Un estudio clandestino de los bioterroristas desatará el Apocalipsis Z

SINOPSIS

Un grupo de militares altamente cualificados ha sido llamado para aclarar y solucionar un sospechoso caso de bioterrorismo en Afganistán. Sus pasos llegarán hasta una ciudad del país, Qandahar, en la cual se vieron los terroristas por última vez. Sería sencillo. Entrar, sacar a los terroristas y destapar toda la trama; pero a sus espaldas el ser humano está siendo sacudido por el peor captor jamás pensado: el propio ser humano, sediento de carne humana con vida.

(XVI) PARTE I: Contacto

CHUCK, CARLOS Y STEVE-Qandahar (Afganistán). 03. 42 horas

Acababan de despedirse del otro grupo cuando Steve empezó a tener un temblor en las piernas, no tan fuerte como para derribarlo. Aún oían los pasos del otro grupo y los suyos, mezclados en la oscura noche, allí en Qandahar, a medida que se adentraban en una oscuridad aterradora. Chuck lideraba el grupo, a pesar de una pequeña disputa que tuvieron él y Carlos antes de partir sobre cuál era el más apto para ello. El primero había justificado su larga y labrada experiencia en esas misiones, y el madrileño, Carlos, había justificado su juventud y su buen estado físico.

Finalmente, el noruego se salió con la suya y lideró la comitiva de los tres. Carlos estaba al final y Steve en medio. El novato ahora sentía miedo, y ese estallido de orgullo que tuvo en la camioneta se esfumó por completo dejándole lleno de temblores por todo el cuerpo.

Ellos, a diferencia del otro grupo se habían introducido directamente en la ciudad. No había absolutamente nadie. En cualquier otro momento, algún coche estaría paseando por las viejas carreteras de la ciudad, pero ese día todo estaba desierto. La visión reducida de la linterna de la M4 únicamente le dejaba ver lo que había por delante a un metro de distancia. La luz de la luna iluminaba el lugar, aunque no era suficiente.

Chuck y el resto, a medida que se iban adentrando en la ciudad veían más absurdo el continuar allí sin poder ver prácticamente nada. Pensaban que las cosas iban a ser diferentes, ya que nadie les había avisado de que hubiera pasado algo en Qandahar. Era sencillo, y si en su paso por la ciudad les ponían alguna que otra queja tenían el respaldo de la OTAN que había autorizado su inclusión en la ciudad. Algo estaba pasando. Era como si todo el mundo, sin excepción, se hubiera marchado de Qandahar; pero sin razón, al menos, aparente.

Estaban andando por la carretera. No sabían cuan largo era el camino hasta el centro de la ciudad, pero según el plano que había mirado Chuck no quedaba muy lejos. Allí estaba el hospital, donde tenían que dirigirse. De repente, la carretera se desviaba a la derecha, hacía una curva y seguía de frente. A pesar de ello, Chuck vio ante sí acera, y por ello abandonó la carretera. No había ningún cartel, o por lo menos no lo vio, pero estaba seguro casi al cien por cien de que habían llegado a centro de la ciudad.

Continuaron avanzando sin decir ni una palabra. Apuntaba casi en un mismo segundo a la izquierda, a la derecha, al frente y hacia abajo con fin de poder estructurar en su cabeza un mapa de donde estaba pisando. Pero algo rompió el silencio. Parecía algo que estaba chocando de manera sinfónica contra el suelo; parecían unas pezuñas, y se estaba acercando. Chuck les hizo una indicación de que parasen detrás de él; después se adelantó solo. Aunque Carlos susurró algo, Chuck no lo oyó o no quiso oírle. Se estaba perdiendo en la oscuridad, y casi ya no se apreciaba su figura, solamente, la escasa luz de la linterna marcaba su posición, aunque ésta iba siendo más tenue por momentos. El ruido se iba haciendo cada vez más fuerte, y sin lugar a dudas sentenció que eran pezuñas de algo que se acercaba hacia él. Sin más, Carlos y Steve vieron como el punto luminoso en la oscuridad se movía de un lado a otro; luego se estabilizaría. La luz no se movía. Carlos y Steve estaban viviendo unos momentos de incertidumbre que les estaban agujereando por dentro. Después la luz se movió de nuevo. El halo luminoso ganó diámetro; Chuck se acercaba.

