Un estudio clandestino de los bioterroristas desatará el Apocalipsis Z

SINOPSIS

Un grupo de militares altamente cualificados ha sido llamado para aclarar y solucionar un sospechoso caso de bioterrorismo en Afganistán. Sus pasos llegarán hasta una ciudad del país, Qandahar, en la cual se vieron los terroristas por última vez. Sería sencillo. Entrar, sacar a los terroristas y destapar toda la trama; pero a sus espaldas el ser humano está siendo sacudido por el peor captor jamás pensado: el propio ser humano, sediento de carne humana con vida.

HASTA EL 2010...

Siento que el blog esté más abandonado, estoy bastante liado con el curro y la universidad, pero os prometo que la historia seguirá adelante por mucho tiempo.

Las cosas continúan siendo muy malas para los protagonistas en las entrada venideras. Os adelanto una serie de acontecimientos:

-Los militares llegarán a los laboratorios. Allí no van a estar solos...
-Es posible que la cura de la epidemia esté muy cerca de ellos...
-El cabo y sus soldados llegarán a Kabul, allí las cosas no serán fáciles.

Y como adelanto importante, aparece un nuevo personaje, muy misterioso, que puede hacer empeorar las cosas entre los militares.

¡¡¡FELICES FIESTAS A LOS LECTORES Y PRÓSPERO AÑO NUEVO!!!

(XVIII)PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Las catacumbas de Qandahar

Lucas deseaba que a la oscuridad le acompañara el silencio, la tranquilidad; pero sus deseos no eran órdenes, con lo cual tenía que valerse de permanecer vivo y de nada más. Sobre sus cabezas reinaba un verdadero caos, y los que se habían salvado de los infectados no dudaban que sus captores pasaran la trampilla y les atacaran de nuevo. Lucas se tenía que conformar con los alaridos y los fuertes golpes de los infectados, sumando al descontrol el desequilibrio emocional que los estaba absorbiendo más y más. Shu, en la caída se había raspado en un brazo y se quejaba muy dolorida por la magulladura sangrante que tenía. A Steve apenas se le escuchaba y la doctora lloraba presa de terror que acababan de vivir. Chuck blasfemaba y no hacía más que lanzarles insultos dañinos a los infectados, sin que estos le entendieran. Lucas no hacía nada. Estaba preocupado por tantas cosas que todo le empezaba a dar igual; pero no paraba de echarse la culpa una y otra vez de la situación en la que estaban.

Al parecer estaban en algún tipo de refugio subterráneo de la ciudad. Era un largo pasillo habilitado bajo tierra que conducía a algún lugar. Colgadas a una gran altura, en ambas paredes, había luces de emergencia que estaban encendidas. Por lo tanto, no estaban completamente ciegos. Se veían las caras, aunque era mejor que no se vieran. Cada cara demostraba desde un punto de vista personal el miedo y la desesperación.

Suspiros, sollozos, golpes de resignación, cansancio…; todo eso se palpaba en el ambiente. Era escalofriante. El olor a humedad estaba empezando a parecerles insoportable a los nuevos habitantes de las catacumbas, aunque preferían eso a estar arriba.

-Carlos…-dijo Lucas oyendo su voz repetida muchas veces debido al eco. Un nudo en la garganta casi lo dejó sin voz-, no lo consiguió-bajó la cabeza y se secó las lágrimas.

El silencio volvió a dejarles la estremecedora sintonía de los infectados en el subterráneo.

-¿Por qué no nos dejan en paz de una vez?-gritó Shu, llorando de furia.

-¡No descansarán hasta que no nos coman vivos, dios!-dijo Chuck mientras tenía la cabeza apoyada en la pared de tierra.

Lucas, calmando su agonía, se acercó a Steve, que estaba sentado en el suelo, apoyado en la pared.

-¿Cómo te encuentras, amigo?

-Hecho polvo-se movió un poco y apretó la mandíbula, doliéndose de todo el cuerpo.

-Doctora-le llamó una vez Lucas. No recibió respuesta-. ¡Doctora!-alzó más la voz, pero no tuvo respuesta.

Shu se acercó.

-Yo me ocupo, Lucas-le dijo y después se agachó junto a Steve.

La asiática sabía curar heridas, y llevaba un botiquín en la mochila, la cual aún conservaba. Empezó a curarle, mientras hablaban de lo que había pasado.

-¿Cuál es el plan ahora?-le preguntó Lucas desde atrás al noruego.

-No lo sé…-respondió secamente, derrumbado.

-Tal vez deberíamos buscar otra salida, o por lo menos un lugar seguro.

