Un estudio clandestino de los bioterroristas desatará el Apocalipsis Z

SINOPSIS

Un grupo de militares altamente cualificados ha sido llamado para aclarar y solucionar un sospechoso caso de bioterrorismo en Afganistán. Sus pasos llegarán hasta una ciudad del país, Qandahar, en la cual se vieron los terroristas por última vez. Sería sencillo. Entrar, sacar a los terroristas y destapar toda la trama; pero a sus espaldas el ser humano está siendo sacudido por el peor captor jamás pensado: el propio ser humano, sediento de carne humana con vida.

(XIX) PARTE I: Contacto

LUCAS, SHU, ORLANDO Y SAMANTHA-Qandahar (Afganistán). 04.10 horas

Este silencio no era como el que notaba cada vez que apagaba las luces en su habitación y se tumbaba en la cama. El silencio del lugar donde estaban no le tranquilizaba lo más mínimo. Lucas, después de haber corrido despavorido de algo que no había visto, había ordenado que sus compañeros apagaran las luces de las linternas. Después, les guió hasta un rincón, cercano a la pequeña caseta de donde seguía saliendo un pútrido olor. Estaban entre medias de la caseta y la casa, con lo cual, la poca luz de la luna no penetraba hasta ellos, y así no los delataría su posición. Se posicionaron de la manera más rápida en posiciones un tanto incómodas; aún así no debían hacer el más mínimo ruido.

Cuando Lucas les había dado la voz de alarma, los demás no entendían la razón, pero no tuvieron duda de que estaba justificada por la cara desencajada que traía. Sin rechistar las apagaron y se escondieron donde el madrileño les dijo. Poco después, entendieron cuál era la razón del terror que llevaba Lucas en su cara, pues miles de pasos, a toda velocidad, pisoteaban el suelo, extendiendo un temblor que les hacía hasta tambalearse.

Si intentaban decir algo, Lucas les chisteaba con fuerza, impidiendo soltar ni una palabra. Los pasos se multiplicaban por cada segundo que pasaba, y cada segundo que pasaba multiplicaba la intensidad de las pisadas. No había duda de ello, eran muchísimos. Tras los pasos, que no cesaron en unos minutos, se oyeron respiraciones muy fuertes y roncas, que venían desde lo más profundo de la laringe. También había pasos, pero eran lentos.

Estaban a oscuras desde que se escondieron en el hueco entre las casas, y el sentido de la audición multiplicó su eficacia por mil, haciéndoles oír cada uno de los detalles sonoros del lugar. No sabían si los extraños visitantes les veían, pero por el tiempo que llevaban allí metidos parecía que la vista no era su fuerte. Lógicamente, y por lo que habían llegado allí era por el oído. Pero había algo más inquietante en esos seres que les rodeaban, y era su olfato. Se oía continuamente como intentaban olfatear en todas direcciones; pero tampoco conseguían nada.

En esos pocos minutos que llevaban escondidos habían pasado por su cabeza miles de cosas. En primer lugar su vida, su mujer y sus hija, y lo feliz que sería con ellas, haciendo cualquier cosa. En segundo lugar se arrepentía una y otra vez de sus arrebatos de ira, ya que gracias a él y sus brillantes ideas, todos estaban metidos en un buen lío. Él sabía que sus amigos no le iban fallar de ninguna manera, pero la confianza que le tenían tal vez les había puesto en un gran aprieto. Pero, más que nunca deseo estar allí, perdido en la oscuridad de Qandahar, él solo. También pensó en Carlos y los demás, y de cómo estarían, comparando como estaban ellos.

