Un estudio clandestino de los bioterroristas desatará el Apocalipsis Z

SINOPSIS

Un grupo de militares altamente cualificados ha sido llamado para aclarar y solucionar un sospechoso caso de bioterrorismo en Afganistán. Sus pasos llegarán hasta una ciudad del país, Qandahar, en la cual se vieron los terroristas por última vez. Sería sencillo. Entrar, sacar a los terroristas y destapar toda la trama; pero a sus espaldas el ser humano está siendo sacudido por el peor captor jamás pensado: el propio ser humano, sediento de carne humana con vida.

(IX) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

El hospital

Lucas había estado buscando algún rastro de vida en la planta baja del hospital. No había nadie. Se metió en la pequeña sala de información, donde normalmente los pacientes piden cita para el médico. Rebuscó entre papeles y archivadores alguna pista acerca de lo que estaba sucediendo. Sobre una mesa, un listado corto de pacientes que habían entrado esa noche con los mismos síntomas: dolor agudo de cabeza, fiebre alta, malestar general, dolor abdominal. Por el momento el pronóstico era reservado. Pasó la hoja. Detrás estaba el historial de uno de los enfermos. Era un militar, musulmán, de unos treinta años. Detrás, estaban los historiales de personas civiles que no tenían ninguna relación familiar unos con otros, ni todos los demás con el militar. Al parecer entraron en contacto en la mezquita. Lo demás no era de importancia trascendental. Se guardó los documentos y se dirigió a la planta primera.

El ascensor no funcionaba, no había electricidad. Armado siempre con su pistola, fue subiendo las escaleras pegado a la pared. Era un pequeño habitáculo. Desde él se podía acceder a todas las plantas del hospital, incluida la planta -1, el parking. En realidad el hospital no era muy grande. No tendría ni cien camas, para una ciudad con más de mil habitantes. Eran dos plantas, incluida la planta baja, las que conformaba el complejo hospitalario. Lucas tenía que dirigirse a la primera, donde estaba la mujer musulmana.

Llegó al último escalón. La puerta donde ponía el número “1” estaba cerrada. Se acercó y apoyó la cabeza para escuchar. Después de un tiempo, abrió la puerta. Lo hizo lentamente, pues no sabía si podría haber alguno de esos locos por ahí cerca. Nada más entrar en el pasillo, apuntó hacia todos los lados. Había luz de sobra que entraba por las ventanas para ver con claridad el pasillo; aunque el silencio que reinaba no le tranquilizaba lo más mínimo, más bien crispaba sus nervios. De nuevo se encontró el caos ante sus ojos. Aquí había sido peor. Camillas en medio del pasillo con enfermos muertos. Cuerpos tirados en el suelo, ensangrentados. La mayoría de los cuerpos tenían un disparo en la cabeza; otros tenían cualquier objeto atravesando el cráneo, e incluso algunos tenían miembros amputados.

Lucas pasó minuciosamente al lado de los cadáveres. Los apuntaba, esperando que alguno de ellos le atacara. Pasó por al lado de siete cuerpos sin vida. Después, la escena lo estremeció al completo. La sala de espera era una morgue supervisada sobre la marcha. Había cuerpos, apilados unos sobre otros. Muchos cuerpos estaban inflados con líquidos cadavéricos y apestaban. Otros empezaban a ser devorados por los insectos. Pero entre lo cadáveres había movimiento. Un gemido venía casi desde abajo del todo del montículo de cadáveres. Lucas se acercó tapándose la boca y la nariz y apartó el cuerpo de una serie de cadáveres. El gemido almohadillado era causa de un infectado, aplastado por la decena de cadáveres, de los que intentaba zafarse para cazarle; al mirarle sintió pena. Tenía un brazo fuera y lo movía hacia todos los lados intentado alcanzarlo. Su cara de furia, sus ojos inyectados en sangre, lo hacían parecer más un animal que un ser humano.

No podía disparar, pues podría llamar la atención de más caníbales. Así que colocó de nuevo el cadáver encima y se alejó del infectado, que seguía gimiendo, esta vez, siendo el sonido más lejano y casi insonoro. Continuó por el pasillo. Las paredes, que eran blancas tenían trazados de sangre por todos lados. El suelo tenía charcos de sangre. Era sin duda un escenario inédito, de los que se graban en la mente y se recuerdan cada vez que se abren los ojos.

