió el mismo error. Cuando ya estuvo alistado, no tuvo problemas con la barba, y pudo dejarla a su antojo, aunque siempre se la cuidaba.

El teniente Hopkins era un hombre serio, de ideas claras y sangre fría. En ese momento, Lucas podía notar algo de humanidad que quedaba dentro del cuerpo de ese hombre, pues le notaba tenso, nervioso, preocupado…

“¿Preocupado de qué?”, se preguntó mientras lo miraba como se levantaba continuamente de su asiento y daba vueltas de un lado para otro.

En ese momento entraba por la puerta el doctor noruego, Marcus Petroff, que llegaba exhausto, a punto de vomitar por las prisas. Nunca se había remarcado tanto en su rostro la vejez como ese día. Su barba blanca decía mucho de su edad; pero más bien era un artilugio que le otorgaba sabiduría y atractivo a la vez. Cargaba con su mano derecha un maletín de color marrón claro y con el otro brazo sostenía una libreta que apoyaba contra su pecho. Se sentó casi al lado del teniente, prácticamente enfrente del soldado. Depositó su libreta sobre la mesa, sacó un bolígrafo de su maletín y después observó a los presentes, que miraban con detalle lo que el doctor había estado haciendo.

-Muy bien, ya estamos todos-dijo Hopkins, sentado en su asiento.

-Quería pedir disculpas por el retraso, he tenido algunos “problemillas”…-se disculpó el doctor con tono suave.

-No pasa nada, doctor. Seguramente, Lucas, se estará preguntando qué hace aquí, y yo le respondo de antemano: es el testigo ocular de todo lo que ha pasado esta noche, y necesitamos que nos cuente lo que ocurrió con todos los detalles.

“Detalles, detalles, detalles…”, le venía una y otra vez esa palabra. Lucas había vivido una experiencia traumática y quería pasar página y empezar de nuevo; pero a pesar de lo que él quería le estaban obligando a revivir lo sucedido, por muy dolorosa que hubiera sido la vivencia. Cerró los ojos y empezó a hablar:

-Cuando nos dirigíamos hacia la zona de contacto, los coches pararon debido a que un niño de unos diez años en un estado de salud delicado…

-¿Delicado?-repitió el doctor-. Entre en detalles, ¿cómo estaba el joven?

-Verá, yo no soy médico ni nada…

-No importa. Cuente detalles, si dijo algo, si tosió, si gritó, si tuvo reacciones agresivas; lo que sea, lo que viera.

-Bueno-dijo Lucas, rozándose con los dedos la barbilla-. Estaba muy débil, tanto que apenas se valía por sí mismo y gracias al enfermero pudo subir al vehículo. Me fijé en sus piernas con mucho detalle, llegando a la conclusión de que eran dos ramas moviéndose cuando las azota el viento. Su piel-dijo, recordando-, estaba muy pálida, casi blanca, y si era musulmán, su color de piel es más bien pardo. Sus ojos estaban medio abiertos, como si estuviera durmiendo pero con ellos abiertos-a medida que lo describía creía tener enfrente al niño, y le daba escalofríos ver al niño en tan malas condiciones-. No se movían nada de nada; era como si estuviera inconsciente, pero yo noté que tenía algo de fuerza en las extremidades, con lo cual estaba consciente.

-¿Presentaba alguna herida? ¿Un corte o algo parecido?-le disparó las preguntas tan rápido que casi no pudo escucharlas, pues aún tenía al niño en su mente.

-Esto…-intentó recordar de nuevo-, no nada, por lo menos es lo que pude ver. No se le desnudó ni nada. Tampoco tenía sangre ni nada en la ropa.

El doctor Petroff apuntaba en su libreta todo lo que Lucas estaba relatando. Eso le ponía especialmente de los nervios al soldado, ya que más que un simple cuestionario, eso empezaba a parecer un interrogatorio.

-Muy bien. Después, ¿qué pasó?-quiso saber el doctor.

-En muy poco tiempo, cuando estaba recostado en el suelo de la cabina, el joven empezó a sacudirse muy fuerte de arriba abajo, moviendo las extremidades enérgicamente, pero sin control. Seguidamente, empezó a expulsar sangre por la boca. Bañó al enfermero y a algunos soldados que estaban sujetándolo. Después-paró unos segundos, pensó en la imagen del niño muerto y se le encogió el estómago-, murió, sin más.

-Muy bien. ¿Vio si alguna de las extremidades del niño estaba agarrotada?-preguntó el doctor. Se tocó la barba blanca, y le miró con eso ojos nórdicos, azules como el mar.

Lucas intentó recorrer la cabina del vehículo del ejército. Realmente no tenía una imagen del niño en detalle después de fallecer, más bien, lo taparon tan rápido que no pudo ver nada de nada.

-No lo sé.

-Y las uñas, ¿estaban dañadas? La piel justo de debajo, ¿de qué color estaba?

Lucas empezaba a sentirse muy incómodo. Las preguntas del doctor no tenían ningún sentido en esos momentos cuando habían sufrido un ataque terrorista. Y encima el cadáver de su amigo estaba pudriéndose en medio del desierto. De repente, su oídos se taponaron aunque no paraba de oír la voz del doctor con tono suave, que no paraba de preguntar. Por un momento dejó de escuchar. Su cerebro le mandaba mensajes directos a las manos que habían agarrado a Michael, y notaba cómo éste le apretaba con toda su fuerza. Luego un ensordecedor disparo salió del algún lugar, el sonido golpeó su cabeza, y en el instante perdió la sensibilidad en las manos. Michael ya no estaba entre los vivos…

-No lo sé, ¡maldita sea!-exclamó, furioso. El silencio se hizo en la sala-. ¡No entiendo nada, joder! Le digo que no vi nada más, así que ahórrese sus malditas preguntas de forense. Si quiere detalles médicos, vaya y pregúntele al enfermero que estuvo allí, él le contestará con todos los detalles.

Con lo último que había soltado con furia, vio que las caras de los dos sujetos de enfrente cambiaron de asombro a preocupación. Algo estaba pasando, no lo sabía, no lo entendía, pero algo pasaba. Que hubiera contestado furioso había crispado a sus dos acompañantes, e incluso enfadado; pero cuando nombró al enfermero su cara cambió a intranquilidad. Ese tema les había preocupado.

No dijeron nada. Silencio en la sala.

-Tranquilo, Lucas, sabemos que lo está pasando mal, pero le pedimos su colaboración-le dijo el teniente, con tono alentador.

-¿Colaboración? ¿En qué? ¿Para qué?-Lucas lanzó las preguntas tan rápido que dudó que las pensara ni un segundo.

Silencio de nuevo.

-Verá, Lucas, los hombres que entraron en contacto con los fluidos del niño, se encuentran en un estado..., digamos-pensó-, “no sano”. Sólo queremos saber cómo se encontraba el joven, para poder comparar “in vivo” si sufren los mismos síntomas, no es más. No sabemos a qué tipo patología nos estamos refiriendo, y con su colaboración se adelantan las investigaciones. Tenga en cuenta que el tiempo va en nuestra contra en casos como éstos.

Silencio.

-Bueno, teniente, creo que con esto bastará por ahora-comunicó el doctor, anotando algo en la libreta. Se levantó de su asiento-. Si me permiten, me retiró a continuar con mi trabajo-agarró la libreta, el maletín, y salió de la sala a toda prisa.

Lucas continuaba en silencio. El teniente Hopkins se levantó y fue rodeando la mesa. Estaba acercándose al asiento de Lucas. El soldado estaba pensando en las frases típicas: “Ve a descansar, estarás agotado” o “Esto es el ejército, el riesgo es jugarse la vida”. Por ello, como no deseaba que nadie le dijera lo que debía hacer, se levantó de su asiento y dijo:

-Si me permite, me voy a descansar-simultáneamente, le hizo el saludo con la mano alzada en la cabeza típica del ejército y se marchó tras recibir la aprobación del teniente.