Así fue, Chuck volvió de una pieza; pero no vino solo, si no que a su lado estaba un perro de tamaño grande. Era un Galgo Afgano, un perro de origen Afgano y por ello tenía ese nombre. Esos perros son perros con un pelo largo y sedoso, y debido a ello rebosaban elegancia, lo cual les posicionaba en el ranking de los perros más atractivos y bonitos del mundo. A pesar de su elegancia, esos perros son inteligentes y muy veloces como galgos que son, pudiendo alcanzar hasta los 60 kilómetros por hora y mantenerlos por mucho tiempo sin presentar cansancio. El perro afgano que Chuck traía consigo tenía el pelaje de color beige y no presentaba mucha elegancia que digamos. A pesar de ello parecía un perro muy bueno, pues cuando vio a Carlos y Steve meneaba el rabo, contento. El perro se alzó sobre sus patas traseras, mientras que las delanteras las puso sobre las rodillas de los soldados.

-Pensábamos que te había pasado algo-le dijo Carlos a Chuck.

-Tranquilo, cuando a mí me pase algo estaremos realmente jodidos. Mira primero por ti, si no mira detrás de ti, ahí estaré yo para salvarte el culo-expresó con arrogancia Chuck.

Steve estaba ausente, acariciando al perro; mientras, entre ambos soldados se estaba formando un ambiente de tensión electrizante. Nunca Carlos y Chuck habían coincidido en nada y por ser tan iguales no se llevaban bien. Estaban en el grupo por tener amigos comunes, pero su relación no era especial, por lo menos en apariencia, según demostraban ambos en su forma de comportarse el uno con el otro.

El perro, a pesar de su descuidado aspecto tenía un collar, por lo que tenía dueño. De repente, el perro afgano se empezó a poner algo nervioso, fuera de control, y empezó a ladrar como un poseso. Les estaba ladrando a ellos, o tal vez a otra cosa. Daba saltos con sus patas traseras, se daba la vuelta, y volvía a mirar a los soldados. El perro estaba intentando indicarles un lugar diferente al que estaban, y debido a ello, desapareció en la oscuridad. Steve y Carlos se movilizaron, pero vieron ante sus caras el brazo autoritario del noruego.

-El perro no debe desviarnos de nuestro objetivo.

-Perdona, pero el perro tal vez nos quiere llevar con su amo. Tal vez así tendremos alguien con quien hablar. Ve tú y espéranos en el hospital-seguido de eso, Carlos golpeó el brazo de Chuck y empezó a trotar tras el perro.

Steve se perdió en la oscuridad, siguiendo desde cerca al madrileño. El noruego, que se había quedado en medio de la nada experimentando un sentimiento de rabia y bajeza, sintió inseguridad…; tal vez miedo al sentir la oscuridad en todos lados.

“¿Miedo?”, se dijo, riendo a carcajada en su interior. “Imposible”, se dijo finalmente. Cuando se decidió a seguir el pequeño halo de luz que se alejaba, notó que algo se movía cerca. Se frenó y apuntó a todos lados. Nada. Serían imaginaciones, nada más. Allí no había nadie, aunque ahora sí: ellos y el perro.
Fueron momentos de angustia, ya que estaban corriendo detrás de un perro muy veloz. Cuando le perdían de vista, el perro volvía, ladraba y seguía trotando. Chuck, que corría como un poseso para coger a sus compañeros notó más que nunca el azote de la edad, y los excesos con la cerveza y los puros. De repente, Chuck sintió que la luz se paraba, y a cada momento que iba avanzando se hacía más grande el halo luminoso. Cuando se acercó finalmente, sus compañeros estaban pasmados mirando a lo que a él le parecía el horizonte oscuro. Pero no era así. Ante ellos, e iluminado con la poca luz de las tres linternas y la luz de la luna, podían ver el caótico paisaje que estaba frente a sus narices. Tres coches estrellados, unos tras otros. Las llantas estaban desperdigadas por todos lados, las lunas del primer coche siniestro estaban destrozadas y los cristales bañaban el suelo. Al parecer, había sido un choque en cadena, y el propulsor del incidente fue el coche estrellado contra la farola, que se había inclinado cuarenta y cinco grados. La vista no les alcanzaba más allá, pero podían imaginar que la multitud de coches siniestrados se iría sumando a una lista desorbitada, llena de hojalata inservible. A pesar de ello, no había gente ni dentro ni fuera de los coches.