En ese pequeño escondite que les separaba de esos visitantes extraños se oía todo con detalle. Si se movía, si se paraban, si olfateaba, e incluso se oía el sonido del choque de los dientes en el abrir y cerrar de boca. Eso les preocupaba a todos, pues si ellos les oían tan bien, tal vez ellos les oyeran igual o mejor. No podían hacer nada que les fuera a delatar, ningún movimiento, nada de nada…

Y de repente, sonó un ruido muy cerca. Lucas, que era el que estaba más cerca de la salida del escondite, notó las piedras pequeñas en la bota y el polvillo en la cara. Uno de ésos seres estaba a escasos centímetros de él; pero no sabía cuántos exactamente. Se cuerpo se ruborizó súbitamente, y empezaron a temblarle un poco las piernas. Detrás, sus compañeros se inquietaron tanto o más que él. En ese momento, mejor que nunca pudo oír la forma que tenían de olfatear. Al igual que como hace un perro cuando olfatea, éstos individuos cogían y soltaban aire unos cien veces por minutos. Estaban buscándoles, y eso le llenaba cada vez más de horror a Lucas. Además olían a mucho a sangre y a suciedad, que se mezclaban con el olor a podredumbre del ambiente.

Sujetaba su fusil, y tenía una pistola; pero a pesar de ello se sentía como una hormiga a punto de ser pisada por una enorme zapatilla del número 44. Intentó frenar su respiración acelerada por la situación, y deseó que sus compañeros detrás hicieran lo mismo. La situación era insostenible, tanto como la posición que había tomado desde que se metieron, ya que era tan mala que los músculos empezaban a pinzarle, regañándole. Algunos de ellos se habían colocado de mejor manera, pero no era su caso y el de la doctora, que aguantaba, las oleadas de lágrimas y gritos que la venían desde lo más profundo de su cuerpo. Los que eran militares no eran más duros que una doctora, empapada siempre con libros y pipetas en el laboratorio. Todos flojeaban, y estaban horrorizados por los seres desconocidos que les rodeaban, y que cada vez tenían más cerca.

Tras estar escuchando su respiración rápida durante unos minutos de tensión, el individuo se marchó de su lado, más lejos. Imploró, por tanto, un estado de tranquilidad escaso pero suficiente. Recordaba uno a uno todas las respiraciones que emitía y que sabía que les buscaban, y tampoco podía borrar el olor que emitían a sangre. Pero la tensión había pasado por el momento.

Mientras disfrutaban de esos momentos de tranquilidad, la doctora O´donell sosegaba su yo interior y la tensión se acumulaba en los músculos de la mandíbula, que la presionaban, fuertemente. Ahora quedaba esperar hasta que se cansaran de buscarlos, aunque por las ansias con que olfateaban, se temían que no se fueran a ir tan pronto, y menos con las manos vacías.

De repente, y fuera de su control, el agudo y ensordecedor sonido de llamada del códec se extendió desde su escondrijo hasta los oídos de cada uno de los individuos que estaban buscando al grupo. Lucas sintió que se desvanecía en cuanto oyó la primera sintonía del aparato, pero desafortunadamente seguía despierto para ver lo que se les avecinaba. Los demás sintieron escalofríos insistentes por todo el cuerpo, y cuando oyeron definitivamente la voz de guerra de sus captores, las lágrimas de muchos salieron disparadas, con ganas.

Lucas apagó el códec, sin siquiera mirar quien había sido; aunque ya era muy tarde. Los ensordecedores gritos coléricos de los visitantes fueron lanzados hacia ellos como un anzuelo. Lucas, aturdido psíquica y físicamente, empezó a notar el desaliento en su cuerpo y también en el de sus compañeros. Quería llorar, gritar, salir corriendo, pero no tenía ojos en la penumbra en la que estaban sumidos. Todo pasaba muy lentamente, incluso los gemidos y las pisadas de los visitantes que casi tenían encima. Notó como la sangre se le helaba, notó frío, notó la muerte desde muy cerca…, notó que alguien desde detrás salía del escondite. No veía nada, no sabía quién era, no reaccionó.

-¡Orlando!-oyó el grito desgarrado de Shu desde detrás.

Ahora sí que reaccionó. En muy poco tiempo, y como una estampida notaba los pasos ya encima; pero una luz en medio de la nada los frenó, y miraron hacia la misma. Era Orlando que había encendido la linterna de la M4. Con lo que alumbró, pudo ver desde su posición sólo seis de ésos visitantes, ensangrentados, magullados, y de todos los sexos. Todos miraban al mexicano. Todos se lanzaron a por el mexicano. Pero Orlando reaccionó a tiempo y lanzó la M4 lejos de su posición, y se introdujo dentro de la caseta.