-¿Con qué fin, eh?-se giró con los ojos empapados-. Moriremos de todos modos.

-No digas eso, Chuck. Estamos jodidos, de acuerdo, pero te juro que venceremos a esos locos, te lo juro. El mundo tiene que enterarse de esto, no podemos rendirnos…

-No cuentes conmigo, amigo, acabo de saborear desde muy cerca-remarcó con tono alzado esto último-la muerte, y por cada momento que pasa empiezo a pensar que es mejor que ir huyendo sin una salida de verdad.

La cara de delirio que tenía Chuck le empezaba a preocupar a Lucas. No le dirigió una palabra otra vez, se volvió y empezó a desplegar un plan en su mente. Era muy sencillo: arriba no podían volver, y solamente podían buscar otra salida en el túnel subterráneo donde estaban, por eso decidió ir a investigar él mismo.

Lucas se movía sigiloso, dejando atrás las voces temblorosas de sus amigos. El túnel subterráneo estaba perfectamente diseñando. Tenía unas vigas de madera a forma de arco que recorrían el techo y terminaban en el suelo. Por lo demás, las paredes no eran regulares, con salientes, mientras que el suelo estaba más plano, tal vez por el trasiego que pudiera haber habido por él. El pasillo era muy largo, pero Lucas tenía la corazonada de encontrar una salida al final. Continuó, sigilosos y en defensa.

Como se imaginaba, al final del túnel encontró una puerta de metal totalmente llena de polvo, lo cual era mejor que estar llena de sangre. Eso le calmaba, aunque no mucho. Antes de llegar se había dado cuenta que oía muy mal por un oído, el izquierdo. Se tocó y tenía sangre, lo cual era preocupante. Deseó todos los males a los infectados por la razón de que podría salir sordo de un oído por esta misión, si es que salía vivo. Olvidó esos turbios pensamientos y se aproximó a la puerta.
La luz no llegaba muy bien y el polvo no daba ningún detalle de nada. Encendió la linterna del fusil y apuntó a la puerta. Entre la manta de polvo coronaba una placa, de la cual no se veía muy bien lo que ponía. Se veían letras, pero no daban ninguna coherencia. Lucas empezó a frotar con el brazo y prácticamente la gran capa de polvo desapareció, otorgando así, la mejor noticia en esos fatídicos momentos.

"Bienvenidos a los Laboratorios Crystal Labs."

Al ver la placa sintió una paz interior que había deseado recuperar desde hacía mucho tiempo. Se sentía mal por estar allí, y sobre todo por estar con sus amigos; pero irremediablemente le llamaban poderosamente las ansias por cumplir la misión y esclarecer la masacre que estaban viviendo. Totalmente excitado por la emoción volvió corriendo hacia donde estaban sus amigos.

A medida que recorría el pasillo a paso rápido podía oír que las cosas no iban bien. Cuando llegó se felicitó a sí mismo por haber acertado. Debido a su ingente fuerza, los infectados habían atravesado a puñetazos la madera de la trampilla y la estaban levantando, aunque eran un poco torpes, más bien respondían a su instinto único, el hambre y la caza, por eso no entendían de abrir ni puertas ni trampillas.

Chuck disparaba a tientas, ya que apenas podía ver una figura quieta de los infectados. La doctora seguía presa del miedo y no respondía. Shu se estaba acercando a Chuck cuando vio al soldado madrileño acercarse a toda prisa.

-¡Hay que contenerlos, Lucas!-le indicaba con la mano, mientras corría hacia el lugar.

Lucas se acercó lo suficiente como para que le pudieran oír y les gritó:

-¡Hay una puerta al final del túnel! ¡Vamos!-y Lucas empezó a correr, guiándolos.
Shu agarró a Steve, y Chuck se hizo cargo de coger a Samantha en brazos, que seguía atónita. Oyeron a sus espaldas como los infectados estaba cayendo dentro del túnel subterráneo, con lo cual estaban atrapados. Oían como los huesos se rompían en pedazos, y a pesar de ello, los pasos y gemidos coléricos les perseguían con la misma intensidad que antes. Estaban siendo unos instantes angustiosos para todos.

-¡Espero que la puerta se abra, por tu madre!-gritaba Chuck, agotado.

Cuando Lucas llegó al final agarró el pomo de la puerta, lo giró, sintiendo escalofríos por todo: por los infectados que les pisaban los talones, por Chuck y por todos, y sobre todo por su familia, ya que siempre les tenía muy presentes. En un primer intento la puerta no abrió. Lucas le propinó unas cuantas patadas blasfemando mientras se dejaba la voz. Empezó a oír las suplicas de sus amigos desde atrás. Probó de nuevo, girando el pomo al tope, y la puerta empezó a abrirse.