De nuevo, el perro afgano les llamó la atención. Sin decir ni una palabra, le siguieron. A diferencia de lo que pensaban no estaban solos, pues una presencia les estaba pisando los talones.

Chuck y los demás no paraban de pensar en qué demonios estaba pasando en esa ciudad y en qué demonios estaba pensando ese perro. No podían ignorarlo, ya que si lo hacían el perro ladraba y llamaba la atención de aquellos que hubieran originado el caos en Qandahar. Primero cumplirían los deseos del animal, luego solucionarían lo que tuvieran que hacer allí en la ciudad.

Por fin llegaron a donde el animal quería llevarlos. Era una casa de unos dos pisos, no muy llamativa, como el resto de las casas. La puerta estaba cerrada, las ventanas rotas aunque hubo algo que los sorprendió sobremanera, y fue el ver las ventanas tapadas con tablones de madera. Los cristales de todas las ventanas estaban hechos añicos y los pedazos reposaban en el suelo. Chuck y los demás no pudieron reprimir la sensación de escalofrío que les recorría el cuerpo al ver lo que estaba ante sus ojos. Desde que habían estado en Qandahar no habían visto ninguna casa con las ventanas tapiadas. Pero recordaron que con el caos de la plaza podían encontrarse con cualquier cosa.

El perro insistió para que le siguieran hacia otro lado de la casa. Los soldados siguieron al perro hasta la entrada de la casa. Cuando alumbraron la puerta de madera se quedaron helados. La puerta estaba arañada, golpeada, astillada. Alguien la había aporreado. Además, había sangre en el pomo, pero ya estaba seca. Eso terminó de alarmar a Chuck, que les dijo a los demás:

-Aquí está pasando algo gordo. Debemos entrar en la casa.

Carlos asintió. Le indicó que él abriría la puerta, para que Chuck se preparara para lo que fuera. El noruego asintió y apuntó con su arma a la puerta de madera, esperando que el madrileño abriera la puerta. Justo detrás, Steve apuntaba con su pistola, a la vez que sostenía la linterna con la otra mano. Carlos inició la cuenta atrás con los dedos.

Uno…
Dos…
Tres…
¡Ya!

Carlos giró el pomo y tiró de la puerta. Una sensación de excitación y miedo recorrió su cuerpo y el de los demás. No pasó nada. La puerta no cedió en absoluto; estaba fuertemente cerrada desde el otro lado. Steve suspiró, aliviado.

-Plan B-dijo Chuck.

Tras eso se echó unos pasos hacia atrás, se inclinó un poco y empezó a correr hacia la puerta. Cuando estaba muy cerca, levantó la pierna derecha, y como una lanza la dirigió hasta el centro de la misma. Un fuerte estruendo a madera resquebrajándose llenó la oscuridad, y en un instante la puerta había cedido. El cerrojo estaba destrozado a un lateral de la puerta, y se había llevado consigo parte del cerco de la misma. Todo estaba oscuro dentro de la casa. Aún así, se decidieron a entrar; pero antes el perro se perdió en la oscuridad de la vivienda.

Era una casa con dos pisos, no muy grande por cada piso. Con la poca luz que alumbraba la linterna se alumbraba gran parte de la sala. Habían perdido el rastro del perro, pero le terminarían encontrando, la casa no era muy grande al fin y al cabo.