Entre la marabunta de gritos y pasos, Lucas y los demás no podían interpretar nada. Solamente sabían que la M4, con la linterna encendida cayó lejos, y los visitantes se dirigieron a ella. Tal vez no todos, pero ello no quiso precipitarse y salir.

-¡Orlando!-susurró.

-¿Dónde diablos se ha metido?-se lamentaba Shu, con lágrimas en los ojos.

El sonido de gemidos y pasos no cesaba, y la respiración de esos locos estaba acelerada. Los buscaban, ahora más que nunca. Esperaron un poco más.

-Voy a salir-dijo Lucas, agarrando fuertemente la M4. Oleadas de adrenalina corrían por sus venas.

-No, no lo hagas, por favor-le dijo Samantha, melancólica, sujetándolo del hombro.
De repente, oyeron que alguien les chistaba justo por encima de sus cabezas.

-Chicos, soy yo-era la voz del mexicano, que susurraba a través de una ventana desde dentro de la caseta.

Todos se alegraron, pero no tuvieron tiempo para celebrarlo, así que sin esperar empezaron a meterse dentro de la caseta, atravesando la ventana. La jauría de seres humanos coléricos se sacudía alrededor de la luz, buscando desesperadamente a su dueño. Pero algo en ellos sembró la duda y empezaron a separarse del foco luminoso. Ansiosos, buscaban de nuevo.

Shu estaba atravesando ya la ventana, y después iría él. No sabía cuál era el plan, pero cualquier cosa era mejor que estar ahí fuera. Colocó las manos en los laterales de ventana y se dispuso a entrar, cuando se presenta ante sí el fuerte gemido colérico de uno de ésos seres. Pasaron muchas cosas por su cabeza, pero se quedó con una: no poner más en peligro a los suyos. Desistió de entrar en la caseta y se enfrentó cara a cara con el ser que debía tener justo delante. Agarró el arma, encendió la luz de la linterna, y ante sí apareció una boca con los labios desagarrados y totalmente ensangrentados que se lanzaba a su cuello. Le golpeó en la cara con la M4, sintiendo que le había roto la mandíbula. Aprovechando que se echó unos pasos hacia atrás, agarró su machete y se preparó. De nuevo, el alocado ser lanzó otro mordisco, y esta vez la boca se le llenó del cortante hierro del machete, que atravesó su garganta hasta el cerebro. Lucas notó como el machete se hacía hueco por el hueso y cómo atravesaba la masa encefálica. Después, tan rápido como metió, lo sacó y se lo guardó. Empezó a correr lejos de la caseta, armado, y con la linterna alumbrándole el camino apestado de esos humanos locos. Sabía que con lo que estaba haciendo los atraería; pero en definitiva debía de hacerlo, aunque no quisiera.

Por el camino se chocó con una mujer de unos treinta años, que lo miraba con la cara desencajada, los ojos fuera de sus órbitas e inyectados en sangre. La golpeó con todas sus fuerzas sin pararse. Le dejó vía libre. Siguió andando y uno a uno ésos seres se iban poniendo en medio de su camino. Estaba perdido. Estaba rodeado. Empezó a disparar y aunque no lo vio, sangre y masa visceral salía disparada en todas direcciones. De nuevo el camino estaba libre. Continuó introduciéndose entre los seres hambrientos, que le lanzaban los brazos para cazarle desde lo lejos.