-¡Vamos!

Cuando todos entraron, Lucas cerró muy rápidamente, y justo a los pocos segundos el impacto puramente agresivo de los infectados volvió a perseguirles. Por los golpes, los infectados parecían estar asistiendo con mucha más fiereza porrazos contra la puerta de metal. Eran golpes tan fuertes que se romperían los huesos. Los infectados parecían torpes, pero los soldados estaban teniendo en cuenta a sus cazadores, cada vez más en cuenta…

-Bienvenidos a los laboratorios…-les comunicó Lucas, sofocado, echando un amplio vistazo al lugar donde por el momento estaban a salvo.

Continuará...

(XVII) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Llegada fortuita

IV

Aston y el resto miraban por la cabina la columna de humo que se alzaba sobre el cielo, tintándolo de un negro carbón que impedía que el sol brillase con la fuerza que le correspondía. Las llamaradas del Super Stallion carbonizado eran las creadoras de la nube tóxica, y allí reposaban los restos del aparato, entre amasijos de metal, escombros y restos humanos carbonizados. Incluso la capa de humo iba borrando de la visión el centro, que iba quedando más lejano; pero los infectados continuaban su marcha tras la camioneta, sin apreciarse cansancio en sus acciones. Corrían alocados, profiriendo alaridos estremecedores y meneando los brazos en todas direcciones. Esa era su conducta, una conducta bastante simple, aunque aterradora.

-Señor-dijo la chica desde detrás de Aston, que observaba, atónito, los seres que les perseguían.

-¿Qué quiere?-susurró, derrumbado.

-¿Qué está pasando?

Aston no contestó nada. En la cabina quedaban los sonidos que emitía Timmy al quejarse por el mordisco que tenía en el gemelo. También les llegaba el continuo sonido de la arena siendo pisada por toneladas de hierro y los infectados soltando sus horripilantes alaridos. Nadie tenía respuestas para lo que ocurría, nadie podía contestar nada mejor que con el silencio.

-El científico ese debe saber algo-sugirió uno de los soldados mientras se quitaba la molesta máscara anti-gas.

Era Lobo, uno de los veteranos del grupo de Fellon. Tenía veintisiete años y seguía muy de cerca los pasos del Cabo. Era castaño, de ojos marrones, excesivamente musculoso y con unos paletos que delataban su belleza física. A su lado se descubrió Caitlin, una joven soldado de veintitrés años, con una brillante carrera profesional. Era muy bajita, pero ágil. Sin duda era un buen fichaje. El otro soldado que estaba junto a Timmy era Kyle, un canadiense que vivía en Texas actualmente, y que no destacaba por su buena trayectoria. Aston, que a veces era considerado el buscador de las almas perdidas, acogió al joven soldado entre sus filas con el fin de inculcarle unos métodos y saberes que cualquier soldado debe conocer y enmendar. A pesar de ello, el joven seguía siendo tan arrogante y poco colaborador como siempre.

-J.D. está conduciendo-le dijo Caitlin al Cabo.

-De acuerdo-asintió Aston, que volvía a comportarse como un líder.

Aston se acercó al otro extremo de la cabina, muy cerca de la cabina del conductor. Al otro lado oía la voz de J.D. que hacía preguntas sin dejar espacio para contestar. Se las estaría formulando al científico del que Caitlin había hablado.

-J.D., ¿qué tenemos?-preguntó Aston, alzando la voz por encima de todo el estruendo.

-La cosa no pinta bien… Tenemos combustible como para unos cien kilómetros más, esos cabrones no se cansan y aún nos persiguen, y nuestro querido Einstein no suelta prenda, está en shock.

-De puta madre…-susurró Aston, apoyado sobre la pared de la cabina, cabizbajo.
Caitlin y Lobo se habían acercado al Cabo, esperando escuchar alguna solución; pero se encontraron con un amargo silencio.

-Yo creo, señor, si no es atrevimiento, que podríamos ir a algún punto seguro más cercano antes de que anochezca. Allí ya veremos a ver qué hacemos, y cómo le sacamos algo de información al científico-dijo Lobo.

-No sé cuál es el punto seguro, ni siquiera sabemos si han habilitado puntos seguros-respondió Aston-. No recuerdo qué lugares más estaban afectados, no lo recuerdo-se golpeó la cabeza, ofuscado.