-Nos separaremos-ordenó Chuck-. Carlos revisa la sala en la que estamos. Steve, revisa las habitaciones de esta planta. Yo iré a arriba.

-De acuerdo. Ten cuidado-le deseó Carlos.

Steve, temeroso, asintió. Por dentro estaba deseando gritar y salir corriendo a la camioneta, pisar el acelerador y nunca más pisar esa ciudad fantasma. Pero no era así. Aún estaba al lado de Carlos antes de que éste se perdiera revisando la sala, cuando le dijo:

-Ey, novato, menudo primer día, ¿eh?-le dijo con una pequeña carcajada-. No temas, si pasa algo grita…, yo que sé, lo típico, socorro o ayuda. Ahora, ¡a trabajar!-exclamó entusiasmado.

Steve asintió ya que las palabras no le salían. Carlos desapareció de su lado, aunque sabía que aún estaba allí por la luz que alumbraba la linterna. El novato, al que le temblaba el pulso sujetaba el arma muy débilmente. A medida que daba un paso sabía que Carlos estaba más lejos y él más cerca de algo desconocido. De repente, oyó las pezuñas del perro, no muy lejos de allí.

-Vamos pequeño, ¿dónde estás?-susurró con la voz temblorosa.

Continuó avanzando y aumentando descaradamente el miedo de su interior. Llegó a su máximo pico cuando vio gotas de sangre en el suelo. Paró en seco y apuntó a todas parte a su alrededor. Las piernas empezaron a temblar a un ritmo frenético, que él no podía controlar.

-Carlos-susurró a un tono, aparentemente alto, aunque no se daba cuenta que el miedo le estaba paralizando las cuerdas vocales.

Al repetirlo cinco veces más sin obtener respuesta se agarró a la pizca de valor que le quedaba y continuó examinando. Ahora apuntaba más al suelo que al frente, y temía darse con algo de bruces; pero la sangre que estaba repartida en el suelo le llamaba más la atención que otra cosa. Las gotas iban creciendo de diámetro a medida que avanzaba, casualidad que era hacia donde se oían las pezuñas del animal raspando contra algo. Las gotas se acababan justo donde estaba el perro. El perro afgano estaba arañando una puerta de madera que estaba completamente llena de sangre. El pomo tenía sangre, e incluso la madera estaba manchada con una palma carmesí.
En ese momento Steve casi pierde la consciencia. Todo esto era nuevo para él, eran situaciones nuevas, lejos del calor y el sonido del ventilador del ordenador. No sabía cómo actuar. Quería volver con Carlos, comentárselo y que éste solucionara lo que había; pero en ese instante recordó las palabras de su padre humillándolo. Se llenó de rabia. Luego de valor. Se adelantó hasta la puerta y empezó a abrirla.
La puerta cedió sin problemas. Steve la empujó con la pierna lentamente a la vez apuntaba con la linterna con una mano y con la pistola con la otra. El perro afgano quedó detrás, meneando el rabo en círculo, contento.

“Contento”, pensó Steve. “Yo estaría contento abrazando y besando a mi novia ahora mismo, maldita sea”, se dijo una y otra vez, arrepintiéndose.
Abrió la puerta del todo y se dispuso a adentrarse. Su corazón latía, frenético, y su valor se extinguía por momentos. Empezaba a arrepentirse de lo que había hecho, y de nuevo se repitió lo feliz que sería con su novia ahora mismo. Todo estaba oscuro. El perro se adentró en la habitación. Apuntó con la linterna hacia la derecha: ¡sangre!

Al frente más sangre.

A la derecha…,¡un hombre!

Había un afgano sentado en el suelo. Su aspecto era deplorable: estaba sentado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, las piernas estiradas en el suelo, con la ropa ensangrentada y con la barbilla apuntando al suelo. Steve miró más en detalle y vio de dónde venía la sangre: el cuello carecía de un pedazo de carne, y la sangre estaba saliendo a borbotones, caía por el hombro, parte de ella iba al suelo y parte bañaba la ropa blanca, ahora rojiza. El perro estaba a su lado, lamiéndole la cara. Steve se fue acercando poco a poco para intentar auxiliarlo.