Su orientación le estaba señalando que muy cerca estaba la habitación donde vio a la mujer. Intentó abrir la primera puerta; pero estaba cerrada. Entonces fue a la siguiente. Se oían voces dentro. Sin más dilación, Lucas abrió la puerta.
Al entrar vio a una mujer que, desesperada, aguantaba unos harapos ensangrentados sobre el cuerpo de un niño, que estaba tendido en la cama. La mujer lloraba, mirando al niño, que estaba bañado en su propia sangre. Tenían un mordisco en el cuello, y estaba muy pálido. Respiraba muy lentamente. Estaba muriendo, y Lucas no tenía dudas. La mujer apenas se inmutó de la presencia del soldado, ya que seguía recitando algo en árabe.

-Señora…

Lucas dejó de apuntar. Se fue acercando. El niño empezó a cambiar el color de la piel, a un tono amarillento, típico de los caníbales del exterior. Seguidamente, vio cómo las piernas empezaban a zarandear a todos los lados. Después, las convulsiones se transmitieron por todo el cuerpo. Seguidamente, el niño, con los ojos fuera de las órbitas, empezó a escupir sangre por a boca. Lucas se apartó hacia atrás. La madre, en cambio, se echó encima del niño, para intentar parar las sacudidas del mismo, recibiendo así, dosis de sangre de su hijo. Le abrazó, llorando, con lo cual sus orificios y mucosas entraron en contacto con el fluido.
-¡Apártese, señora!-gritó Lucas apuntando al niño.

La musulmana, al ver lo que hacía, se puso en medio de la trayectoria, vociferando como loca algo en árabe. Lucas gritaba que se apartara, mientras la señora seguía chillando algo en árabe que el soldado no entendía. Debía matar al niño antes de que se volviera en uno de esos locos. De repente notó uno o dos pasos justo detrás. Después sintió un fuerte impacto a la altura del occipital con un objeto contundente. Irremediablemente, notó que su cuerpo perdía fuerzas, y cayó, casi inconsciente. Le estaban quitando la pistola de la mano, y aún así, no podía evitarlo. La vista estaba nublada, no veía bien. Oía barullo, no palabras coherentes. Sí que distinguió la voz de un hombre que discutía con la mujer. Después un golpe; tal vez la puerta al cerrarse. Más golpes. Lloros. Finalmente, Lucas se desvaneció.

Un tremendo gritó lo despertó de su inconsciencia. La cabeza le daba vueltas, le dolía la parte de la nuca. Los gritos eran de la mujer. “¿Dónde está”, se preguntó Lucas, aturdido. Se agarró la cabeza, intentando así parar el agudo dolor. La mujer estaba llorando, destrozada, postrada sobre la cama, abrazando a su hijo. Lucas se fue incorporando poco a poco. La debilidad lo invadía, y un mareo sobrenatural le revolvía por completo. Abrió y cerró los ojos repetidamente. Miró a la camilla donde estaba la mujer lamentándose mientras abrazaba el cuerpo sin vida de su hijo. Lucas tenía la vista nublada y no distinguía muy bien las formas. Los gritos de dolor de la mujer hacían que la cabeza le estallara.

De repente, un gritó, no de pena si no de dolor físico, le atizó sin complacencia. La cabeza le daba vueltas de nuevo. Ahora oía gemidos, masticación y más gritos de daño. La vista dejó de ser nublada y vio como el niño mordía con saña el cuello y la mejilla de su madre. La madre se sacudía, prácticamente muerta. Lucas se estremeció ya que tenía una bestia muy cerca, y estaba indefenso ante ella. Se fue arrastrando hasta la puerta. La cabeza aún le molestaba. Entonces oyó un cuerpo caer al suelo; después, oyó un alarido increíble para un niño de su edad. Lucas se temió lo peor. Apenas se levantó, el niño saltó desde la camilla hasta él. El infectado se agarró a los hombros mientras acercaba la boca para morderle. Lucas agarraba la barbilla del niño con todas sus fuerzas. Con el otro brazo intentaba apartarse el pequeño cuerpo de encima. Su boca, llena de sangre, y con pedazos de carne humana, soltaba cascadas de sangre que resbalaban por las manos de Lucas. El soldado sentía asco. Le estaban entrando ganas de vomitar.