-Yo recuerdo que se estaba extendiendo al norte desde Qandahar. Tal vez Kabul aún no esté afectado, y allí se estén llevando a cabo las maniobras de rescate-propuso Caitlin-. Creo que es lo que mejor nos conviene, por lo menos antes del anochecer. No me imagino quedarme tirada en medio de la noche con esos locos pisándome los talones-se estremeció al recordar las escalofriantes imágenes que había visto hace unos minutos.

De repente, oyeron un fuerte grito de auxilio a sus espaldas, que empezó a alejarse. Cuando todos se giraron, vieron a Kyle en la apertura de la cabina y echaron en falta a Timmy. Se acercaron corriendo y vieron cómo el soldado herido rodaba por la arena, dando botes a la vez que sus extremidades se movían descoordinadas. Cuando paró de rodar por el suelo fue cazado por la manada de infectados que corría tras la URO, los cuales empezaron a devorarle.

Caitlin permanecía, paralizada, mirando como su amigo era despedazado. Lobo disparaba, llamándole insistentemente, aunque la lejanía ya apenas permitía que las balas llegaran. Aston corrió para avisar a J.D. que parase el vehículo, aunque fue parado bruscamente por Kyle, quien le miraba, desafiante.

-No dejaré que lo haga-le dijo.

-¿Cómo dice, soldado?-gritó Aston. El Cabo intentó esquivarle por ambos lados y se vio cerrado, se empezó a sentir imbécil e insultado. Sin poder detenerse a sí mismo, asestó un fuerte puñetazo al soldado.

Del golpe, unas cuantas gotas de sangre saltaron en la misma dirección hacia la que se dirigió su cara tras el impacto. Tumbado sobre el suelo y doliéndose, Kyle se fue incorporando mientras escupía un par de piezas dentales. Antes de levantarse del todo, Aston le agarró del cuello y le levantó por completo. Con todas sus fuerzas, Aston lanzó al soldado contra la pared de la cabina y le lanzó una mirada fulminante. Seguidamente se acercó a ordenar parar la URO a J.D. Pero entonces, seguido de un grito enfurecido, Kyle se lanzó sobre Aston y le derribó al suelo.

-¡Estaba convirtiéndose en uno de esos caníbales! ¡Era un peligro!-le gritaba mientras escupía sangre.

Aston, enfurecido, se levantó y se abalanzó contra él. Kyle, defendiéndose, le asestó un puñetazo en el estómago que dejó al Cabo sin respiración unos instantes, permaneciendo en posición retraída sobre su pecho. En esos instantes, Caitlin y Lobo se acercaron y cada uno agarró a los combatientes. Cuando Aston se recuperó, pretendía lanzarse de nuevo a por Kyle, aunque Lobo se lo impidió, agarrándole con fuerza del tronco. Aston propinaba fuertes zarandeos a Lobo, quien aguantaba estoicamente, escuchando muy cerca de su oído los enfurecidos gritos del Cabo:

-¡Hijo de puta, te juro que estás acabado! ¡Te voy a someter a un consejo de guerra por desobedecer y atacar a un superior, y es más, por matar a un compañero! ¡Estás acabado, cabrón!

-¡Haz lo que te salga del culo, siempre me has parecido un líder de pacotilla!-echaba más leña al fuego el soldado.

Aston estaba cada vez más furioso y deseaba agarrarle y coserle a golpes hasta dejarlo inconsciente. Sentía una furia por dentro fruto de su absurda inocencia, ya que pensó que podía hacer cambiar a ese joven con problemas. Estaba desatado, y aunque oía las blasfemias que soltaba por su boca envenenada, no podía parar lo que su mente le arrojaba a hacer. Le daban igual si eran palabras ofensivas o no lo eran, sólo le importaba que Kyle moviera los labios dirigiéndose a él con gestos de chulería que le remataban. A Aston le daba igual que Lobo estuviera siendo sacudido por los gestos iracundos que estaba liberando, le daba igual todo lo de su alrededor; lo único de interés para él era fustigar al que era su soldado raso. Lobo, sin apenas poder aguantar más las sacudidas de Aston, le empujó haciéndole retroceder varios pasos hacia detrás. Ambos se miraron fijamente. Los ojos de Aston estaban perdidos y su expresión facial estaba contraída en ira profunda.
Entonces, la URO empezó a aminorar la marcha. Tras unos segundos en que todos estaban desorientados por lo que estaba sucediendo, la voz de J.D. resonó desde la cabina del conductor:

-¡Chicos, Kabul está ardiendo!

Continúa...