“Respira”, se dijo, con algo de esperanzas.

El hombre movía la caja torácica muy poco, por lo cual debía de estar dando las últimas. Se fue acercando más y más, y vio en detalle la gravedad de la herida. Le habían arrancado de un bocado unos cuatro centímetros de epidermis, habían penetrado en la dermis y habían desgarrado alguna arteria importante.

-¡Perdone, me oye!-se oyó con la voz quebradiza a sí mismo.

En ese instante vio cómo el hombre subía la cabeza. Estaba totalmente pálido, con los labios morados y la mirada perdida. Al ver lo grave que estaba, Steve guardó el arma y aceleró el paso. Pero el afgano con la poca fuerza que le quedaba levantó el brazo derecho, que tambaleaba de un lado para otro, y en cuya mano portaba una pistola. Steve frenó en seco, paralizado por el terror de que lo estuvieran apuntando. Sus piernas pesaban toneladas y no podía dar ni un paso. El hombre, tras decir algo en árabe disparó sin contemplaciones; después, el arma se precipitó al suelo, su brazo dio una fuerte sacudida, y su cuerpo cayó hacia un lado. Estaba muerto.

Steve dio un respingo al oír el proyectil, la luz dejó de apuntar hacia el hombre y perdió la coordinación. Sintió un fuerte dolor en todo el cuerpo, como si le hubiesen atravesado el alma. El miedo se extinguió, la luz también, y solamente quedaron los vagos recuerdos de su novia, que le sonreía, enamorada.

Continúa...

3 comentarios:

irakolvenik dijo...

El pobre hombre sabía algo que los militares desconocen... Que es mejor estar muerto que lo que le esperaba después...
(Aunque... ¿realmente es así? Ya sé que los zombies no parecen muy felices pero tal vez pueda ser incluso divertido, podrías vengarte de todos aquellos que te hicieron putadas en vida...)

Un saludo!

Fer dijo...

El pobre hombre... Sí es cierto, que mejor manera de vengarte de todos los que te hicieron mal siendo un zombie devorador de carne al que no pueden matar si no es con un diparo en la cabeza. Es cruel, jaja.
Espera a ver que pasa!!
No te dejará indiferente.

angela dijo...

hola a todos: solo queria comentar que es la primera vez que veo este blog y la historia me esta cautivando y obsesionando sobremanera.soy una especie de friki de las historias de terror y sobre todo de zombies y esta historia es de las mas alucinantes que he leido. mis felicitaciones y q sepas q con tu edad estas a la altura de muchos prestigiosos escritores de terror.

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A los fans del género, en especial, y a todos en general...

Espero que os esté agradando la novela. Me entretiene mucho escribir, y creo que la mejor manera de ver si a uno se le da bien es haciendolo. Por ello, aquí os he puesto a vuestra disposición mi primera novela de terror, donde plasmo mi verdadera satisfacción por los zombies.
La valoración de público es lo más importante a la hora de sacar adelante un proyecto, así que lo dejo en vuestras manos. Espero que colaboreis.

Atentamente, Fer.


Un pequeño GRAN empujón...

Desde Amanecer Zombie, NEO ha tenido la grandiosa idea de hacer una entrada donde incluye a autores independientes, como mi caso y otros amigos (Plaguelanders, es un claro ejemplo), denominado "Especial Relatos Zombies V 1.0". No lo dudéis, entrar y conocer otras historias. Es una ayuda muy importante, una iniciativa que se valora pero mucho.

¡¡Gracias!!

"Sin palabras"

Un estudioso, es más, un profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, el Dr. Steven C. Schlozman de la escuela de Medicina, no duda de que pueda darse en algun momento un Apocalipsis Z.
Enlace: http://trabucle.com/profesor-de-harvard-un-apocalipsis-zombie-podria-ser-posible/