El niño gemía acercando cada vez más la boca. Lucas, le apartó un poco de sí, y ganando distancia le agarró de la frente con una mano y de la barbilla con la otra, y le retorció el cuello. El niño lanzó un alarido agudo y después murió definitivamente. Lucas se intentó tranquilizar. Se limpió la mano ensangrentada en el pantalón y empezó a vomitar, mezcla del asco y el mareo que tenía.
Entonces pasó lo irremediable. Otro gemido colérico, esta vez de mujer, sonó en la habitación. La madre del niño estaba transformada en un infectado, y se había levantado con hambre. Le miró con los ojos sangrientos y rabiosos, y saltó sobre la camilla, soltando sonidos inentendibles. Medio encorvada le miraba y gemía, todo a la vez. Su respiración era frenética. Lucas miró a todos los lados buscando algo con lo que defenderse. Entonces vio un silla muy cerca. No lo dudó. Justo cuando la mujer saltaba hacia él, cogió la silla con las dos manos y la lanzó con todas sus fuerzas sobre la infectada. Lucas salió algo disparado hacia adelante, cayendo al suelo. En cambio, la silla fue a parar a la mujer, que en pleno salto salió impulsada hacia atrás, saliendo disparada por la ventana de la habitación y cayendo al vacío, junto con los pedazos de cristales.

Lucas reposaba apoyado sobre sus manos, boca bajo, mientras la adrenalina se iba del torrente sanguíneo. La cabeza le daba mil vueltas, y de nuevo empezaba a perder la sintonía muscular. Ya no se podía sostener en esa posición, así que cayó de bruces, desmayado.

Volvía a estar consciente, o eso creía. Lucas estaba aturdido, la cabeza le daba vueltas, y no sabía dónde estaba. Notaba como si sus oídos estuvieran taponados y el dolor de cabeza no cesaba. Entonces reconoció dónde estaba. Estaba ni más ni menos que en su casa, tumbado en su mullido colchón de 1,20 de ancho por 90 de largo. Su espalda reposaba, y por unos momentos se sentía bien. Estaba boca arriba y notaba una presencia a su lado. No se lo podía creer, era su mujer, Ana, que dormía junto a él. Se miró las manos, pensando que podía ser un sueño. No lo parecía en absoluto. Entonces le abrazó por detrás. Pero todo cambió cuando la belleza de su mujer se había convertido en uno de ésos cadáveres vivientes, sedientos de carne humana. Sin apenas reaccionar se lanzó encima y lo empezó a devorar.

Lucas volvió a estar consciente. Esta vez no reposaba sobre un mullido colchón, sino sobre un frió suelo, y justo a su lado estaba el cadáver de un niño, que él mismo había matado con sus propias manos. La cabeza le daba vueltas. En realidad nada había cambiado, es más, las cosas habían empeorado. Se levantó, apoyándose en la pared, sintiéndose como un anciano, débil y con las articulaciones atrofiadas. Miraba la escena de la habitación y le helaban el alma. La camilla llena de sangre, el suelo, y el cadáver del niño con el cuello roto.

Lucas se echó la mano a la cintura buscando la pistola. Entonces recordó algo de lo que le había pasado. Le golpearon por detrás con un objeto. Parecía un hombre ya que escuchó hablar a uno cuando estaba medio inconsciente. También recuerda que el sujeto misterioso le desarmó. Ahora estaba indefenso y totalmente aturdido.

Lucas se adentró en el baño y buscó algo que le pudiera servir de arma contra los infectados. Abrió un armario, y no encontró nada de utilidad más que medicamentos, vendas y pasta de dientes. Registró en cajones y tampoco. Entonces vio un colgador de toallas de aluminio, que arrancó de la pared. Golpeó al aire un par de veces, justificando así la efectividad del arma. Sin dudarlo decidió desaparecer del hospital.