Hopkins miró con preocupación cómo Lucas abandonaba la sala. Habían tenido la oportunidad de conocer muchas cosas del enemigo, pero el doctor Petroff lo había estropeado todo. No tenían tiempo, y eso estaba en la cabeza del teniente continuamente. Parecía que los gritos, los golpes, el caos llegaba hasta la silenciosa Sala de Reuniones desde los quirófanos. No era así. La cabeza le jugaba una mala pasada; solo era el recuerdo de hace unas horas.

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(V) PARTE I: Contacto

ENFERMERÍA-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 00.34 horas.

No se oían más que toses, ruidos de zapatos que iban de acá para allá, gente que llamaba a los sanitarios para que les atendieran lo más rápido posible, pitidos de los aparatos de la tensión… En la enfermería del centro estaba reinando el caos. Lucas llevaba ya una hora tumbado en la camilla, esperando que pasara el doctor a decirle si se podía ir o no. Desde lo pasado en el desierto con su amigo Michael, no había hablado nada, sólo exclusivamente, la preguntas de rigor que le había hecho el doctor cuando habían llegado a la enfermería. Estaba tumbado boca arriba, con el brazo apoyado sobre la frente y pensativo, muy pensativo. No hacían más que venirse una y otra vez las imágenes de Michael luchando por salir adelante, por huir de su verdugo, cuando le agarró de su mano… “Casi lo teníamos, maldita sea”, se decía una y otra vez. A lo largo de sus seis años en el ejército había visto morir mucha gente, pero nunca a uno de sus amigos. Sabía que ésas cosas eran muy normales en un trabajo como el suyo, y más en el lugar donde estaban militando; pero uno nunca se hace a la idea de la peligrosidad hasta que la vivía en sus propias carnes. Podía haber sido él; pero esta vez lo que fuera no lo quiso así. Por ello, no le paraban de rondar una y otra vez las mismas palabras: “Y si hubiera sido yo”, “Y si hubiera ido un poco antes”, “Y si hubiera tirado con más fuerza de él”… Todas eran preguntas sin respuesta, y lo único que hacían era torturarle más. Pero había algo más que rondaba por su cabeza: “¿Dónde estará el niño musulmán?”. Cuando habían llegado al vehículo 1, el niño que habían recogido y había fallecido casi en el momento, ¡no estaba! Ni siquiera preguntó, pensó que con las prisas de querer salir de la zona lo más rápido posible cayó antes de recogerle. No lo tuvo mucho en cuenta, pues tenía cosas peores en la cabeza.

Orlando había llegado, y como había estado en el coche número 2 no había necesitado pasarse por el reconocimiento médico. Estaba junto con Shu, Carlos y Chuck, que hablaban de lo sucedido con resignación. Sus caras eran un poema, y estaban hechos polvo por la pérdida de su amigo Michael. Todos saben que la muerte es el final de la vida, al igual que la fecundación es la creación de una vida; pero la vida se puede arrebatar de muchas maneras, y la de su amigo había sido pronto y muy macabra. Muchos piensan que la vida está escrita, es decir, que el final de la vida está justificado por el destino, pero el destino es una palabra que aunque parece simple y todos pueden saber qué significa, nunca nadie puede llegar a explicar con sentido quién pone la fecha del final, quién decide cuándo se llega al destino. Es bastante macabro pensar en que existe un destino sobre las cabezas de los seres humanos, que planea como la muerte con su hoz y su túnica negra, esperando llevarse la vida de los que pueblan la tierra. Independientemente del destino o lo que fuera, Michael había sido asesinado a sangre fría con muy pronta edad, con toda la vida por delante. Pero estar alistado en el ejército conllevaba muchos peligros, y no sólo en misiones de paz y en guerras, sino también en atentados y en secuestros por terroristas. En el ejército, cada bando defendía unos ideales totalmente diferentes, por ello se acontecían las guerras en el mundo, junto con que un único bando puede imperar sus órdenes sobre el otros, es decir, un solo bando puede ganar la batalla. Ello ha llevado a la especie humana a ser un arma destructiva contra su propia especie, todo debido a causas económicas, comerciales y separatistas, ya que aunque los africanos estén separados de los americanos por enormes mares y grandes kilómetros de tierra, son humanos al fin y al cabo. Estaba claro que no todo aquel que se alistaba en el ejército era para hacer la guerra, sino para impartir la paz en zonas demacradas por la guerra, o bien para ayudar a los más necesitados. Ese había sido el caso del joven soldado, Michael, que se alistó en el ejército de los Estados Unidos, debido a que era su pasión desde muy pequeño y por qué su padre le había sembrado el camino hacia el ejército contándole sus batallitas y sus éxitos. Él sabía que aunque en una misión de paz hubiera inocentes asesinados, muchos se salvarían y los “malos” serían castigados convenientemente. Su padre siempre le había dicho que la muerte de un soldado era la posibilidad de otorgar la vida a muchos civiles, a muchos niños, si éste había hecho su deber. Con esa premisa Michael había iniciado sus estudios en el ejército, y con ella acabó su trayectoria.

Lucas continuaba tumbado en la cama de la enfermería, esperando al doctor. De repente, se metió la mano en el bolsillo del pantalón y tocó la cadena de su amigo. En ese momento se tranquilizó. Un doctor abrió las cortinas y se acercó a la cama. Era un hombre moreno, con el pelo largo y con gafas de pasta. Llevaba una carpeta y un bolígrafo, y apuntaba algo en la hoja.

-Muy bien, Lucas, te puedes marchar. Los datos microbiológicos de sangre, esputos y mucosas han dado negativo, y los cultivos de virus también han dado negativo.

-De acuerdo, doc.

Lucas se incorporó, y aunque sintió un mareo supuso que fue de estar tantas horas tumbado. Atravesó la zona de las camillas, donde estaban muchos de los soldados que habían estado en el vehículo 1 junto con él. Parecía que estaban bien, como él. Muchos se estaban llendo de la enfermería. Atravesó la puerta donde ponía “BOXES”, y salió a un hall muy grande que formaba parte de la enfermería. Ese hall tenía una docena de sillas cercanas a la pared y también una mesa pequeña donde no había nadie, aunque debía de ser el lugar del recepcionista. A través del mismo se podía acceder a los quirófanos y a las consultas médicas. Le extraño mucho la poca gente que había en la zona, pero se oía un enorme jaleo, y no provenía de la zona de las camillas. Se acercó hacia la puerta del quirófano, y el jaleo iba aumentando. Cuánto más cerca estaba podía oír con mucha más firmeza toses, gritos de queja, incluso golpes. Los pequeños ventanales de la puerta metálica estaban tapados con plástico, con lo cual no pudo ver qué pasaba dentro. Intentó empujar una de las puertas para abrirla, pero no pudo, estaba cerrada. “Qué diablos está pasando…”, pensó.

-Lucas, será mejor que no insista-sonó una voz justo detrás, a pocos metros.

-Ah, teniente-dijo Lucas al girarse-. ¿Tienen pro...?

-¿Problemas?-terminó la pregunta el teniente Hopkins-. No, nada de eso, están haciendo las pruebas pertinentes. Por qué no me acompaña, tenemos que hablar-le hizo un gesto como para que siguiera hacia delante. Lucas asintió, dudoso; pero sabía que si era algo controlado no tendría problemas, el problema era que no fuera así…

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(IV) PARTE I: Contacto

AFUERAS DE QANDAHAR-Qandahar (Afganistán) 21.30 horas

Cuando todos salieron del vehículo del ejército, la oscuridad anegaba todo el paisaje. Además, un silencio abismal inundaba el desierto. Sólo se oía el fuerte viento de la noche, y algún que otro grillo escondido entre los pequeños matorrales. Los veinte soldados habían irrumpido en la noche, rompiendo la tranquilidad. Iban armados con sus M4 colgadas alrededor del torso, y sus pistolas guardadas en su funda. Además, llevaban equipadas unas botas altas, un chaleco antibalas del mimo color que el del traje y un casco verde oscuro que le cubría la parte alta del cráneo.

