Un estudio clandestino de los bioterroristas desatará el Apocalipsis Z

SINOPSIS

Un grupo de militares altamente cualificados ha sido llamado para aclarar y solucionar un sospechoso caso de bioterrorismo en Afganistán. Sus pasos llegarán hasta una ciudad del país, Qandahar, en la cual se vieron los terroristas por última vez. Sería sencillo. Entrar, sacar a los terroristas y destapar toda la trama; pero a sus espaldas el ser humano está siendo sacudido por el peor captor jamás pensado: el propio ser humano, sediento de carne humana con vida.

(VII) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Amanecer. Qandahar

Lucas seguía bajo el coche. Había pasado toda la noche ahí abajo oliendo a aceite de motor y a gasolina; pero incluso había logrado dormir algo. Sentía el cuerpo totalmente dolorido. Tenía el cuello tenso, ya que no lo había movido en toda la noche. La luz del amanecer le cegó, pero al fin y al cabo se alegró de poder usar sus ojos de nuevo. La noche anterior había sido una pesadilla y deseaba haberse levantado en otro día, un día normal y corriente.

A pesar de sus deseos, Lucas estaba en la situación más penosa de su vida. Estaba en medio de un pueblo en el que la gente está loca y se alimenta de carne humana. Cada vez que lo pensaba se indignaba. En momentos se reía pensando que tal vez estuviera loco. No sabía qué hacer consigo mismo, estaba hecho un lío. Entonces pensó, en un momento de lucidez porqué había ido allí, y que no estaba solo. Irremediablemente, la realidad empezó a echársele encima.

Decidió llamar a sus amigos, esperando que éstos hubieran tenido la misma suerte que él hasta esos momentos. Encendió el códec, algo incómodo por la posición, y llamó a Chuck. Tardó tres toques en oír la grave voz del noruego desde el otro lado de la línea. Lucas habló en voz baja:

-¡Cuánto me alegro de oír tu voz!

-¿Lucas?-preguntó el noruego-. ¿Estás bien?-se notó emoción en la voz del hombre.

-Sí, lo estoy. Ahora me encuentro debajo de un coche, escondido. No sé cuántos de esos locos estarán por ahí fuera buscándome, pero de momento estoy a salvo. ¿Cómo os encontráis vosotros?

-¡Me alegro mucho, amigo! Nosotros estamos en la mezquita. Llevamos toda la noche aquí y esos cabrones no han podido entrar. Estoy con Carlos. Los dos estamos bien…

-¿Y Steve?

Hubo un silencio aterrador. No hacía falta decir nada, el madrileño interpretó lo que pasaba.

-No pudo escapar-destrozó la tensión el noruego.

-¡Mierda!-gritó un poco más subido de tono Lucas.

-¿Y Orlando y los demás?

-No estoy con ellos, nos separamos en la noche; pero están a salvo…, seguro.

-¿En qué zona estás tú?-quiso saber el noruego.

-No lo sé muy bien. Cuando llegué de noche no pude ver mucho en detalle. Recuerdo, eso sí, coches destrozados.

-Entonces estarás en la plaza. No te queda mucho hasta la mezquita, Lucas. Ven hacia aquí. Por el momento es el sitio más seguro, aguantaremos hasta que venga la ayuda.

-De acuerdo, pero no sé dónde está la mezquita desde donde estoy.

-No te preocupes, queda cerca. Es el edificio blanco, con los ventanales pequeños situados a lo alto, y con una cúpula en el techo. Se ve bien, créeme.

-Está bien, iré para allá.

-Ten cuidado.

-Lo tendré.

Y colgaron. Se sentía más a gusto, no sólo por no estar allí solo, perdido, si no porque estaban bien. Tras unos momentos de buenas sensaciones, algo le volvió a estremecer. Pensó en Shu, Orlando y la doctora O´Donell. Entonces probó a llamarlos. Ninguno tenía el códec en funcionamiento, y eso hizo que su cabeza pensara en cosas horribles. Se intentó calmar a sí mismo, aunque era muy difícil.

No debía perder más tiempo allí. Con mucho cuidado empezó a arrastrarse bajo el coche. Asomó la cabeza a un lado. No había nadie. En el otro lado tampoco vio a nadie. Lo que vio fue un escenario digno del fin del mundo. Cientos de coches estaban agolpados en la plaza. Al parecer, todo el mundo pensaba salir a la vez, y las retenciones convirtieron Qandahar en un plato servido para los maníacos. También había bicicletas, ya que era el medio de transporte más común por esas tierras. Había coches estampados contra las tiendas, e incluso había tiendas a medio cerrar. Muchas farolas estaban inservibles, la acera estaba levantada. Y la sangre bañaba cada espacio de la ciudad. Había sido una masacre. Lucas se estremeció, y no pudo evitar hacer una reconstrucción de los hechos en su cabeza.

El soldado había perdido la M4, un arma que le daría mucha ventaja contra los infectados, ya que puede disparar una ráfaga en segundos y, lo más importante, a una distancia prudencial. Se tenía que conformar con la Beretta. La sacó de su funda, y continuó deslizándose por debajo del coche, con fin de salir.