No tardó mucho en bajar hasta la calle. En su camino se topó con unos infectados que salieron a recibirle en el pasillo del primer piso. No tuvo muchos problemas, ya que estaba más cerca de la salida que cerca de ellos. Cuando llegó al exterior, notó un alivio general al sentir el viento le soplaba sobre su piel. Eso le ayudó a sentirse mejor, a asentar la cabeza y el estómago, y por tanto, el alivio generalizado se hizo hasta excitante. Pero pudo disfrutar muy poco tiempo de ese momento de relajación, ya que justo detrás, oyó el rugir de un motor, al parecer de un coche, que se dirigía como loco hacia él. Se tiró hacia un lado y dribló la acometida del demonio de metal. Pudo ver que era una ambulancia conducida por un hombre musulmán de unos treinta años que se correspondía casi al completo con el causante de su dolor de cabeza. El coche sanitario salía desde el parking del hospital, y parecía que la intención era salir de Qandahar la antes posible debido a la velocidad que llevaba.

La ambulancia fue adentrándose en la plaza de la ciudad, donde estaba montado el caos, y montículos de vehículos, apilados unos sobre otros, frenaban su marcha. Además, como de la nada, cientos de infectados salieron ante la llamada del motor del vehículo. Salían de casas, de caminos, de bosques cercanos; no paraban de llegar. Se multiplicaban por minutos, y la ambulancia veía más imposible su huída. Con el vehículo, el hombre pudo llevarse a una veintena de ésos seres al infierno, pero el resto le frenaban la escapada. Cuando se acumularon hasta unos quinientos infectados alrededor del coche, el mastodonte de metal no pudo moverse ni un centímetro. Los infectados saltaron a las ventanillas y empezaron a colarse dentro del vehículo. Sonó el claxon y un disparo en un intento de zafarse de sus asesinos. Tal vez estuviera luchando por vivir… Después dejó de dar señales de vida. Los infectados empujaban la ambulancia hacia ambos lados, intentando derribarla.
Lucas, helado, miraba como los caníbales se iban multiplicando por segundos. Si se metían dentro de esa marabunta, estaban perdidos, absolutamente perdidos. Seguidamente, dejando entretenidos a los infectados, se dirigió hacia la mezquita que no quedaba muy lejos. Fue rodeando la ciudad por detrás, intentando no frecuentar las plazas ni las salidas de la ciudad por donde venían los infectados. El soldado estaba desquiciado ya que no hacía más que oír los alaridos coléricos de las fieras hambrientas, que se alimentaban del musulmán que intentó escapar. Los gritos desde lo más profundo de la laringe, típico de los infectados se extendía por toda la ciudad y por las inmediaciones.

Llegó al último edificio del camino. Se asomó a la esquina y observó si delante de la mezquita había algún infectado. No había nadie. Lentamente, agarrando con consistencia la barra de aluminio que llevaba como arma, fue saliendo de su escondrijo. Cuando llegó a la otra esquina, miró hacia la plaza. Allí seguían los infectados, que habían derribado la ambulancia y estaban rompiendo la puerta, con el fin de entrar a por su presa, aun suponiendo que no quedara nada de ella. Entonces, aprovechando el momento, salió.

La entrada a la mezquita estaba formada por unas escaleras que llevaban hasta la entrada. Allí es dónde tenía que ir. Pero entonces, algo de fuerza mayor le hizo pararse en seco. Había un cuerpo tirado en el suelo, boca bajo. Tenía traje de soldado, el mismo traje que él llevaba. Un charco de sangre reposaba justo debajo del cadáver. Lucas se quedó sin aire, estremecido completamente. Sin dudarlo se acercó.

Al ver el cadáver ensangrentado del soldado distinguió a la primera que se trataba de Orlando. La M4 estaba cogida por su mano derecha, y el rifle estaba colgado a su tronco, como de costumbre. Lucas sintió que se hundía en un vacío enorme. Se echaba la culpa de no poder haberle ayudado, cuando él le salvó la vida hace unas horas. Se arrodilló, con los ojos llorosos, y con rabia dio un puñetazo al suelo. Sumido en pensamientos de rabia e impotencia dejó el lugar y se aproximó a subir las escaleras cuando sintió un alarido justo detrás. Cerró los ojos y sintió escalofríos. Sabía perfectamente quien era. Cerró la barra de aluminio con fuerza entre su mano y se volvió.

