Un estudio clandestino de los bioterroristas desatará el Apocalipsis Z

SINOPSIS

Un grupo de militares altamente cualificados ha sido llamado para aclarar y solucionar un sospechoso caso de bioterrorismo en Afganistán. Sus pasos llegarán hasta una ciudad del país, Qandahar, en la cual se vieron los terroristas por última vez. Sería sencillo. Entrar, sacar a los terroristas y destapar toda la trama; pero a sus espaldas el ser humano está siendo sacudido por el peor captor jamás pensado: el propio ser humano, sediento de carne humana con vida.

(VIII) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Olor a muerte

La luz del día atravesaba por la ventana e iluminaba la habitación donde estaban. La doctora O´Donell fue la primera que se levantó. Preferiría haberse levantado, ponerse un café y sentarse a ver la televisión. En cambio, miraba por la terraza, aliviada, al no ver a ningún loco.

-Bonito día…-susurró Shu, aún sentada en la cama.

-¡Precioso!-ironizó la inmunóloga-. Parece que se han cansado.

-Ya. Casi no he pegado ojo. Estuvieron horas dando por saco, ¡horas! Pero por fin se cansaron.

Orlando no pudo evitar dormir al son de los alaridos y golpes de los infectados. Shu se acercó y le arrebató su placentero descanso con un fuerte zarandeo.
-Lo siento, pero lo que toca, toca…-le dijo la asiática mientras Orlando la miraba con los ojos fuera de las órbitas.

-La próxima vez se menos burra-le dijo, cabreado.

-Perdona…-se dirigió al mexicano con tono combativo.

Orlando estiró un poco el cuello. La almohada de ropa no había sido muy buen apaño. Se acercó a la terraza y miró al exterior.

-Vía libre. Justo lo que pensaba-dijo, sarcástico.

-Muy bien, tío listo, ahora piensa cómo sacarnos de aquí. Sólo podemos ver lo de la parte de atrás de la casa. Tal vez estén en la puerta, esperándonos-Shu intentó desprestigiar al soldado.

-Es probable que no-sentenció la doctora, cortando una posible discusión-. A mi parecer, esas personas están descontroladas, nos atacan…

-¡Nos quieren comer!-exclamó Orlando.

-Sí, cierto. Aguantan durante horas delante de la presa, aunque no tengan posibilidades de cazarla. No entienden de posibilidades, sólo quieren comer. Deben tener alterada alguna parte del cerebro, tal vez algún núcleo hipotalámico. Sí, es eso. Interesante…-susurró esto último-. Además, debe de haber algún tipo de contacto químico entre ellos, pues no se atacan. Lo más probable es que sea a través de feromonas específicas…

-¿Por olor?-preguntó Shu-. Es posible-pensó a continuación-, no hablan, no se tocan, se chocan sin molestarse…

-Tal vez sea por oírse-sugirió Orlando.

-No lo creo. Aunque imites sus gemidos, seguro que no te harás pasar por uno de ellos-resolvió la asiática.

-Les habéis visto lo mismo que yo, ven, oyen y huelen perfectamente. No están atrofiados-les comentó Orlando, indignado de que le llevasen la contraria.

-Sí, pero es más efectivo un mensajero químico. Es difícil de explicar. Ése es un proceso muy conservado en todas las especies de seres vivos de la tierra, incluso los unicelulares. Estoy muy segura-les miró con semblante serio Samantha-, están continuamente sobreexplotando su olfato. El problema es que nos identifiquen como extraños.

-¡Ya lo hacen; nos atacan!-exclamó Orlando.

-Sí, pero porque nos sienten diferentes en su mismo medio. Cuando estuvimos escondidos por la noche, aquel que se puso al lado no nos llegó a detectar con el olfato. Están aprendiendo-se quedó helada con sus palabras-. El problema es que terminen explotando al máximo la comunicación por feromonas. Nos detectaran a distancia.

-¡Joder!-gritó Shu-. Pues vámonos de aquí, ya.

-De acuerdo, voy a llamar a los demás-y Orlando encendió el códec.
Antes de poder llamar, empezó a sonar. Era Chuck. Las chicas se acercaron para intentar escuchar.

-¡Chuck!-dijo Orlando, emocionado.

Se oyó un suspiro.

-¡Por fin!-sonó la voz almohadillada del noruego-. Pensaba que os había pasado algo. ¿Estáis todos bien?