Una vez salió al exterior, el sol cegador le atizó con más fuerza que antes. Se recompuso, incorporó y miró hacia todos los lados durante unos minutos. Estaba temblando. Sabía que poco podía hacer con una Beretta y cientos de infectados rodeándole. Sosegó su interior y se puso a andar. El cuerpo le temblaba y le castigaba por cómo lo había tratado esa noche. Tendría que recomponerse, aunque ya lo haría a salvo en la mezquita. Miró detrás y vio el edificio grande de la mezquita, tal y como Chuck se la describió. No lo dudó, se puso a andar.

De nuevo, mientras caminaba por la plaza caótica, no podía evitar ver en su mente a la gente corriendo cuando se agolparon todos los coches y las bicicletas en la salida, y los infectados venían a cazar a las presas fáciles, inocentes. Simulaba los gritos, sollozos, el sufrimiento en su cabeza, y realmente lo empezó a pasar mal.

Lucas iba mirando a todos los lados. Parecía que los infectados tienden a cazar por la noche, o por lo menos su actividad se había reducido. No había ninguno por ahí, o por lo menos eso creía el soldado. No soltaba la pistola. Pensaba que en cualquier momento podría ser atacado, y debía estar preparado mentalmente. Seguía andando, precavido.

Se le heló la sangre cuando oyó los gemidos coléricos de los infectados. Corrió, aterrorizado detrás de un coche siniestro. Se cubrió con un lateral y esperó, agachado. Los gemidos se oían más de cerca. Preparó el dedo en el gatillo y escuchó con más detalle. Sería un grupo amplio por la cantidad de alaridos diferentes. Estaban cerca. Le buscaban, olfateando. Lucas notó como gotas de sudor brotaban de su frente. Su mente los intentaba expulsar blasfemando contra ellos. De repente, se fueron. Corrieron hacia otra dirección. El soldado pensó que tal vez había surtido efecto. Se dio cuenta que estaba empezando a delirar.

Cuando se levantó, un impulsó propio le llevó a caer de espaldas contra el suelo. Se le aceleró el corazón en el instante, luego se le partió en mil pedazos. Una niña, de unos cinco años de edad, golpeaba el cristal del coche, impregnándolo de sangre. Era musulmana, no tuvo dudas. Veía a esa pobre niña endemoniada, con una fuerza antinatural para su edad, cómo le quería atrapar con muchas ansias. Lucas se dio cuenta que no estaba preparado para esto. Se derrumbó definitivamente.

Tardó un tiempo en iniciar la marcha; lo suficiente hasta que se recuperó de lo que sus ojos le mostraron. Allí dejó a la niña enloquecida, intentando eliminar la barrera que le separaba de su alimento. Andaba con sumo cuidado. Sobre todo miraba hacia atrás, donde se fueron los anteriores infectados. Quedaba poco para llegar a la mezquita. Aceleró.

¡CRASH!

Sonó a su lado el cristal rompiéndose. Dio un salto en dirección opuesta a donde se rompió, en reacción involuntaria al estímulo. Notó líquido y cristales que llegaron al pantalón. El estrépito del cristal alertó a las fieras, que empezaron a gritar, desatadas. Miró a su derecha. El hospital. Subió la cabeza y vio en una ventana una mujer con el velo, que le llamaba con el brazo. “¡Es normal!”, pensó. “¡Tal vez se convierta en uno de ésos!”, pensó de nuevo. Los alaridos se acercaban. “No tengo más remedio, me resguardaré en el hospital antes de que me descubran”, se dijo mientras corría.

Atravesó la puerta de cristal del hospital y se puso a un lado, escondido tras la pared. Esperó unos minutos. No lo habían visto. Se tranquilizó y ojeó el lugar. Desorden de nuevo. Camillas en cualquier lugar, papeles por todos los lados, las sillas descolocadas, cristales rotos… Los infectados dejaron huella en el hospital también.

Continúa...

3 comentarios:

irakolvenik dijo...

Vaya! Me voy un par de días fuera y qué me encuentro... A Lucas cometiendo un terrible error, porque un hospital es un lugar tremendamente peligroso en un apocalipsis zombie. Claro, que eso él no lo sabe...

Fer dijo...

Tal vez los infectados no sean el único peligro... Ahí lo dejo!!!

XxXnachoXxX dijo...

noooo lucas al hospital noo es el peor lugar para ir!! U.u

Publicar un comentario

A los fans del género, en especial, y a todos en general...

Espero que os esté agradando la novela. Me entretiene mucho escribir, y creo que la mejor manera de ver si a uno se le da bien es haciendolo. Por ello, aquí os he puesto a vuestra disposición mi primera novela de terror, donde plasmo mi verdadera satisfacción por los zombies.
La valoración de público es lo más importante a la hora de sacar adelante un proyecto, así que lo dejo en vuestras manos. Espero que colaboreis.

Atentamente, Fer.


Un pequeño GRAN empujón...

Desde Amanecer Zombie, NEO ha tenido la grandiosa idea de hacer una entrada donde incluye a autores independientes, como mi caso y otros amigos (Plaguelanders, es un claro ejemplo), denominado "Especial Relatos Zombies V 1.0". No lo dudéis, entrar y conocer otras historias. Es una ayuda muy importante, una iniciativa que se valora pero mucho.

¡¡Gracias!!

"Sin palabras"

Un estudioso, es más, un profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, el Dr. Steven C. Schlozman de la escuela de Medicina, no duda de que pueda darse en algun momento un Apocalipsis Z.
Enlace: http://trabucle.com/profesor-de-harvard-un-apocalipsis-zombie-podria-ser-posible/