La puerta se cerró tras de sí. Todo estaba en silencio. Casi todo el mundo estaba en sus habitaciones, durmiendo. La vida en el centro nunca acababa; siempre quedaba gente en la cafetería, en la enfermería, en el gimnasio. Lógicamente, los operarios, los que vigilaban los exteriores, ésos no paraban en todo el día.
Se dirigía a las duchas. Las duchas eran muy amplias, y lógicamente, estaban separadas según los sexos para cuidar la intimidad de los soldados. Además, había unos vestuarios antes de entrar. Como se podía observar, la vida en el centro intentaba ser lo más acogedora posible, dentro de las limitaciones que estar allí conllevaba. A medida que se acercaba a su destino, una y otra vez el estómago le daba vueltas. Estaba pensando en lo que le diría al teniente Hopkins, y en cómo éste se lo tomaría. Se paró en seco. Había decidido ir a hablar con el teniente tan rápido como pudiera; pero el olor a sudor sacudió sus mejillas como tortazos. Se lo pensó mejor y decidió ir a ducharse antes de hablar con su superior.
Pasaron diez minutos desde que se duchó. El agua caliente de la ducha había apaciguado su interior, y la rabia se había esfumado, más bien ahora le quedaba fatiga, cansancio muscular. Antes de salir de las duchas dejó la ropa sucia en un cajón, junto con otros tantos uniformes sucios. El servicio de lavandería pasaba cada mañana a recogerlos, y se les daban otros nuevos. Ahora estaba tranquilo, tal vez antes se había precipitado al pensar lo de actuar, tal vez no debiera actuar, tal vez debiera quedarse en su habitación esperando, paciente, que les dijeran que tenían que hacer. O tal vez no… Esa idea imperó en la cabeza de Lucas, que salió de las duchas con un único fin: actuar por su cuenta.
Eran casi las dos de la mañana y quería encontrar al teniente Hopkins, aunque imaginaba que estaba durmiendo en su habitación. De todas formas quería hacer las cosas rápido; pero bien. Pensó en buscarle directamente en su habitación, pero decidió ir mejor a preguntar al centro de mandos a ver dónde estaba. No estaba muy lejos de allí. La entrada estaba dotada de dos puertas de acero, blindadas. A la derecha había un monitor donde estaban los mandos para abrir la puerta. Tenía seguridad; pero en esos momentos, la luz verde que salía del monitor informaba que estaba abierta. Así que pulsó el botón, y el monstruo metálico se abrió ante sí.
Continúa...
Se dirigía a las duchas. Las duchas eran muy amplias, y lógicamente, estaban separadas según los sexos para cuidar la intimidad de los soldados. Además, había unos vestuarios antes de entrar. Como se podía observar, la vida en el centro intentaba ser lo más acogedora posible, dentro de las limitaciones que estar allí conllevaba. A medida que se acercaba a su destino, una y otra vez el estómago le daba vueltas. Estaba pensando en lo que le diría al teniente Hopkins, y en cómo éste se lo tomaría. Se paró en seco. Había decidido ir a hablar con el teniente tan rápido como pudiera; pero el olor a sudor sacudió sus mejillas como tortazos. Se lo pensó mejor y decidió ir a ducharse antes de hablar con su superior.
Pasaron diez minutos desde que se duchó. El agua caliente de la ducha había apaciguado su interior, y la rabia se había esfumado, más bien ahora le quedaba fatiga, cansancio muscular. Antes de salir de las duchas dejó la ropa sucia en un cajón, junto con otros tantos uniformes sucios. El servicio de lavandería pasaba cada mañana a recogerlos, y se les daban otros nuevos. Ahora estaba tranquilo, tal vez antes se había precipitado al pensar lo de actuar, tal vez no debiera actuar, tal vez debiera quedarse en su habitación esperando, paciente, que les dijeran que tenían que hacer. O tal vez no… Esa idea imperó en la cabeza de Lucas, que salió de las duchas con un único fin: actuar por su cuenta.
Eran casi las dos de la mañana y quería encontrar al teniente Hopkins, aunque imaginaba que estaba durmiendo en su habitación. De todas formas quería hacer las cosas rápido; pero bien. Pensó en buscarle directamente en su habitación, pero decidió ir mejor a preguntar al centro de mandos a ver dónde estaba. No estaba muy lejos de allí. La entrada estaba dotada de dos puertas de acero, blindadas. A la derecha había un monitor donde estaban los mandos para abrir la puerta. Tenía seguridad; pero en esos momentos, la luz verde que salía del monitor informaba que estaba abierta. Así que pulsó el botón, y el monstruo metálico se abrió ante sí.
Continúa...
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