-Bueno, todos…

-Si lo dices por Lucas, tranquilo, he hablado con él hace poco, está bien.
Lo celebraron al otro lado de la línea. Gemidos de satisfacción inundaron la habitación y también llegaron al auricular.

-Gracias a dios. ¿Dónde estáis vosotros?-preguntó el mexicano.

-A salvo en la mezquita. Debéis venir aquí, estamos Carlos y yo.

-Steve no…

-Así es-contestó Chuck, zanjando el tema de lleno.

Se oyeron palabras de furia de Shu. Orlando aguantó el tipo.

-Iremos para allá. ¿Dónde está?

-Es el edificio más grande, blanco, con ventanas pequeñas y altas, y con una bóveda en el techo. No tardéis.

-No vemos pronto.

Colgaron. Se quedaron en silencio. Shu se quedó perpleja por la pérdida del novato, los demás lo llevaban a su manera. Orlando cogió del hombro a Shu. La miró fijamente, intentando así hacerla volver del shock. Le acarició la mejilla y se alejó un poco. Aunque era una tontería, Shu se tranquilizó.

-Tenemos que salir-les dijo-. Ya habéis oído a Chuck. Samantha, toma-le acercó la Beretta.

La doctora se lo pensó por unos instantes; luego la cogió. Notó el peso del arma, y su alma pesó el doble. ¿Qué estaba haciendo allí? Esa pregunta se la repetía una y otra vez. El laboratorio era su refugio a la soledad. El trabajo de campo nunca le había gustado.

-Apuntar y apretar el gatillo, no tiene más secreto, ¿de acuerdo?-la doctora asintió a la explicación de Orlando.

Entre todos quitaron el armario que estaba en la puerta. Antes de salir, el soldado les dijo:

-Escuchadme bien. Son muchos, por eso, pase lo que pase, seguid adelante, no miréis atrás, no os ayudéis. Lo importante es sobrevivir.

Asintieron, aún sabiendo que hacer eso era muy complicado. Cuando salieron de la habitación, el ambiente parecía normal. No se oía ningún alarido, ni pasos; nada. Fueron investigando todas las habitaciones. No había nadie, ni vivo ni muerto. Bajaron al piso de abajo. Allí el ambiente estaba más alterado. Al parecer, la familia, alertada, dejó la cena y se dispuso a preparar las maletas. Por lo visto, ni cenaron ni terminaron de hacer la maleta, y la comida estaba siendo el festín de moscas y gusanos.

Entonces, vieron cómo uno de los infectados se paseaba por delante de una de las ventanas, con esa peculiar curvatura de la espalda, las manos en copa muy tensas, y con una respiración exacerbada. Ni se movieron, no hicieron ni el más mínimo ruido. Las ventanas estaban rotas, así que podrían entrar con muchísima facilidad.

A la doctora, aunque presa por el terror de los caníbales, le suscitaban cierta excitación por el poder ser la pionera de estudiar su comportamiento tan primitivo. Cuando el infectado se perdió de la visión, la doctora se acercó agachada hasta debajo de la ventana, impulsada por una fuerza de su interior que superó a la más pura lógica. Orlando y Shu le intentaron parar, pero ni podían gritar ni podían andar descaradamente. Alarmados, ya que se acercaba el infectado de nuevo, se escondieron. Orlando se escondió tras unas sillas de madera, y tenía a la vista a la doctora, que respiraba, acelerada, acongojada. No entendía por qué había hecho eso. Alguna explicación tendría. Tal vez se había vuelto loca.

Samantha sabía muy bien lo que estaba haciendo. Pensaba que si podía estudiar “in vivo” ésos seres, podría ganarse ese ansiado Premio Nobel. Tenía claro que la comunicación no era hablada, ni por signos, era por feromonas, por tanto, de manera química. Ahora tenía que demostrarlo empíricamente, es decir, debía demostrar si sabían usar el olfato. Era peligroso, lo sabía, aún así, las ansias de poder recibir el premio le cegaban. Notaba que el infectado se paseó por la ventana hasta tres veces. Cada vez que pasaba, unos escalofríos le arrebataban las ansias de investigación. En los momentos en los cuales el infectado estaba fuera del alcance de su vista, Shu y Orlando le indicaban, insistentes y cabreados que se acercara a ellos. Entonces, el infectado paró frente a la ventana sin cristal. El iracundo musulmán estaba olfateando. Estaba buscando. La doctora notaba excitación, pues su teoría se veía confirmada por momentos. Les olía, les buscaba… Sentó la cabeza y el pánico se apoderó de ella. Les había puesto a todos en peligro. Había arriesgado demasiado. Era demasiado tarde…

El infectado saltó desde el exterior al interior por el hueco de la ventana. Cayó al suelo de bruces. No pasó nada; se levantó y emitió un alarido que casi tira abajo las paredes de la casa.

