Primer contacto: Lo que pasó en el Centro Militar Estratégico. Kabul (Afganistán)
IV
Por suerte ninguno tenía claustrofobia, aunque es verdad que se agobiaron en un primer contacto. La excepción fue Jones, que había estado recorriendo el centro por los conductos un poco antes y ya tenía ganada la experiencia. Avanzaban arrastrándose boca abajo, llevándose hacia delante con el impulso de de los pies y los brazos. Había curvas constantemente, lo cual les dificultaba el paso y les frenaba. Tras la primera de las curvas ya estaban fuera de la enfermería y llegaron a los pasillos. En su paso, miraron por la rejilla. Era un escenario dantesco de sangre y vísceras por todos los lados. Hopkins recordaba cómo el joven que intentó entrar en la enfermería para protegerse gritaba lleno de dolor y terror. Le entraban escalofríos al ver el reguero de sangre que había dejado. Se arrepentía una y otra vez de lo que hizo. Entonces, se le heló la sangre. Los demás seguían deslizándose por el conducto, pero él paró en seco. Uno de esos infectados, una cocinera, con su bata y delantal tintados de rojo, miraba al teniente, con los ojos inyectados en sangre y respirando muy rápido. Fueron momentos muy tensos, se miraron fijamente durante unos segundos, que parecieron horas. Después, la mujer se marchó veloz a lo largo del pasillo. Hopkins volvió a recuperar la normalidad y empezó a moverse de nuevo. Le costó alcanzar a los demás, pero lo logró.
Continuaban deslizándose, todo el rato desplazándose por encima de los pasillos. Veían pasar corriendo a los infectados de un lado para otro, buscando, sin orientación, sin apenas pensamientos. Vagaban por los pasillos, como animales, bajo sus instintos más primitivos: el hambre. De vez en cuando gemían, como enfadados, y retomaban la marcha, buscando. Su conducta era digna de estudio. Eran exactamente iguales a cualquier animal salvaje, que buscaba la presa para hincarle el diente. Se cruzaban unos con otros y no se decían nada. Además, se reconocían, pues son se atacaban. Por lo que habían visto, cuando atacaban lo hacían en grupo o bien en solitario. En sí, el atacar en grupo era debido a sus ansias de hambre, no a que hubiera una colectividad ni cooperación.
Hopkins y los demás sabían perfectamente que ellos eran las presas y los de ahí abajo los cazadores, y que fueran tantos les complicaban las cosas el doble. No quedaba ningún rincón en el centro con gente “normal”. Estaban por todas partes.
De nuevo, Hopkins pensó en lo que le decía su familia cuando se cachondeaba de lo poco que hacía en su trabajo. Negaba con la cabeza, e incluso se reía, pensando en lo que les diría. Cuando el teniente oía los pasos de los infectados debajo suyo se estremecía. No sabía si los oían, ni siquiera si los veían, aunque le inquietaba cada vez más aquella cocinera que se le quedó mirando.
-Estamos llegando-les dijo Jones, girando un poco la cabeza.
Se deslizaron un poco más hasta que llegaron a la rejilla donde terminaba el conducto, a metros de la salida del Campo de Tiro. Jones miró a través de la rejilla. No había nadie, tampoco oía a nadie. Agarró la rejilla y empezó a tirar hacia arriba con fin de levantarla. De improvisto, el conducto empezó a tambalearse de un lado a otro. Todos se alarmaron. Daniela gritaba a causa de las sacudidas. Petroff se intentaba agarrar a las paredes del conducto. Jones blasfemaba, intentando aguantar las fuertes sacudidas. Hopkins se había golpeado en la cabeza y estaba algo aturdido. A medida que iba volviendo a la normalidad, oyó detrás del estrépito del metal, los bramidos coléricos de un infectado. Miró hacia detrás. No había nadie. Las sacudidas eran cada vez más fuertes. El teniente oyó como uno de los tornillos que unía las piezas del conducto se desprendía de su agujero. Se estremeció más aún.