(XVI)PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Llegada fortuita

III

Un infectado se acercaba de frente a Aston. Lo derribo con rapidez y efectividad, aunque un instante después tenía encima otros dos. Cosió a balazos la cabeza de los dos que se aproximaban. De repente aparecieron otros cuantos de entre la nube negra, entre los que iban sus soldados. Aston retrocedió y se libró de ellos con efectividad. No podía entender nada de nada, estaba hecho un manojo de nervios y un verdadero lío.

Continuó presa del miedo y el asombro, mirando a su alrededor como el mundo se desmoronaba. No podía pararlo, y por primera vez en su vida como soldado, se sentía estúpido, inmovilizado imaginariamente, de tal manera que no valía para nada. No podía pensar en esperanzas, ni siquiera pensaría en desesperanzas. Todo ese caos se había presentado tan rápidamente, que aún no había podido digerirlo.

Gritos de dolor, alaridos aterradores, pasos, miles de pasos, una columna de humo negro que se extendía por el cielo, y sangre, mucha sangre… Cuerpos sin vida adornaban el suelo del campo. Pero le aterraba ver cómo sus soldados, mutilados, despertaban de nuevo con una agresividad sin igual.

“Los muertos no vuelven a la vida, ¡maldita sea!”, se decía mirando el caos que le rodeaba.

De repente, otro infectado, un soldado suyo apareció desde atrás y le agarró del brazo. Aston reaccionó rápido y contrarrestó la fuerza. El infectado tiraba hacia sí con una fuerza descomunal; pero Aston aguantaba, apretando los dientes. Aston veía cómo el infectado le iba llevando hacia su boca, y cada vez sentía más terror al mirar las fauces descabelladas de la criatura. Entonces actuó de la mejor manera posible. Asestó una patada en la rodilla al infectado, partiendo el hueso en mil pedazos. El caníbal, profiriendo un horrendo alarido se arrodilló; pero no soltó al Cabo.

En ese momento, en el cual el infectado le apresaba con menos fuerza, Aston le propinó un rodillazo en la barbilla, haciéndolo salir disparado hacia atrás y cayendo de espaldas al suelo. Después, fulminó a su enemigo de un disparo en la cabeza.

Todo era un episodio dantesco y no podía ver bien ni distinguir quién era aliado o quién no. El humo del helicóptero estrellado le estaba cegando, y además, sus pulmones empezaban a resentirse ya que el pecho le pinzaba fuertemente. Aguantó la respiración y empezó a andar, siempre apuntando por posibles sorpresas.

Por el momento, en todo lo que llevaba recorrido no se había topado con ningún infectado. Sí habían pasado cerca, pero la nube oscura también los cegaba a ellos. Golpeó sin quererlo, algún que otro miembro amputado a mordiscos que reposaba en el suelo. Torsos con sus dueños vivos, llenos de cólera, alargaban sus brazos, intentándole coger. Era increíble, sin duda, algo que nadie creería. Pero de pronto, vio cinco siluetas que se acercaban hacia él. Aunque llevara poco tiempo las conocía muy bien. Retrocedió. Entonces vio que desde atrás se acercaban otras tantas. Se paró. Apuntó a uno de los grupos. No tenía otra opción, luchar o morir.

Se lanzó a por un grupo disparando a bocajarro, a mucha distancia. Algunas de las siluetas se frenaban y tambaleaban, retomando al instante la carrera. Mientras corría gritaba sin explicación. Tal vez gritar le ayudaba a dejar de oír el sufrimiento del mundo en el que estaba. Tal vez gritar le ayudaba a disparar mejor. No lo sabía, sólo disparaba.

De pronto, una URO llegó desde atrás y barrió uno de los grupos que atacaban al Cabo. Los cuerpos salieron disparados en todas las direcciones, algunos fueron engullidos bajo las ruedas y otros saltaron contra el capó. Aston se alarmó con el impacto y se volvió, viendo ante sí el vehículo. Tres figuras armadas saltaron del mismo y empezaron a disparar a los que se acercaban. Tras una ráfaga duradera, un soldado, provisto de su mascarilla, se paró al lado de Aston.

-Suba al vehículo, Cabo-era un hombre. Aston no reconoció su voz.

Aston corrió desorientado hasta la cabina y entró de un salto en ella. Los disparos no paraban, y cada vez los oía más de cerca. Un soldado se adentró en la cabina y apuntó al exterior. Luego entró otro, y después otro. El primero que había entrado golpeó la cabina y gritó:

-¡Ya estamos!

Tras eso, la URO empezó a moverse. Aston se meneó hacia un lado, golpeándose una y otra vez contra la pared de la cabina. Un soldado estaba parado a su lado; los otros dos apuntaban al exterior.

-No se cansan estos cabrones…-decía uno.