Estando en tierra, Lucas y Michael vieron como Orlando se acercaba a toda prisa hacia ellos. Orlando había estado en el otro coche, y quería saber qué había pasado exactamente y si ellos estaban bien.

-¿Qué pasó, chicos?-preguntó el mexicano.

-Encontraron un niño en medio de desierto en muy mal estado. Lo subieron al vehículo, pero falleció de una manera algo extraña.

-¿Extraña?

-Sí, empezó a tener convulsiones y a escupir sangre por la boca. En cuestión de segundos desde que empezó a tener esos síntomas falleció.

-Aún no se sabe de qué se trata, aunque el enfermero ha dicho con seguridad que no se puede tratar de un virus ni nada por el estilo. Cómo se equivoque estamos jodidos, ya te digo, ¡jodidos!-explicó Michael algo preocupado, algo realmente raro en él.

Les llegó la información de cuál iba a ser la táctica empleada para comenzar la misión. En principio, unos cinco soldados seleccionados a ojo se adentrarían en el pueblo, y preguntarían a las autoridades del lugar acerca de los supuestos que barajaban. El resto debían rodear el pueblo para estar atentos si había salida de algún civil justo en el momento cuando ellos se adentraran dentro del pueblo. La misión parecía sencilla, pera ya se sabe, las cosas se pueden complicar…
Ya llevaban unos veinte minutos desde que la comitiva de cinco soldados se adentró al pueblo. Lucas, que aún estaba algo preocupado, miraba el móvil cada minuto; pero la cobertura seguía sin venir. Había pasado casi un día desde que perdieron la cobertura, y nadie les había informado cuál era la razón de ello, pues si fuera algún fallo mecánico en cuestión de horas estaría solucionado, pero a ellos no había llegado ninguna información. Michael, Orlando y él estaban juntos en uno de los flancos del pueblo, y dialogaban casi en susurro, ya que podían llamar la atención con el silencio que había en el desierto. De repente, Michael que aunque era muy hablador, tenía la capacidad de estar a muchas cosas a la vez mientras dialogaba, y oyó un ruido detrás. Miró hacia el sitio de donde venía el ruido, y pudo ver, por poco alumbrado que estuviera el desierto por la luz de la luna, una serie de personas que corrían despavoridas, perdiéndose en la lejanía y en la oscuridad. Michael, sin pensarlo, agarró la M4 con las dos manos, y sigilosamente fue corriendo hacia el lugar. Lucas y Orlando, que lo vieron correr, le siguieron, intentando pararle con palabras. Lucas no vía casi nada, y temía perder de vista a su amigo, al cual seguía justo detrás, a unos seis metros de distancia. De improvisto, rompiendo el tenso silencio de la noche...

“Clic”.

Fue cuestión de segundos que llegase ése sonido a sus oídos, fue recibido por las neuronas, que llevaron el sonido a una velocidad incansable por los axones, vía anterógrada hacia el encéfalo. Ahí tradujo el cerebro que había sido un sonido de baja frecuencia, y Lucas lo reconoció como un “clic”. Sus oídos se taponaron, y se hizo de nuevo el silencio. Su cerebro estaba procesando qué era ése “clic”, pero su mente, como una enciclopedia, le daba un listado de unos mil resultados posibles de qué podía ser. En la vida cotidiana se oyen clics continuamente: cuando pulsamos un bolígrafo, cuando salta el temporizador del microondas al calentar un café, cuando cierras un bote o cuando lo abres; pero no podía ser eso, más bien porque eran casi las diez de la noche y estaban perdidos en medio del desierto, en Afganistán, un país azotado por la guerra, y precisamente, ellos estaban allí por ello. De manera automática, su cerebro descartó unas novecientas posibles respuestas, y aparecieron nuevos resultados: cuando se quita el seguro a un arma, cuando se quita la anilla de una granada, cuando se pisa una mina… En ese momento, como si hubiera ganado un concurso y una música resonara declarando su victoria, seleccionó esa última opción. Un escalofrío recorrió su cuerpo y volvió a la realidad.

-¡Lucas, para, para...!-gritaba Michael que estaba parado en seco a unos cinco metros de él.
Lucas continuaba andando, aún sabiendo que lo que había sonado no desembocaba en nada bueno. Orlando, a diferencia, había parado hace tiempo, a unos diez metros del soldado de color.

-¡PARA, PARA, GILIPOLLAS!-gritó de nuevo Michael a Lucas, aunque el primero le daba la espalda.

Lucas por fin reaccionó y paró en seco a unos cuatro metros y medio del soldado de color. Apenas se movió, y un escalofrió recorrió su espalda, obligándole a temblar de manera involuntaria.

-¡Estoy jodido, hostia puta!-gritó Michael, que aguantaba en la misma posición, a pesar de estar temblando y sudando. En situaciones como aquella, las piernas se convierten en músculo sin hueso que hace de armazón, y se tambalean como si fueran chicle.

-Michael, cálmate, todo saldrá bien. Intenta no moverte lo más mínimo-le dijo Lucas, con tono tranquilizador. ¡Orlando, corre a pedir ayuda! Y ten mucho cuidado, vuelve por exactamente los mismos pasos por los que has llegado hasta aquí-tras eso, el mexicano corrió despavorido a pedir ayuda.

-Joder, tío, sabes que es muy difícil-le dijo riéndose, y mientras tanto, las gotas de sudor se deslizaban por su cara como una cascada.

-Lo sé, negro, pero tú tienes el valor suficiente para pasar esto y más, ¿de acuerdo?
Lucas vio cómo su compañero había asentido, pero su cuerpo seguía tambaleándose del horror por tener bajo la suela de su bota un detonador que lo podía hacer pedazos en cuestión de milésimas de segundos. Pasaron cinco minutos hasta que Orlando llegó junto con otros dos soldados especializados en desactivar bombas. Cada uno llevaba un ordenador, y las pantallas luminosas iluminaban parte del lugar. Lucas quiso echar de nuevo mano a su teléfono móvil, para poder ver si podía hablar con su mujer de nuevo. Por cosas como estas deseaba despedirse siempre de su mujer antes de ponerse a trabajar; pero esta vez no había podido. Desde la distancia a la que estaba de la mina, la onda expansiva llegaría con casi toda la fuerza de la explosión inicial, con lo cual moriría en el acto con un 99% de probabilidades. Pero es que además, la onda expansiva activaría los demás dispositivos que sembraban el desierto, con lo cual la onda expansiva se multiplicaría por x, siendo x el número de minas que hubiera. Estaban en verdaderos apuros, y estaban contra reloj. Los soldados estaban trabajando a toda prisa. Tenían un programa del ejército que rastreaba con ondas objetos extraños enterrados bajo tierra.

-¡Joder!, ¿cómo va eso?-gritó Lucas, mirando hacia los operarios. Uno de ellos levantó la mano diciéndole que esperase.

En ese transcurso de tiempo, un disparó de rifle retumbó en el desierto. Lucas oyó un grito de verdadero dolor justo detrás suya. Cuando se giró, vio la dantesca imagen de su amigo Michael, con una rodilla clavada en el suelo, cuya pierna estaba agujereada por un balazo de rifle. Sólo se oía el eco del disparo que se perdía en la oscuridad y los sollozos de su compañero, que aguantaba la posición, a pesar del dolor que portaba.