-¡Joder!-se agitó Orlando.

El infectado solamente se había percatado de la presencia de la doctora. La olió, la reconoció. Sin más dilación se lanzó a por ella. El mexicano, en un intento de salvador salió de su escondite y apuntó con su rifle al infectado. En segundos caía con el cráneo agujereado. En el exterior se acercaban más, al parecer llamados por el alboroto, o tal vez por los alaridos.

-¡Vamos, vamos!-les gritó Orlando-. Shu, protege a la doctora, por tu vida.

Shu asintió y se acercó, muy enfadada a la doctora, que aterrorizada les pedía perdón con la voz quebrada. Shu le agarró del hombro, y con desprecio le incorporó de pie.

-¡Salid!-les ordenó Orlando.

En ese instante dos infectados se colaron por las ventanas. Después les siguieron otro par. Orlando se hizo con su M4 y empezó a disparar. Shu tuvo uno muy cerca, de espaldas. No lo dudó, con su pistola le voló la tapa de los sesos. Seguidamente abrieron la puerta. La imagen les paralizó. Unos veinte infectados se acercaban, gimiendo, coléricos.

Nada más pisar el exterior, Shu y la doctora dieron con dos infectados que pensaban entrar por la ventana. Las vieron y cambiaron de parecer. Shu escondió a la doctora detrás y disparó a uno en la cabeza. El otro recibió una fuerte patada en la cara que le hizo golpearse contra la pared, haciendo que el cráneo se fragmentara. Shu agarró del brazo a la doctora y la obligó a correr.

Orlando seguía dentro, mediando con cuatro infectados. Sabía cuál era el punto débil, pero era difícil apuntar con eficacia cuando se abalanzaban cuatro encima. Abatió a dos. Quedaban dos más. Seguían entrando más. Entonces decidió correr hacia la puerta. En su recorrido golpeó con la culata del arma a dos más, apartándolos del camino. Uno más entraba, alocado, por la puerta. Lo disparó a la cabeza. Cayó al instante al suelo. Le quedaban muy pocos pasos para salir al exterior, pero le perseguían desde todos los lados. Entonces notó que algo le apresaba una pierna. Era un infectado, que no tardó en morderle con todas sus fuerzas, atravesando hasta el tejido del pantalón. El mexicano gritó del dolor, sintiendo los dientes afilados del loco que le mordía. Reaccionó rápido y le disparó a la cabeza, pero fue tarde, ya que otro se le lanzó al cuello y le mordió a la altura de los hombros. Gritó, sufriendo la pérdida del pedazo de carne que le arrebataba el infectado. Estaba perdido. El mundo se le venía encima.

Shu y Samantha corrían perseguidas por unos diez infectados, a los cuales se les fueron sumando otros, que salían de todos los lados. Shu estaba estremecida ya que no oía a Orlando. No podía mirar atrás, cualquier fracción de segundo era decisiva. Entonces vio la mezquita. Se alegró sobremanera; eso significaba que casi estaban a salvo. Su cabeza estaba trabajando el doble: intentaba proteger a la doctora, intentaba que ninguno de ésos chalados se acercaran a más de un metro, y entre tanto, pensó que la puerta estaría cerrada. “Dios, nos cogerán”, pensó. Como pudo llamó a Chuck con su códec.

-¡Abre la puerta! ¡ÁBRELA!-le gritó sin darle tiempo a contestar. Después colgó.

Ya casi llegaban. Veía unas escaleras que ascendían y llegaban hasta la entrada de la mezquita. La puerta seguía cerrada. Casi se desmaya; pero entonces vio como el mastodonte de madera se abría, y un azote de calma le llegó de golpe. Indicó a la doctora que corriera hacia la puerta, mientras, ella se volvió para ayudar a Orlando. Era como si todo fuera a cámara lenta, como una agonía cuando ves que alguien querido se te va sin tu poder hacer nada, era impotencia lo que sintió. Entre la marabunta de seres coléricos que se les iban a echar encima, estaba el cuerpo de Orlando, arrodillado. Estaba herido, y sangraba por el cuello. Sólo pudo ver cómo su cuerpo se derribaba hacia un lado, dejando una cara inexpresiva en un fondo de piel pálida.