-A la pierna y ya verás cómo no corren más-sugirió una mujer. Después, disparó, haciendo estallar la rodilla de un infectado que cayó al suelo, quedando atrás, aunque sin disminuir su furia.

-¡Buen tiro!-le felicitaba el otro.

-Ya veo a Timmy-sonó una voz desde la cabina de conductor-. Cuando le cojamos, preparaos, tendremos mucha compañía.

La URO se aceleró de pronto, parando de golpe no muy lejos. Los tres soldados disparaban al exterior mientras Aston les miraba atónito. Reaccionó y se sumó a su acción. El polvo que el vehículo había levantado con su frenazo forzoso les dificultaba apuntar con efectividad en el blanco.

-¡Timmy!-gritó la mujer.

Un soldado se acercó hacia la cabina. En su camino fue frenado por unos infectados, con los cuales forcejeó hasta librarse. De abrir el camino se ocupaban los demás. El soldado saltó a la cabina, entrando medio cuerpo. De pronto fue cogido por detrás. Soltó un grito de dolor y golpeó el suelo de la cabina, llorando. Aston disparó y le libró de su captor. Entre todos le cogieron y le subieron. Timmy se tocaba el gemelo, que tenía un buen desgarro en la piel. Sangraba como un cerdo y lloraba, mordiéndose los labios.

-¡Vamos!-gritó unos de los soldados.

La URO avanzó con un fuerte acelerón. Todos se vieron sacudidos con agresividad, cayendo al suelo. Mientras, algunos infectados se habían colgado y estaban subiendo en la cabina de atrás. Aston, al verlos se incorporó con el cuerpo dolorido y se acercó hasta ellos. Golpeó a uno en la cara y cayó rodando, dejando en la cabina parte de la estructura dentaria. Otro se lo quitaron de encima a balazos. En principio no tenían ningún colgado más.

Atravesaron la puerta de salida del Centro Militar y continuaron a más de cien kilómetros por hora, perseguidos por los incansables infectados, que soltaban gritos que incluso llegaban a parecerles palabras inentendibles, pero al fin y al cabo, palabras.

Continuará...

(XV)PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

LLegada fortuita

II

Aston no llegó hasta el científico, pues antes los infectados habían acabado con sus primeras presas y atacaban a más soldados. El Cabo no podía creer lo que su retina estaba captando, y es que cientos de personas, entre ellas militares, con conducta muy agresiva, salían del centro y atacaban a sus soldados con mucha fiereza. Sólo oía gritos, veía muerte, desesperación y mucho dolor. Una ráfaga de disparos rompió su estado de alucinación. Miró en la dirección de los disparos y vio como unos de sus soldados se defendía frente a cinco personas fuera de sus cabales, que se lanzaban hacia él, acorralándole. Vio cómo las balas impactaban contra los sujetos y estos no caían al suelo, con lo cual quedó más ensimismado. Después el grupo tapó al soldado con sus cuerpos, quedando de él los gritos de dolor al ser despedazado.

-¡Aston!-sonó la voz de Matt desde atrás. Después una bala pasó muy cerca de su cabeza.

Pavoroso, se echó las manos a la cabeza; después notó al lado como una persona caía con todo su peso sobre la arena del campo.

-¿Qué cojones pasa?-preguntó Matt al lado del cabo.

-Están locos, joder.

-A la izquierda-le indicó Matt.

Aston se giró y vio como una mujer, al parecer una cocinera, con su traje totalmente ensangrentado, a la cual le faltaba media cara, se lanzaba a por él con los ojos llenos de furia. Sin dudarlo, Aston apuntó y lanzó una ráfaga directa a su pecho. Los agujeros apenas se notaron entre la mancha de sangre que ya llevaba. Además, los disparos no frenaron en absoluto a su atacante. No le dio tiempo a reanudar otra tanda de disparos y la mujer se le echó encima, con la boca abierta, enseñando sus dientes ensangrentados. Cayeron y forcejearon. La mujer le vomitó sangre directamente en la máscara, y la visión ya reducida que tenía, se redujo de tal manera que no pudo ver nada.

Matt, que lo estaba viendo, agarró a la mujer por los hombros y le levantó, dejando libre a su amigo. De repente, la mujer se liberó, se giró y con una ira desmesurada, se lanzó al cuello del soldado. Sus fuertes dientes atravesaron la ropa y mordieron con fuerza su piel. Matt gritó intentando separar a la loca que le mordía. La mujer no se soltaba y se agarraba a él con muchas ansias. En su ataque, Matt perdió la máscara, mostrando otro rostro más de la muerte. Aston se quitó con asco la máscara pudiendo así volver a ver la dramática realidad. Pudo ver el rostro de Matt, lo cual le marcó profundamente.