-Lucas…-dijo con la cabeza baja, llorando-. Toma…-se arrancó una cadena del cuello, y la lanzó casi a los pies de Lucas. Lucas la recogió y pudo ver que era una cadena con un pergamino con la foto de Michael y Layla. Noto cómo todo su cuerpo perdía fuerzas-. Dile a Layla que la quiero, y que los estaré cuidando siempre-Michael tosió. Después dirigió su mano derecha a la pistola. La desenfundó y llevó el cañón a la altura de la barbilla.

-¡No! ¡Michael aguanta, por favor! ¿Qué pasa detrás, joder? ¡Daos prisa tenemos un soldado herido! Orlando, ¿ves algo?-le preguntó Lucas al soldado mexicano, que apuntaba con su rifle hacia todos lados, sin ver nada.

-¡Nada!

“Vamos, vamos…”, susurraba Lucas, mirando a Michael, que sujetaba el cañón sobre su barbilla.

-¡No lo hagas!

-Oh, vamos, Lucas, sabes que estoy muy jodido. Lo que debes hacer es irte tú joder, no quiero que éstos cabrones se cobren más vidas aparte de la mía.

-No lo haré.

-¡Vamos, cabrón, no sé cuánto tiempo aguantaré!

De repente otro disparo sonó desde algún lugar. Lucas agarró su rifle y se agachó. La bala había interceptado en el hombro de la mano derecha de Michael, y por ello, la pistola había salido disparada unos centímetros. El soldado gritaba del dolor, mientras la sangre salía a borbotones del hombro derecho.

-Lucas, vete por favor…-dijo con mucha debilidad. A pesar de ello, la pierna que pisaba el detonador no se había movido nada en todo ese tiempo-. Quiero que le entregues la cadena a Layla, por favor, es mi último deseo. Y otra cosa…-dijo Michael de espaldas a Lucas-, gracias por todo, amigo… ¡VETE!

Lucas cerró el puño con la cadena, posteriormente se la guardó en su bolsillo y echó un último vistazo a su amigo, que estaba medio arrodillado en la arena del desierto. Esa era la despedida, una triste despedida… Empezó a correr hacia la luz de los ordenadores portátiles de los operarios, cuando sonó otro disparo. La bala había impactado sobre la pierna derecha del Michael, la que pisaba el detonador. Lucas saltó todo lo que pudo y dio vueltas en el suelo, pues esperaba que hubiese una gran explosión; pero no ocurrió nada de eso. ¡Los operarios habían desactivado las minas!

Cuando Lucas pudo mirar hacía donde estaba su amigo, pudo ver, con la poca iluminación que otorgaba la luna, que estaba arrastrándose por la arena, luchando por vivir. Su cara, empapada del sudor y las lágrimas, demostraba dolor, mucho dolor, aunque no lo dijera, pues no tuviera fuerzas para ello. Lucas se incorporó lo más rápido que pudo y fue corriendo hacia su amigo. Se encontraba muchos obstáculos por el camino: las arenas del desierto, Orlando que le pedía que parase, sus propios pensamientos, su mujer… Pero debía seguir adelante, debía salvar a Michael. Cuando ya estaba a unos diez pasos, se lanzó en plancha para llegar tumbado hasta su amigo. Se impulsó un poco más y agarró la mano del soldado con la suya; después se ayudaría con la otra para ir acercándolo hacia él; pero todos sus esfuerzos fueron en vano. De repente, un cuarto disparo sonó. Lucas oyó el impacto tan próximo que creyó que le habían alcanzado, pero cuando subió la vista vio que Michael yacía muerto en la arena, con un impacto en la cabeza. A pesar de la oscuridad, gracias a lo cerca que estaba pudo ver con claridad el agujero del impacto de la bala en occipital del cráneo. Lucas, impotente, agarró por última vez la mano de su amigo con fuerza y se incorporó tan raudo como pudo. Agarrando la M16 con las dos manos empezó a disparar hacia todos los lados, gritando. Un nuevo impacto de un rifle llegó a escasos centímetros de su pie. Por ello, freno su rabia y empezó a correr, alejándose del lugar. Fue zigzagueando por el ancho desierto; mientras tanto, el francotirador disparaba al soldado, sin dar en el blanco, aunque muchos disparos quedaban bastante cercanos a su objetivo. Todos los soldados estaban ciegos en ese momento, y estaban siendo atacados por un francotirador que los tenía a todos a la vista. Estaban en clara desventaja, y para evitar más bajas, los soldados se habían ya montado en el vehículo. Orlando estaba esperando a su amigo, y mientras buscaba por la montaña algún lugar donde estuviera el enemigo. Lucas continuó zigzagueando hasta que se acercó a su amigo el mexicano.

-¡Vamos, vamos, vamos!-le ordenó Lucas para que corriera hacia el vehículo.

Los disparos cesaron, pero ellos no pararon de correr hasta montar en la cabina trasera del coche número 1. Tan rápido como subieron, el vehículo se puso en funcionamiento, y a unos cien kilómetros por hora, abandonó el área de peligro.

Continúa...

(III) PARTE I: Contacto

INTERIOR DE LA URO MT-149-AT, CAMIONETA DEL EJÉRCITO-De camino a Qandahar. Sur de Kabul (Afganistán). 21.14 horas.

Las camionetas eran las URO MT-149-AT, unos vehículos del ejército de tierra, de origen español. En éstos cabían hasta 10 personas más los conductores. Tenían una cabina reforzada y una especie de carpa cubierta con una tela donde se encontraban los soldados. Las ruedas eran muy resistentes, y estaban hechas para poder circular sobre tierra, en especial sobre tierra del desierto.

A pesar de ser un vehículo muy seguro y amortiguado, daba verdaderos saltos cada vez que las ruedas atravesaban un montículo de arena, aunque en cuestión de segundos todo volvía a la normalidad. En el coche número 1 iban Lucas y Michael, en el número 2 iba Orlando. Michael a pesar de su corta edad, conoció a Lucas el año pasado, en 2008, en una misión de paz en Irak. Era el primer viaje del joven y Lucas estuvo ahí para tranquilizarle y guiarle en los malos momentos. Se habían hecho amigos de verdad, y desde ese momento no perdieron el contacto; incluso Michael invitó a Lucas y su familia a Nueva York, a su casa. Allí, Lucas conoció a Layla, una mujer norteamericana de color, que era novia del soldado desde hacía un año. Después de esa visita, las cosas empeoraron entre Layla y Michael hasta el punto de que su relación acabó. Hasta eso era lo último que conocía Lucas.

-¡Ey, tío!, ¿qué tal va todo con Layla?-le preguntó Lucas al estadounidense, aprovechando que estaba de buen humor.

-¡Ah, es cierto, colega!-le dijo, entusiasmado-. Lo mío con Layla ha vuelto a su cauce-le dijo riendo-. Desde la última vez que hablamos las cosas habían acabado; pero hace dos meses volvimos y ahora estamos mejor que nunca. Con decirte que nos vamos a casar.

-¡Enhorabuena!

-Gracias. Y además, hay otra noticia: Layla está embarazada, así que ya no vas a ser el único que tenga un retoño en su casa del que presumir-al decir esto, a Michael se le iluminó la cara al completo, sus ojos demostraban felicidad y ganas de vivir.

Por cosas como ésta, Lucas muchas veces se había planteado dejar el ejército. Son muchos los sentimientos que se viven a la vez en una misión, y todos son malos. La suerte que él tuvo fue que nunca, durante los nueve meses de embarazo de su mujer, fue llamado para una misión, pero sí después del nacimiento de su pequeña. Irte del mundo sin poder ver crecer a tu hija era algo muy doloroso, pero más era irte del mundo sin poder verla si quiera nacer. Lucas miró a su amigo, y con una sonrisa le dio unas palmadas en la espalda.