Torció la esquina de la casa. Sabía que saliendo encontraría campo abierto donde moverse mejor. Delante de él apareció un niño, convertido en un loco devorador de ésos. Ése niño era el mismo niño que recogieron en la URO por la noche, y que había fallecido. Atónito, miró cómo el niño, fuera de sus cabales, se arrojaba a toda velocidad encima suya. Perdió el equilibrio y cayó. Con la caída se le escapó de las manos el fusil, con lo cual estaba desarmado. Sujetaba al niño de los hombros impidiendo que su boca llegara a su cuello, y a pocos metros oía los pasos de los demás que se acercaban, hambrientos. No podía hacer nada, y lo que más le dolía era haber metido a todos en aquel lío. La tristeza le inundaba mientras luchaba contra las ingentes fuerzas del niño endemoniado. De pronto, un disparo sonó por encima de los terroríficos gemidos. Uno de ésos seres cayó muy cerca de Lucas, con impacto de bala en el cráneo. Después se sucedieron los disparos, y fueron cayendo más de ésos seres. Orlando le estaba ayudando desde lo alto del techo de la caseta, donde se hallaba junto con las otras dos mujeres. Era vivir o morir, era morir ahora o retrasar la muerte. Optó por la última. Agotaría sus últimas fuerzas…

Cambió de posición y se colocó sobre el niño, que se movía frenético. Los disparos se sucedían muy rápidamente, y poco después sonaba el impacto del cuerpo de uno de ésos seres contra el suelo. Lucas agarró el machete de nuevo y lo clavó en el cráneo del niño, atravesando el ojo derecho.

“No tenía opción”, se dijo, culpándose una y otra vez.

Se levantó a toda prisa y abandonó la zona. Había salido de los terrenos de la casa, y ahora estaba perdido. No conocía nada del lugar, y aunque los disparos se sucedían, los locos que habían escapado le estaban pisando los talones. Encontró otro a la derecha. Lo esquivó. A la izquierda, y lo esquivó. También esquivó al que venía de frente. Todos ellos se sumaban a la estampida que lo perseguía. Los disparos se escuchaban ya muy bajos, por lo que estaba muy lejos del lugar.
Cada vez eran más los que se iban interponiendo en su camino, y por ello decidió emplear fuego contra ellos. Corriendo no era un buen tirador, pero tras una ráfaga de seguida lograba darles en la cabeza a más de uno.

La adrenalina corría por sus venas, llenándolo de más vitalidad, aunque el miedo que sentía era en ocasiones superior a sus fuerzas. No sabía hacia donde llevaban sus pasos, lo único que esperaba era no entrar en un callejón sin salida. Pero de repente vio cristales. Un banco para sentarse, una rueda de un coche desperdigada, lejos de su eje. Después vio la salvación ante sus ojos: un coche. Estaba en perfectas condiciones, a no ser por las abolladuras y los cristales destrozados; pero para lo que él lo quería le valía de sobra.

Se quitó la M4 y la lanzó lejos de su posición, intentando despistar a la manada que lo seguía. Después, sin esperara a ver si había surtido efecto, se arrastró por el suelo hasta meterse debajo del coche. Se colocó boca abajo y esperó, deseando que ninguno de ésos seres le hubieran visto. Mientras, ráfagas de disparos empezaron el concierto no muy lejos de allí.

Continúa...

0 comentarios:

Publicar un comentario

A los fans del género, en especial, y a todos en general...

Espero que os esté agradando la novela. Me entretiene mucho escribir, y creo que la mejor manera de ver si a uno se le da bien es haciendolo. Por ello, aquí os he puesto a vuestra disposición mi primera novela de terror, donde plasmo mi verdadera satisfacción por los zombies.
La valoración de público es lo más importante a la hora de sacar adelante un proyecto, así que lo dejo en vuestras manos. Espero que colaboreis.

Atentamente, Fer.


Un pequeño GRAN empujón...

Desde Amanecer Zombie, NEO ha tenido la grandiosa idea de hacer una entrada donde incluye a autores independientes, como mi caso y otros amigos (Plaguelanders, es un claro ejemplo), denominado "Especial Relatos Zombies V 1.0". No lo dudéis, entrar y conocer otras historias. Es una ayuda muy importante, una iniciativa que se valora pero mucho.

¡¡Gracias!!

"Sin palabras"

Un estudioso, es más, un profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, el Dr. Steven C. Schlozman de la escuela de Medicina, no duda de que pueda darse en algun momento un Apocalipsis Z.
Enlace: http://trabucle.com/profesor-de-harvard-un-apocalipsis-zombie-podria-ser-posible/