Pegó una patada a la mujer, la cual salió disparada a un lado. El cuerpo de Matt cayó al suelo, tambaleándose como un gusano. Todo el mundo de Aston se estaba viniendo abajo. Sus soldados estaban siendo masacrados por personas fuera de control y estaban en clara desventaja contra sus oponentes. Ya no servía estrategias ni buenos entrenamientos. Ahora tocaba sobrevivir y eso Aston lo tenía que conseguir.
Miró con espanto el cuerpo sin vida de Matt, y fue retrocediendo, mirando a su alrededor cómo sus soldados caían, y cómo sus únicas soluciones no atajaban a la muchedumbre enloquecida. De repente, la mujer de antes le atacó de nuevo. Recorrió a balazos su cuerpo, y detectó rápidamente su punto débil cuando una única bala impactó en su cráneo, ya que dejó de moverse y cayó redonda al suelo. Sin apenas reaccionar tenía otros dos de frente. Esta vez los derribó con rapidez. Fue retrocediendo, mirando todos los posibles puntos de ataque a su alrededor.
Justo enfrente, Matt se levantó del suelo. Yo no era el mismo, estaba lleno de furia, de rabia, y tenía toda la pinta de querer despacharse con él. Antes de que empezara a correr, le disparó directo a la cabeza. Ya no lo dudó, empezó a correr lejos de la masacre.

-¡Aquí, Cabo!-le gritaban desde no muy lejos.

Unos soldados le indicaban con los brazos que se acercara hasta el helicóptero, cuyas hélices empezaban a ponerse en marcha. Pero de nuevo, toda su esperanza por salir de esa situación se fue al traste cuando un grupo de una decena de infectados se aproximaba al helicóptero siguiendo a tres soldados que corrían, huyendo.

-¡Arriba, arriba!-gritó, desesperado un soldado mientras veía inevitable la llegada de los infectados.

Como era de esperar, los infectados dieron caza a los tres soldados que perseguían; pero además, lograron adentrarse dentro del helicóptero, atacando a los ocupantes. El aparato empezó a levitar, mientras en el interior se disputaba una lucha encarnizada. Aston miraba, casi rozando la locura como los cuerpos de sus soldados y de los infectados caían desde el aparato. A pesar de caer de una altura considerable, los infectados continuaban devorando los cuerpos ya sin vida de los soldados. Aston observaba cada uno de los locos que les atacaban y no fallaban en ningunos alguna herida sangrante o algún miembro amputado, o incluso algún hueso al aire o bien atravesando la piel. Sus alaridos coléricos, con esa intensidad no eran posibles en el ser humano. El Cabo deseaba despertar de esa pesadilla que le estaba desquiciando.

El aparato subió unos diez metros sobre el suelo; pero entonces empezó a hacer extraños movimientos oscilantes. Otros dos cuerpos cayeron impactando con el suelo a una fuerza titánica. Dejó de prestar atención al helicóptero cuando vio arrastrase a sus soldados fallecidos, los que cayeron desde el helicóptero, ya transformados. Estaba absorto en pensamientos inexplicables cuando notó los pasos aligerados y el gemido de gorgoteo de un infectado, desde detrás. Sin poder averiguar hacia qué lado era más seguro apartarse, se volvió girando sobre sí mismo, aferrado con fuerza a su fusil.

Fue una visión rápida. Notó que su cuerpo se frenaba, oyó el crujir de los huesos y una figura cayó a un lado. Entre los borbotones de sangre que derramaba el cráneo pudo distinguir quién era: el Teniente Hopkins. Sumido en su caos mental, el helicóptero empezó a perder estabilidad y estaba cayendo. Definitivamente, una gran explosión que barrió cuerpos sin vida y deslizantes, aconteció posterior al impacto del helicóptero contra el muro del Centro Militar. Aston se tiró al suelo y fue cubierto por una nube espesa, negra como el carbón.

Con la cara clavada en la arena y los oídos puestos en el ambiente, percibió la fiereza con que las llamas rugían. Se levantó intentando salir de la nube tóxica que le cubría. Cuando su visión se aclaró, vio cómo el helicóptero había impactado y bajo las llamas quedaban los restos del esqueleto, deformados por los fulgurantes azotes del fuego. Del lugar del impacto salían cuerpos calcinados, bañados en llamas que corrían en todas direcciones y cuerpos que se deslizaban por el suelo, siendo antorchas humanas.

Continuará...

(XIV)PARTE II: EL Principio del Fin. Apocalipsis.