De repente, el vehículo paró en seco. Como ocurre normalmente, en un frenazo brusco los cuerpos tienden a tambalearse hacia algún lado. Tras la fuerte acometida, los soldados empezaron a preguntar qué demonios había pasado. Llevaban unos diez minutos circulando, y llegar a Qandahar les llevaría una media hora. Estuvieron sin saber nada en cinco minutos, y eso empezó a sacar de sus papeles a los soldados. Pero en un momento dado, la puerta de la cabina se abrió y un enfermero ayudó a subir a un niño de unos doce años de edad. Por su cara parecía cansado, muy débil, y estaba bastante pálido.

-Le encontramos tirado en el camino. No ha respondido a ningún nombre, pero le llevaremos en cuanto podamos a un centro médico. Por el momento se queda con nosotros-dijo el enfermero.
Lucas le miró mientras el profesional le auscultaba. Por sus rasgos parecía ser musulmán. De repente, sin previo aviso, el niño empezó a tener convulsiones, tan fuerte que la cabina empezó a tambalearse. En ese momento, unos cuantos soldados se levantaron para ayudar al enfermero con el enfermo. Pero de repente, una lluvia de sangre salió disparada de la boca del joven, y fue a parar principalmente a la cara del enfermero y de los soldados que estaban más cercanos. Seguido de eso, el joven frenó sus abatidas. Todos estaban muy nerviosos. El enfermero se secó la sangre y tomó el pulso al niño. Estaba muerto… Cogieron unas mantas y le taparon, para que el viaje, dentro de lo terrible que estaba siendo, fuera lo menos posible. Los que habían sido salpicados se secaron la sangre, y esperaron a que el enfermero les dijera algo.

-No creo que haya de qué preocuparse. Tenía toda la pinta de una hemorragia interna debido a mucho tiempo sin líquidos. De todas formas, todos los que aquí estamos, y principalmente, los que nos hemos salpicado, pasaremos por un control médico nada más llegar al centro.

Tras las palabras del enfermero, se hizo el silencio de nuevo. Todos estaban algo aturdidos por lo que había pasado, y sobre todo debido a que era un niño, lo cual entristecía más. En países subdesarrollados, como era el caso de Afganistán, los niños y los ancianos eran los principales afectados de las enfermedades, la pobreza, el hambre y las guerras.

Pasaron unos veinticinco minutos desde el incidente, y en el coche número 1 no se había abierto la boca. En el coche número 2 estaban confusos, pues llegaba algo de información, pero poco coherente. Cuando por fin el vehículo paró, habían llegado a su destino: las afueras de Qandahar.

Continúa...

(II) PARTE I: Contacto

EXTERIORES-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 21.00 horas.

Desde que a las 20.00 horas les comunicaran su participación en la misión, todos y cada uno de los veinte seleccionados, recogieron sus pertenencias, sus objetos personales de un valor incalculable, que les daban suerte o por lo menos fuerza en los momentos duros de la vida. La cobertura no había vuelto, y ello había llenado de indignación a los soldados, pues a veces no se sabe cuándo es el último adiós.

Antes de subir en las camionetas, los soldados habían pasado por la armería para coger el inventario básico. Cada uno llevaba su pistola reglamentaria, su machete, y su M4, aunque los francotiradores, como Orlando llevaban un rifle de asalto Sniper, Stery Scout, de origen australiano. Es un arma muy efectiva, ya que podía cargar hasta 5 balas y disparar a 400 metros de distancia.

Lucas, había mirado por última vez si su pistola y su M4 estaban cargadas. Cuando lo comprobó, miró por última vez la hora en su teléfono móvil, aprovechando para ver si tenía algo de cobertura; pero no. Guardó su teléfono móvil y se dirigió a la camioneta, que esperaba ya rugiendo motores. Tanto él como todos sabían que su vida colgaba de una cuerda muy tensa, que podía romperse en cualquier momento, y es ahí cuando la vida se aproxima al vacío, a la oscuridad…

Continúa...

(I) PARTE I: Contacto

El silencio. Es un concepto que no tiene mucho secreto, y es algo que mucha gente desea tener en ciertos momentos de su vida. A veces el silencio tranquiliza, otras veces no tranquiliza tanto; es más, otras veces, el silencio significa enfado, o sin más, no tener ganas de hablar. En este caso, el silencio era lo único que estaba en la habitación. Era un habitáculo oscuro, de unos 6 metros cuadrados; suficiente para descansar sobre una cama de espuma algo desgastada. La persiana estaba bajada, y el silencio estaba acompañado de oscuridad. Nada de luz entraba por los pequeños agujeros de la persiana.

Era de noche.

Algún grillo alguna noche había roto el silencio de la habitación, pero esta noche no había pasado. Lucas no podía oír nada del exterior. Su subconsciente estaba en otro lugar, un lugar donde había vida, amor, calor familiar, lejano de la soledad que había pasado las últimas 36 horas. Aparecía una casa muy luminosa, con abundantes cuadros por la pared, todos con fotos de personas, que aparentaban estar felices. Parecía que era él el que estaba andando por esa casa, de repente vio algo que le hizo recordar que ésa era su casa, donde vivía con su mujer y su hija. Había visto sus condecoraciones del ejército colgadas en la pared del salón, encima de la chimenea, demostrando hasta donde llegaban sus límites de superación. De manera inconsciente fue subiendo las escaleras de su casa hasta que accedió al pasillo del segundo piso. De repente, vio que salía humo negro de un pequeño espacio de la puerta de una de las habitaciones. En ese momento, como si sus oídos hubieran estado taponados, le vino un grito muy fuerte de la habitación. La voz era de una mujer… ¡su mujer! Corrió, y se acercó a la puerta. Justo al lado había una puerta de color rosa claro donde había unas letras de tamaño medio: ANGY. Se apresuró a abrir la puerta de la que salían los gritos, pero en cuanto puso la mano en el pomo notó un dolor que le llegó hasta lo más profundo de su alma. Su mano estaba achicharrada, con una quemadura de segundo grado que le dolía más que si le estuvieran clavando mil clavos. Golpeó la puerta, y en ese momento aguzó el oído y pudo oír por detrás de los agudos gritos de socorro de su mujer, los llantos de su pequeña Ángela. Su mujer, Ana, gritaba una y otra vez su nombre, y a pesar de desear entrar no podía. Todo se silenció de repente. Las llamas dejaban de rugir aterrorizando, su hija dejaba de llorar. Sólo podía oír su nombre repetidas veces, y la mayoría rebotaban en su cabeza. “Lucas, Lucas, Lucas…”

-… Lucas, Lucas…-seguía oyendo; pero esta vez la voz era más grave. Además su cuerpo se veía sacudido una y otra vez. Todo oscureció, y en cuestión de segundos se hizo la luz…