Allí estaba Orlando, que escupía sangre por la boca, mientras meneaba la cabeza de un lado a otro, soltando un alarido ensordecedor. Se encorvó, engarrotó las manos y se lanzó a por él. Lucas subió los pocos escalones que le quedaban y cuando llegó a la puerta la golpeó insistentemente.

-¡Abrid, soy Lucas! ¡Abrid!-un alarido sonó muy cercano.

Lucas se volvió, y dribló al que fue su amigo, que se golpeó contra la puerta, dejando un reguero de sangre en la madera. Lucas tanteó el terreno, viendo las posibilidades que tenía de salir ileso.

“Ya no es él, joder, ya no puede ser él”, se repetía, a la vez que le venía a la cabeza la posibilidad de asestarle un golpe contundente.

Cuando Orlando se lanzó por segunda vez, Lucas le golpeó fuertemente en la cara, haciéndole retroceder un poco. Con el impacto salieron gotas de sangre disparadas con sonido viscoso y la barra quedó impregnada del fluido del infectado, medio doblada. De nuevo, Orlando arremetió contra Lucas. Esta vez el madrileño le esquivó echándose a un lado, de manera que Orlando no pudo frenar y cayó rodando por las escaleras. En ese momento, la puerta empezó a abrirse tras de sí. Lucas se acercó a su salvación. Antes de que Orlando se incorporara al completo, Lucas le lanzó el barrote de aluminio, el cual atravesó el hombro derecho del infectado. Eso le hizo perder la estabilidad y cayó de nuevo al suelo.

Tras eso, Lucas se adentró en la mezquita. El fuerte golpe de la puerta cerrando fue lo último que oyó a sus espaldas. Cuando se volvió sintió un gran alivio al ver a parte de sus amigos a salvo, que le sonreían, a pesar de las oscuras jornadas que estaba viviendo.

Continúa...

3 comentarios:

irakolvenik dijo...

La parte del crío zombie ha sido genial, totalmente escalofriante :P

Enhorabuena, creo que la calidad de tu historia ha ido mejorando y la has hecho mucho más dinámica. A pesar de que las entradas son largas, no se me hacen pesadas en absoluto, y me acabo quedando con ganas de más!

Fer dijo...

Gracias, mil gracias!! Conestas cosas da ánimos a seguir adelante!! Con lo del niño pretendía llegar a la pena que despierta una situación como esa. Por desgracia, aunque sea un niño, en esas situaciones, todos haríamos lo mismo.
Un saludo!!!

Anónimo dijo...

seee cha yo ubiera lansado las granadas que tenia o amenos de que el tipo ese me las ubiera quitado como la mayoria de zombies estaba ahi mas el motor del carro quisa ubiera muerto la mayoria de eyos uajajajaja saludos Alone

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A los fans del género, en especial, y a todos en general...

Espero que os esté agradando la novela. Me entretiene mucho escribir, y creo que la mejor manera de ver si a uno se le da bien es haciendolo. Por ello, aquí os he puesto a vuestra disposición mi primera novela de terror, donde plasmo mi verdadera satisfacción por los zombies.
La valoración de público es lo más importante a la hora de sacar adelante un proyecto, así que lo dejo en vuestras manos. Espero que colaboreis.

Atentamente, Fer.


Un pequeño GRAN empujón...

Desde Amanecer Zombie, NEO ha tenido la grandiosa idea de hacer una entrada donde incluye a autores independientes, como mi caso y otros amigos (Plaguelanders, es un claro ejemplo), denominado "Especial Relatos Zombies V 1.0". No lo dudéis, entrar y conocer otras historias. Es una ayuda muy importante, una iniciativa que se valora pero mucho.

¡¡Gracias!!

"Sin palabras"

Un estudioso, es más, un profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, el Dr. Steven C. Schlozman de la escuela de Medicina, no duda de que pueda darse en algun momento un Apocalipsis Z.
Enlace: http://trabucle.com/profesor-de-harvard-un-apocalipsis-zombie-podria-ser-posible/