El teniente, tras haber visto las imágenes sentía que le faltaba el aire. No sabía qué hacer. Nadie le había avisado de que estuviera reinando el caos en Qandahar. Le deberían de haber avisado ya que en esos casos, tanto las autoridades como el ejército debían de estar avisados antes que los medios. Nadie sabía nada. “Bueno, ahora sí; nosotros”, pensó.
Le habían llevado directamente al Centro de Control. Requerían su presencia de inmediato. Decían que habían visto una persona en el exterior que se había agolpado frente a la puerta de la entrada al centro. La sala era bastante pequeña. Según se adentraba, daba con unos monitores cargados de mandos con millones de botones. Subía unas escaleras pequeñas, y estaba en otra plataforma con los mismos mandos que abajo; a diferencia de que tenía más botones y pantallas de mayor tamaño. Ahí estaba él, desconcertado entre tanta pantalla luminosa.
-Mire ahí, señor-le indicó un soldado que estaba sentado frente a los monitores.
Hopkins miró a la pantalla. Era de las grandes, y la imagen era de color verde, ya que como era de noche, sólo podían ver en detalle con visión nocturna. Efectivamente, como le habían comunicado, vio a un sujeto de unos treinta años, musulmán, que golpeaba la puerta metálica con todas sus fuerzas. No se oía sonido; pero estaba seguro de que gritaba con toda su alma. Parecía que huía, que estaba sufriendo. ¿De qué huía? A lo lejos, vio que se acercaban otras tres personas corriendo fuera de sí. En poco tiempo los tendrían en la puerta. Tal vez el hombre huía de ellos, pero…, no estaban armados, no tenían aspecto de militares. Debía actuar.
-Abran la puerta, salvaremos a ese hombre-decidió Hopkins. Se frotó los ojos. Estaba cansado.
“Clic”
El soldado pulsó el botón que abría las puertas de entrada. Las puertas del infierno se estaban abriendo.
Continúa...
Le habían llevado directamente al Centro de Control. Requerían su presencia de inmediato. Decían que habían visto una persona en el exterior que se había agolpado frente a la puerta de la entrada al centro. La sala era bastante pequeña. Según se adentraba, daba con unos monitores cargados de mandos con millones de botones. Subía unas escaleras pequeñas, y estaba en otra plataforma con los mismos mandos que abajo; a diferencia de que tenía más botones y pantallas de mayor tamaño. Ahí estaba él, desconcertado entre tanta pantalla luminosa.
-Mire ahí, señor-le indicó un soldado que estaba sentado frente a los monitores.
Hopkins miró a la pantalla. Era de las grandes, y la imagen era de color verde, ya que como era de noche, sólo podían ver en detalle con visión nocturna. Efectivamente, como le habían comunicado, vio a un sujeto de unos treinta años, musulmán, que golpeaba la puerta metálica con todas sus fuerzas. No se oía sonido; pero estaba seguro de que gritaba con toda su alma. Parecía que huía, que estaba sufriendo. ¿De qué huía? A lo lejos, vio que se acercaban otras tres personas corriendo fuera de sí. En poco tiempo los tendrían en la puerta. Tal vez el hombre huía de ellos, pero…, no estaban armados, no tenían aspecto de militares. Debía actuar.
-Abran la puerta, salvaremos a ese hombre-decidió Hopkins. Se frotó los ojos. Estaba cansado.
“Clic”
El soldado pulsó el botón que abría las puertas de entrada. Las puertas del infierno se estaban abriendo.
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