La luz del sol había irrumpido en la habitación como un huésped no deseado. Los ojos de Lucas, aunque intentaron abrirse, se cerraban, y eso era superior a sus fuerzas. Cuando pasó un tiempo, pasaron todos los procesos bioquímicos desencadenantes y su vista se pudo acostumbrar a la luminosidad, pudo ver una figura de pie a su lado. Era su amigo Carlos (o Charlie, como le llamaban sus amigos), que estaba vestido con su uniforme de militar. El traje era un uniforme táctico completo en camuflaje Rayas Tigre de desierto, con dos bolsillos a la altura del pecho y otros dos en las mangas, un cuello chino que facilitaba el acoplamiento de chalecos de cualquier tipo, y destacaba del mismo una placa de color blanco a la altura del pecho, donde detallaba su nombre y apellidos: CARLOS MOLINA SÁNCHEZ. Además, a la altura del bíceps tenía una cinta con los colores de la bandera española. Era de tez morena, ojos azules y pelo castaño claro. Ancho de hombros, presentaba un cuerpo de grandes magnitudes, que daban a entender a simple vista la magnitud de su fuerza.
-Ya era hora, macho, no había ni dios que te levantara-le soltó, prestando una sonrisa con su dentadura blanca-. En diez minutos en el salón de reuniones-y tras eso desapareció a toda prisa por la puerta metálica de la habitación de Lucas.
Lucas tenía 27 años, los mismos que Carlos. Era de complexión más delgada, aunque estaba bastante fibroso. Todos los años en el ejército le habían dotado de una musculatura y resistencia increíbles. Era de tez morena, y de ojos marrón oscuro. Tenía la zona de la mandíbula muy marcada (un rasgo que a su mujer le gusto bastante de él), y tenía una barba corta, bastante cuidada. Se irguió de la cama y estiró la espalda, que ya se estaba resintiendo de dormir en ese colchón de espuma tan aplastada que parecía que dormía encima del somier. Se levantó de la cama y se aproximó a un pequeño lavabo que tenía en la habitación. Aunque la habitación era pequeña contaba con las cosas principales para poder habitar en un lugar: cama, mesita al lado de la cama, lámpara de noche de la mesita, un lavabo con un jabón y un pequeño armario donde guardar todas sus pertenencias. De repente sintió un escalofrío al recordar el sueño que había tenido, y se miró la mano para confirmar que todo había sido un sueño. Su mano estaba bien. Se lavó la cara, y seguidamente se aproximó a llamar a su mujer. Cogió el móvil y vio que no tenía cobertura. Dio un golpe al aire, indignado, y lo depositó en su bolsillo. A continuación se puso la chaqueta del uniforme y salió de la habitación hacia la sala de reuniones.

SALA DE REUNIONES-Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán). 07.00 horas.

Cuando Lucas abrió la puerta de la sala ya había reunidos allí cientos de personas, sentadas en sus respectivos asientos. Todos le miraron, pues la puerta hablaba por sí sola del chirrido que metía al abrirse.

-Llega tarde, soldado-dijo el teniente Hopkins, que estaba sentado presidiendo la mesa.

Lucas, al que no le gustaban las multitudes, y era bastante tímido, buscó la manera de escapar de la vista de todos los presentes en la sala. Vio entre la multitud sentada un sitio libre al lado de su amigo Carlos, muy cercano a la puerta. Cuando se sentó vio una placa sobre la mesa donde ponía su nombre: LUCAS RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ.

-Muy bien, señores, ya que estamos todos reunidos, comenzaremos la reunión pues-empezó a hablar el teniente-. Seguro que están un poco desconcertados debido a que hace dos días estaban en sus casas tan tranquilamente viviendo con sus familias. Todos ustedes se comprometieron con su trabajo y ahora es la hora de demostrarlo. Se mirarán entre ustedes y seguramente ni la mitad se conocen, y es lógico. Aunque están vestidos con los mismos uniformes son exclusivamente formalidades de los militares. Es muy normal que no se conozcan ya que no sólo son militares los que se encuentran en esta sala, sino que señores militares, están acompañados por los científicos más importantes del mundo. Muchos son Médicos, Biólogos, Químicos, Físicos, Veterinarios… Y se preguntarán debido a qué mezclan la ciencia con el ejército en éste apartado lugar del mundo.-El teniente Hopkins juntó las manos y bajó la cabeza; seguidamente subió la cabeza y se dispuso a seguir hablando-: Todo esto tiene una explicación, y es muy sencilla-. Seguidamente, el teniente Stuart Hopkins se aproximó a un atril que tenía encima un mando a distancia. Lo cogió y apuntó a una malla blanca que colgaba del techo por un rudimentario mecanismo. Un proyector se puso en funcionamiento dejando un sonido de vuelta de hélice del ventilador que se extendía por la instancia. Una luz que salía del mismo alumbró la malla blanca.

-Hace tres días recibimos noticias desde el Pentágono sobre unos rumores de que Osama Bin Laden había estado en Qalät, cerca de Kabul.

-¿Cómo qué rumores?-dijo uno de los científicos, incrédulo-. ¿El Pentágono funciona ahora como los periodistas de la prensa rosa del mundo, sólo captan rumores y los transmite sin contrastar?

El científico que había hablado era Marcus Petroff, un Médico de la Universidad de Bergen, en Noruega. Era Microbiólogo y tenía a sus espaldas importantes proyectos de investigación, muchos de ellos conseguidos, y otros en pleno desarrollo. Era un hombre de unos sesenta años, con una barba blanca que le cubría casi toda la cara. Apenas se le notaban las arrugas de la cara, pero sí que destacaban sus ojos azules, nórdicos.

-Correcto, doctor. Pero no me ha dejado terminar. Tras esto, aunque el Pentágono se alarmó, no se conformó, así que desplazó una unidad hasta Qalät. Preguntaron a las autoridades, y éstas no conocían nada del tema. Cuando ya tenían todas las esperanzas perdidas, informaron de la llegada al pueblo de un hombre que decía haber vista a Bin Laden. Las tropas se dirigieron hacia el hospital donde el hombre estaba siendo tratado por un ataque de ansiedad. Pero, señores, antes de que pudieran entrar por la puerta del hospital, una bomba estalló e hizo que el hospital se derrumbara en cuestión de minutos. Se contaron centenares de muertos-el teniente dejó el mando encima del atril. Puso cara de seriedad, y les miró fijamente uno por uno, otorgando segundos de incertidumbre. El teniente Hopkins era un estadounidense de cincuenta y dos años, de piel clara y pelo canoso. Era un hombre muy serio, y lo estaba demostrando en todo momento-, y esta noticia creo que la conocen, pues ha recorrido la prensa de todo el mundo.

-Entonces, no se conoce nada de nada, ¿verdad teniente?-preguntó uno de los militares de la sala.

-No se están dando pasos de gigante; pero para eso estamos nosotros aquí-dijo el teniente. A continuación agarró de nuevo el mando y apuntó a la malla blanca iluminada. Pulsó uno de los botones, y seguido de un “clic” apareció en la malla la imagen de un hombre de rasgos árabes. Muchos científicos susurraron-. Lo sé, lo sé… A lo mejor no todos conocían a este hombre, pero para aquellos que no lo sepan era Alharab Bujhadi, un científico especialista en armas bioterroristas-el silencio se hizo en la sala-. No fue casualidad que este hombre muriera en el atentado del hospital. Desde que este hombre llegó al hospital hasta que pasó el atentado pasaron unas seis horas, suficientes para que aquellos que quisieran acabar con el científico lo hicieran sin prisas y con efectividad. Con esto les quiero decir a todos que el objetivo principal era Alharab, y también todos aquellos que supieran lo que les había contado, es decir, todos los trabajadores de las dependencias sanitarias. Cumplieron con su cometido, y lo que ese hombre tenía pensado contar se fue con él para siempre-Hopkins pasó otra diapositiva. La nueva diapositiva mostraba un paisaje desértico, y una montaña a lo lejos que no se veía muy bien debido a que el calor había difuminado la imagen-. Esta imagen que ven, no parece más que una simple fotografía que echaría un turista en el desierto. Pero no. Tras investigaciones se han llegado a esclarecer muchas incógnitas. Empecemos por la primera: el científico muerto llegó a las dependencias hospitalarias algo magullado, con un ataque de ansiedad importante, según se obtuvo de unos documentos que se recuperaron del hospital; también tenemos los testimonios de unos enfermeros que le atendieron horas antes del atentado, y que ahora están protegidos por la CIA, por lo que mantendremos el anonimato de éstos sujetos. Los enfermeros en cuestión comentaron que el hombre no paraba de nombrar la palabra “virus”. Esto alarmó a los enfermeros; pero tras las pertinentes pruebas microbiológicas se demostró que el hombre estaba sano. También tenemos los testimonios de unos comerciantes que se dirigían en camello a Qalät y vieron al hombre llegar desde el sur del pueblo, es decir, desde Qandahar.

-Podría haber venido desde otro pueblo del sur, y no precisamente de ese-dijo otro militar de la mesa.