-¡Están intentando tirar abajo el conducto de ventilación!-gritó Hopkins.
-¡Dios santo!-exclamó el doctor.
Jones miró por la rejilla y vio como detrás, justo de donde venía el estrépito, se iban agolpando cientos de infectados. Pudo ver las piernas de un infectado colgando en el aire que se tambaleaban de un lado a otro. Unos cuantos infectados, agarraron las piernas del que estaba colgado y tiraban con fuerza hacia ellos. En eso momento, Jones y los demás notaron como el metal empezaba a ceder hacia abajo.
-¡Vamos a caer!-gritó de nuevo Hopkins.
Continuará...
Continuaban deslizándose, todo el rato desplazándose por encima de los pasillos. Veían pasar corriendo a los infectados de un lado para otro, buscando, sin orientación, sin apenas pensamientos. Vagaban por los pasillos, como animales, bajo sus instintos más primitivos: el hambre. De vez en cuando gemían, como enfadados, y retomaban la marcha, buscando. Su conducta era digna de estudio. Eran exactamente iguales a cualquier animal salvaje, que buscaba la presa para hincarle el diente. Se cruzaban unos con otros y no se decían nada. Además, se reconocían, pues son se atacaban. Por lo que habían visto, cuando atacaban lo hacían en grupo o bien en solitario. En sí, el atacar en grupo era debido a sus ansias de hambre, no a que hubiera una colectividad ni cooperación.
Hopkins y los demás sabían perfectamente que ellos eran las presas y los de ahí abajo los cazadores, y que fueran tantos les complicaban las cosas el doble. No quedaba ningún rincón en el centro con gente “normal”. Estaban por todas partes.
De nuevo, Hopkins pensó en lo que le decía su familia cuando se cachondeaba de lo poco que hacía en su trabajo. Negaba con la cabeza, e incluso se reía, pensando en lo que les diría. Cuando el teniente oía los pasos de los infectados debajo suyo se estremecía. No sabía si los oían, ni siquiera si los veían, aunque le inquietaba cada vez más aquella cocinera que se le quedó mirando.
-Estamos llegando-les dijo Jones, girando un poco la cabeza.
Se deslizaron un poco más hasta que llegaron a la rejilla donde terminaba el conducto, a metros de la salida del Campo de Tiro. Jones miró a través de la rejilla. No había nadie, tampoco oía a nadie. Agarró la rejilla y empezó a tirar hacia arriba con fin de levantarla. De improvisto, el conducto empezó a tambalearse de un lado a otro. Todos se alarmaron. Daniela gritaba a causa de las sacudidas. Petroff se intentaba agarrar a las paredes del conducto. Jones blasfemaba, intentando aguantar las fuertes sacudidas. Hopkins se había golpeado en la cabeza y estaba algo aturdido. A medida que iba volviendo a la normalidad, oyó detrás del estrépito del metal, los bramidos coléricos de un infectado. Miró hacia detrás. No había nadie. Las sacudidas eran cada vez más fuertes. El teniente oyó como uno de los tornillos que unía las piezas del conducto se desprendía de su agujero. Se estremeció más aún.
-¡Están intentando tirar abajo el conducto de ventilación!-gritó Hopkins.
-¡Dios santo!-exclamó el doctor.
Jones miró por la rejilla y vio como detrás, justo de donde venía el estrépito, se iban agolpando cientos de infectados. Pudo ver las piernas de un infectado colgando en el aire que se tambaleaban de un lado a otro. Unos cuantos infectados, agarraron las piernas del que estaba colgado y tiraban con fuerza hacia ellos. En eso momento, Jones y los demás notaron como el metal empezaba a ceder hacia abajo.
-¡Vamos a caer!-gritó de nuevo Hopkins.
Continuará...
1 comentarios:
Estos zombies son mas inteligentes que el resto xD
Dios eso me pone los pelos de punta
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