Shu, al ver que tenía encima a muchos infectados se vio obligada a dejar la zona. Se adentró en la mezquita casi de un salto y detrás cerró la gruesa puerta de madera, dejando tras de sí las vidas enrabietadas de ésos seres que le habían arrebatado a su amigo, Orlando.

Según entraron, sin saludarlas, Carlos y Chuck atrancaron la puerta con bancos. Shu, colérica, agarró del cuello a la doctora. Sus ojos estaban empapados, y la sangre daba vueltas por su organismo a una velocidad exagerada. Estaba irritada, odiaba a la doctora, deseaba…, deseaba ahogarla. La doctora empezó a sentir que el aire no le llegaba, y por tanto, creyó que Shu no pararía. Intentó liberarse de su captora; pero no pudo.

-¡Shu, basta!-le gritó Carlos sobre los golpes y alaridos del exterior.

Shu miraba la expresión sin aliento de la inmunóloga y no sentía pena. Pensaba en Orlando y apretaba con más fuerza.

-¿Estás contenta, grandísima hijaputa?-bramó Shu directa a su cara.

La doctora intentaba hablar, pero ya apenas respiraba. Shu deseaba ahogarla. No pararía. Entonces Carlos le agarró del hombro, y le dijo:

-Shu, déjala, no compliques más las cosas, por favor, no lo hagas.

Esas palabras parece que llegaron a lo más profundo de Shu, que se fue serenando. Era cierto que las cosas estaban muy mal, y no debían empeorar, por lo menos no por parte de ellos. Soltó a Samantha, que cayó al suelo, casi inconsciente, pero que se fue recuperando al inhalar aire fresco. Tosía y se agarraba el cuello, dolorida, mirando a la asiática con expresión de histeria. Shu se volvió sin mirarla, presionando su yo interior para no volverse y agarrarla de nuevo. Empezó a llorar, desconsolada. Carlos y Chuck se fueron a acercar, y con gesto de enfado les apartó.
-Necesito estar sola-tras eso se perdió en alguna de las esquinas de la mezquita.

Continúa...

4 comentarios:

irakolvenik dijo...

Y... uno menos. Dos, contando a Steve, aunque no sé exactamente qué pasó con el novato. Me gustan los giros que va tomando la historia, tensiones internas, muertes... no todo va a ser matar zombies y más zombies no? Aunque en cierta manera esa parte con más acción también tiene su encanto.

Un saludo!

Fer dijo...

Muchas gracias por los comentarios!! Decirte un par de cosillas: desde que terminó la primera parte, en el final de la misma la acción se tornó en defenderse ante los infectados, y eso lo tendrán que mantener hasta que estén a salvo..., por ahora no (juajua, risa malvada). La tranquilidad irá sumiendo a los protas en sus más oscuros pensamientos...
Con tus comentarios, y viendo que te gusta, uno se anima a seguir adelante con ello!!

Un saludo!!!

longbow dijo...

Ha odio alos mald....cientificos, egoistas siempre pensando en premios y su pu...cerebro,nunca cambiaria un buen soldado por un ñoño.

Fer dijo...

La avaricia rompe el saco, y en este caso, así ha sido!!

Un saludo!!!

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A los fans del género, en especial, y a todos en general...

Espero que os esté agradando la novela. Me entretiene mucho escribir, y creo que la mejor manera de ver si a uno se le da bien es haciendolo. Por ello, aquí os he puesto a vuestra disposición mi primera novela de terror, donde plasmo mi verdadera satisfacción por los zombies.
La valoración de público es lo más importante a la hora de sacar adelante un proyecto, así que lo dejo en vuestras manos. Espero que colaboreis.

Atentamente, Fer.


Un pequeño GRAN empujón...

Desde Amanecer Zombie, NEO ha tenido la grandiosa idea de hacer una entrada donde incluye a autores independientes, como mi caso y otros amigos (Plaguelanders, es un claro ejemplo), denominado "Especial Relatos Zombies V 1.0". No lo dudéis, entrar y conocer otras historias. Es una ayuda muy importante, una iniciativa que se valora pero mucho.

¡¡Gracias!!

"Sin palabras"

Un estudioso, es más, un profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, el Dr. Steven C. Schlozman de la escuela de Medicina, no duda de que pueda darse en algun momento un Apocalipsis Z.
Enlace: http://trabucle.com/profesor-de-harvard-un-apocalipsis-zombie-podria-ser-posible/