-No-respondió rotundamente uno de los científicos, Rick Salazar-. Según los datos que poseo, el día del que hablamos era un día muy caluroso. Las temperaturas rozaban los 47 ˚C, y ningún ser humano puede aguantar horas andando a esa temperatura sin agua ni nada, y se lo digo yo que soy médico. El cuerpo pierde casi toda el agua que conserva y los órganos se colapsan. Es una muerte muy dolorosa, no se la recomiendo-el doctor se reclinó sobre su silla, indicando que había terminado.
-Correcto. El doctor Salazar se ha adelantado, pero les iba a explicar los fundamentos de los datos. Ahora sabiendo que estaba demostrada la teoría de que el científico venía desde Qandahar, debíamos relacionarle con el lugar. Buscamos todos los datos de su vida, y ¡sorpresa!: vivía en Nueva York, junto con su mujer y sus tres hijos adolescentes. Buscamos las fechas en las cuales viajó a Afganistán y en ningún vuelo databa su nombre ni el de ningún familiar. Su estado actual era parado, así que existen muchas incógnitas por resolver.

-Muy, bien, teniente, pero ¿qué hacen los científicos aquí?-preguntó Carlos.

-Los científicos están aquí debido a que se baraja que nos podemos estar enfrentado a una posible organización bioterrorista. Ellos conoces los virus y los organismos etiológicos de las enfermedades, y sus curas. Además, son los mejores de la profesión, y en caso de sufrir un ataque la posibilidad de obtener una vacuna efectiva es muy corta. Ahora, señores, el asunto queda en manos de nosotros, los militares. Tenemos que rodear la ciudad sin causar mucho jaleo, y adentrarnos para poder investigar dónde estaba éste hombre antes de llegar Qalät. Muy bien, hasta aquí la reunión de hoy. Los militares saldrán primero pues se les dará un manual acerca de la misión. Gracias, y buenos días.

En esos instantes, el silencio se rompió. La multitud empezaba a moverse de sus asientos. Se oían con una elevada frecuencia la veintena de pisadas de las personas de la sala a la vez. Lucas, que había prestado atención de todo, deseaba poder charlar del tema con sus compañeros. Pero antes de eso tocaba desayunar, y tras recibir los manuales, todos se dirigieron hacia la cafetería del Centro Militar Estratégico.

Cuando llegaron Lucas y Carlos a la cafetería, estaba atestada de gente. De repente entre la multitud oyeron sus nombres. Eran sus compañeros que ya estaban sentados en una mesa y les había reservado unos asientos. Eran tres varones y una mujer asiática. El que les dirigía hacia la mesa era un joven de color llamado Michael, un estadounidense. Era bastante delgado, pero a pesar de ello había demostrado anteriormente su valía en la guerra. Era un cachondo en potencia, y animaba todos los cotarros. Tenía 23 años, al igual que Orlando, mexicano, de tez morena, de pelo moreno y cuerpo atlético. Shu, de 22 años de edad era la más joven del grupo. Su cuerpo musculoso y atlético le daba una figura de lo más sexy. Muchos de los chicos estaban locos por sus huesos, y deseaban tener algún que otro escarceo con ella, pero era una chica con el corazón ocupado. Sus rasgos asiáticos le daban una belleza fuera de lo normal, que junto con su piel blanca y su pelo negro le otorgaban un toque de genialidad importante. Por último quedaba el noruego, Chuck (al cual le llamaban “barrilete”, debido a su afición por la cerveza). En esos instantes, el nórdico sostenía en su mano una jarra de cerveza y se disponía beber. Era pelirrojo, y siempre llevaba un pañuelo rojo en la cabeza. Tenía una barba pelirroja, algo descuidada, y su complexión no era atlética, ya que portaba una barriga prominente no muy común entre los soldados; pero era uno de los más buenos dentro de la gama de edad de los cincuenta años.

Carlos y Lucas se sentaron, dejaron los manuales sobre la mesa y escucharon la conversación que estaban teniendo sus compañeros.

-Dudo muchísimo que el Pentágono ni la CIA sepan nada de esto-decía Orlando.

-Hola, chicos, os estábamos esperando-les dijo Michael, y después se giró y llamó al camarero. El hombre se aproximó a la mesa-. A mí lo de siempre-y lo de siempre era unos huevos con beicon al puro estilo estadounidense.

-Unas tostadas con aceite y tomate-pidió Lucas, marcando el puro estilo mediterráneo.

-Yo una de lo mismo-pidió Carlos.

Los demás pidieron sus desayunos, y en general, no solían cambiar de menú. Cuando el camarero se marchó continuaron hablando:

-Sea como sea nos toca ser el sacacorchos que quite el tapón atascado-dijo metafóricamente Shu.

-Según este manual saldremos esta noche a las 21: 00-dijo Chuck malcarado-. Joder, ya nos han jodido la noche.

-¡Brindo por eso!-exclamó Michael con tono optimista.

Lucas estaba ojeando el manual. Por lo que había leído, aún no se había constatado nada, y solamente se tenía supuestos. Uno de ellos era que Alharab Bujhadi podría estar trabajando en algún laboratorio clandestino dirigido por Bin Laden, y destinado a la producción de armas bioterroristas. Recogía datos de aquí y de allá, su vista no paraba de repasar las letras del manual. De repente sintió una vibración en uno de sus bolsillos. Sacó el móvil y vio reflejado en la pantalla el nombre de “ANA”, su mujer. Se levantó de la mesa y se excusó enseñando el móvil. Despareció de la cafetería lo antes posible y salió del barullo. Era una videollamada. Las videollamadas eran una opción de los nuevos móviles que otorgan a la gente poder hablar y verse al mismo tiempo. No lo dudó, aceptó la llamada, y tras unos segundos, recibió lo que esperaba: la preciosa cara de su mujer y la de su hija de tres años, Angy. Ana tenía la misma edad que él, era castaña clara, de piel suave y clara, y con unos enormes ojos verdes que atontaban a cualquiera que la mirase fijamente. Era muy extrovertida, y aunque algo cortada, esa mezcla de timidez y atrevimiento que tenía en ciertas ocasiones le había gustado siempre de ella. Su hija, Ángela, aunque aún era muy pequeña, había salido a su padre en todo, ya que era morena y con los ojos marrones, algo que a él no le había gustado de sí mismo; pero al verlo en su hija no dudaba de que fuera la más bella del planeta.

-Hola, ¿qué tal estas?-le preguntó Ana sonriente.

-Puff-suspiró Lucas-, echándoos de menos a las dos.

-Si sólo llevas dos días fuera, Lucas. ¿Sabéis algo ya de por qué os mandaron tan a prisa para allá?

-Sabes, cariño, que no puedo decirte nada hasta que se haya completado la misión, sólo puedo decirte que la misión comienzo hoy a las 21.00 horas. Lo siento, de verdad, ya sabes cómo va esto…

-No te preocupes, sé muy bien cómo va. Lo supe y lo sé, y a pesar de eso estoy contigo-rio, y Lucas le devolvió otra sonrisa.

-¿Cómo estáis? ¿Angy se encuentra mejor?-preguntó Lucas, algo preocupado-. Antes de que se fuera, su hija había empezado a tener fiebres muy altas.

-Ayer fuimos al médico y me dijeron que era un virus del resfriado común, no te preocupes. Le mandaron un jarabe y ya parece que está mejor, ¿a que sí?-preguntó Ana a su hija con tono muy cariñoso. Ángela, sonrió al mirarla a la cara. Lucas deseaba estar allí con ellas y poder darlas un par de besos a ambas; pero su situación, desgraciadamente, no era esa.

-Deseo poder estar allí, en casa, durmiendo sobre una cama de verdad. No puedes imaginarte qué mal se duerme en ese pedazo de espuma, parece mentira que esto sea el ejército-negó con la cabeza indignado.

-¿Sabéis algo acerca del atentado en el hospital?

-Algo sabemos, pero entre uno de los objetivos de la misión está solucionar el misterio del atentado. ¿Dónde cenaréis hoy?-esa pregunta no era una tontería, ya que normalmente, todos los viernes acostumbraban a comer en casa de sus amigos Carlos y Marga.

-Pues vendrá Marga a casa a cenar. Le he dicho que si se quería quedar a dormir y no le ha importado, al fin y al cabo, las dos estamos solas ahora mismo. El sábado se irá temprano, dice que tiene que hacer unas cosillas.

De repente, la imagen desapareció. Lucas miró la pantalla del móvil, y vio que no había cobertura. La verdad es que no estaban muy bien preparados en ese centro, ya fuera en comunicaciones así como en alojamiento. Intentó llamarla pero no había cobertura de red, así que desistió y guardó de nuevo su teléfono en el bolsillo. Se dirigió de nuevo a la cafetería, donde aún estaban sus compañeros tomando el desayuno. Michael estaba haciendo movimientos espasmódicos, pues estaría contando alguna batallita o algún chiste, ya que los oyentes de alrededor se estaban partiendo de risa. Cuando se acercó todos le miraron.

-¿Qué tal Ana?-le preguntó Carlos.

-Bien, me ha dicho que esta noche cenará con Marga, y que Marga se quedará a dormir.
-Ok, ya me quedo más tranquilo, porque eso de que estén solas me preocupa mucho.
-Tranquilo, a mí también.

-Aquí estaba Michael contándonos sus batallitas.

La mañana prosiguió de la misma manera que siempre. Terminaron de desayunar, y se dirigieron al campo de tiro. Allí todas las mañanas practicaban tiro, e incluso cuando no había mucha gente practicando solían hacer competiciones de tiro al blanco, y siempre ganaba Chuck, que tenía una nota de 9.8 sobre 10 en tiro al blanco con su Smith & Wesson M29. “Esto es un 44 Magnun, el revólver más potente del mundo. ¿Quieres comprobar si hoy es tu día de suerte?”, decía “Harry el sucio”, interpretado por Clint Eastwood, en una de las películas que lo catapultó al estrellato. Era un revólver extremadamente potente, que te echaba unos pasos hacia atrás cuando disparabas un proyectil. Fabricada en 1955 en Estados Unidos, era un arma de corto alcance, con capacidad para 6 balas y con un peso de 1,33 kgs, por lo tanto, un arma bastante pesada. Pero Chuck llevaba toda su vida con ella, y ni el peso ni el retroceso se hacían notar cuando estaba en acción. Los demás llevaban una Beretta, la típica recortada con la que se aprende en el ejército. La verdad es que podrían haber elegido otra diferente pero no lo habían querido ninguno del grupo. Además, en el inventario básico de un soldado se encontraba la Carabina M4, un fusil de asalto automático que tuvo un protagonismo trascendental en la guerra de Afganistán y Vietnam, y su origen es exclusivo de los estadounidenses. Se encuentra entre las armas más pasadas del mundo, con 3,1 kilogramos con el cargador. Es un fusil de asalto derivado de la M16 que admite cargadores de 30 balas, de puntería menos precisa y menor alcance eficaz dado a que tiene un cañón corto, pero adecuada a las distancias de combate habituales, es más maniobrable en combate a corta distancia al ser más compacta y ágil al movimiento debido a su tamaño. Además, llevan una mochila con cargadores tanto para la pistola como para el fusil, y en la pierna derecha llevaban un machete de unos diez centímetros de largo, y con una hoja muy afilada. Allí estuvieron practicando hasta que llegó la hora de la comida.
El tiempo fue pasando muy rápidamente, y cuando menos se lo esperaban llegaron las 20.00 horas. Justo en ese momento, cuando todos los relojes marcaron la hora, una bocina empezó a retumbar por todo el centro. Tras unos segundos que estuvo sonando, apareció una voz de varón que resultaba muy parecida a la del teniente Stuart Hopkins.

-“Que todos los soldados se dirijan hacia el campo de tiro. Repito. Que todos los soldados se dirijan al campo de tiro”-posteriormente, la voz desapareció.

Lucas había estado mirando el móvil durante horas en su habitación, y aún seguían sin cobertura. Normalmente, acostumbraba a hablar con su mujer justo antes de embarcarse en una misión, le decía todo lo que sentía por ella, y sobre todo que no estaba enfadada con ella por nada. Esta vez no podía ser. Sin más dilación, se guardó su pistola y salió a toda prisa de la habitación. Los pasillos estaban atestados de soldados, que como él se dirigían hacia el campo de tiro, donde les había dicho que se reunieran. Por el camino se fue reuniendo con su grupo de amigos.
Por fin llegaron a su destino. Allí, estaba el teniente Hopkins junto con otros grandes cargos. Detrás de ellos había dos camionetas del ejército, en los cuales cabían unas diez personas. Lucas dedujo de manera rápida que les habían reunido allí para seleccionar los que irían a la misión, pues sólo podían ir veinte, y allí había unas cien personas.

-Buenas noches-comenzó el teniente-. Seré rápido y no me andaré con rodeos. Espero que todos se hayan leído el manual que se les entregó esta mañana. Pero esto que va a ocurrir no estaba en el mismo. Como pueden haber deducido, las camionetas que están detrás de nosotros sólo admiten un total de veinte personas, y esas veinte personas están entre ustedes. Esta noche será el primer contacto, y esperamos poder obtener suficiente información. A continuación nombraré aquellos que han sido seleccionados, y éstos deberán estar a las 21.00 horas aquí. Los demás pueden darse por salvados…, de momento-seguidamente, el teniente empezó a nombrar a los soldados que estaban incluidos en la misión.

Lucas y todos estaban expectantes. Muchas veces había experimentado esa reacción a lo largo de su vida como militar. Antes de comenzar una misión se planteaba qué estaba haciendo con su vida; pero seguidamente, le venía el recuerdo de que estaba en ese lugar para poder servir a su país, y para proteger a los que quería. El miedo que tenía era que podría irse a la misión sin haber hablado por última vez con Ana, y su futuro en cada misión era una verdadera incógnita. Orlando fue elegido, Michael también. Y ya cuando parecía que iba a terminar, en posición decimo novena sonó su nombre. No miró a ningún lado, sabía perfectamente donde estaba, sabía perfectamente qué había jurado hacer, sabía perfectamente por qué razón había decidido acceder a ser soldado, y sabía perfectamente los peligros que ello conllevaba.

Continúa...

A los fans del género, en especial, y a todos en general...

Espero que os esté agradando la novela. Me entretiene mucho escribir, y creo que la mejor manera de ver si a uno se le da bien es haciendolo. Por ello, aquí os he puesto a vuestra disposición mi primera novela de terror, donde plasmo mi verdadera satisfacción por los zombies.
La valoración de público es lo más importante a la hora de sacar adelante un proyecto, así que lo dejo en vuestras manos. Espero que colaboreis.

Atentamente, Fer.


Un pequeño GRAN empujón...

Desde Amanecer Zombie, NEO ha tenido la grandiosa idea de hacer una entrada donde incluye a autores independientes, como mi caso y otros amigos (Plaguelanders, es un claro ejemplo), denominado "Especial Relatos Zombies V 1.0". No lo dudéis, entrar y conocer otras historias. Es una ayuda muy importante, una iniciativa que se valora pero mucho.

¡¡Gracias!!

"Sin palabras"

Un estudioso, es más, un profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, el Dr. Steven C. Schlozman de la escuela de Medicina, no duda de que pueda darse en algun momento un Apocalipsis Z.
Enlace: http://trabucle.com/profesor-de-harvard-un-apocalipsis-zombie-podria-ser-posible/