Llegada fortuita

I

El rugir del motor del helicóptero y el sonido de las oscilaciones de las hélices ya no significaban nada para Aston. Su experiencia en misiones de paz, llevando a su cargo a muchos soldados rasos, había hecho de él un verdadero profesional, volcado siempre en su trabajo. Todos los soldados iban agarrados por el cinturón, y ninguno, excepto Aston, se había levantado de su asiento.

Aston se acercó hasta la cabina para recibir datos acerca de la llegada al centro.

-En cinco minutos estaremos en el objetivo-dijo el piloto.

-Muy bien, buen trabajo-le felicitó Aston, dándole una palmada en el hombro-. Te has ganado unas cervezas.

-¡Fresquitas por favor!-rogaba en tono sarcástico el copiloto.

-Sí, porque ya empieza a notarse el puto desierto-dijo el piloto, riendo.

Aston abandonó la cabina y se fue desplazando casi a zancadas y tambaleos hasta sus soldados. Se agarró a una barra del techo del Super Satllion, y tras sentirse cómodo, les comunicó a los expectantes soldados:

-Váyanse poniendo las máscaras, en menos de cinco minutos aterrizaremos. No tengo que avisarles de nada, saben cómo es el trabajo conmigo, asique cíñanse a los mandatos, nada más. Suerte…

Al instante, todos empezaron a ponerse las máscaras anti-gas y se armaron de valor y ganas como Aston les había inculcado en otras misiones.

Cuando estaban llegando, el aparato volador empezó a frenar en suspensión. Las hélices continuaban moviéndose a la misma velocidad que antes, pero a diferencia, el helicóptero daba vueltas, bajando hacia la marca del helipuerto del centro. Aston estaba asomado a la puerta y el viento del movimiento activo de las hélices le golpeaba el cuerpo, tambaleándole un poco. Tuvo una visión suficiente sobre el centro para ver que algo pasaba allí. No había nadie, no había movimiento, y el Campo de Tiro, donde iban a aterrizar estaba desierto, y a esas horas, era normal que los soldados estuvieran practicando tiro. Con su interior algo inseguro, se puso la máscara y agarró el fusil. Estaban preparados.

Antes de que el Super Stallion llegara a tierra, uno a uno, los soldados fueron saltando y se fueron movilizando como tenían ordenado. En primer lugar tenían que hacer el reconocimiento del lugar. Posteriormente, observarían en detalle. Así lo hicieron, y apuntando con su arma, en formación de ataque, iban buscando algún rastro de vida por el campo. En último lugar salió Aston. Les dijo a los operarios que esperaran ahí, que si pasaba algo les notificaría en todo momento.

El despliegue había sido tremendo y excelente, lo cual hacía notar lo bien que Aston enseñaba a sus soldados. Por un momento sintió orgullo, luego borró ese sentimiento, ya que no debía sentirlo hasta que la misión no hubiese sido un éxito.

-Nada, señor-le dijo un soldado. Por su tono de voz, algo distorsionado por la máscara, pudo distinguir perfectamente que se trataba de Timothy.

Aston asintió y el soldado se marchó, continuando su trabajo. El cabo empezó a andar pasando entre la muchedumbre de soldados que registraban hasta por debajo de los tanques. Aston había estado en muchas misiones y la experiencia le había dotado con la gracia de sentir en el ambiente que algo no andaba bien. Entonces vio un grupo de unos diez soldados agolpados tras la puerta doble de metal, la cual comunicaba con el interior del centro. Un soldado del grupo se acercaba a toda prisa hacia él.

-Venga, señor, tiene que verlo-le dijo a medio camino, y cambió de rumbo, volviendo hacia la puerta.

Aston le siguió, a paso relajado. A medida que se iba acercando, iban notando como el suelo temblaba. Después, a los temblores del suelo le seguían golpes fuertes contra el metal de la puerta. Y más cerca aún, escuchaba cientos de gritos peliagudos. Asomando desde el hueco del suelo, un charco de sangre coagulada les terminó de causar el temor que los demás indicios no habían conseguido.

-¿Qué está pasando?-preguntó el cabo-. Informe rápido, soldados.

-No lo sabemos. No hemos querido hace nada sin su consentimiento-dijo una mujer.

-Cuando llegamos ya se oía este jaleo-dijo otro.

-Es preocupante-susurró uno al lado del cabo.

Aston escuchó más en detenimiento los alaridos que atravesaban el grosor de la puerta y se extrañó muchísimo. Nunca había oído algo así; nunca de un ser humano. No podían quedarse parados, con lo cual Aston tomó la determinación de abrirla. Pero antes de ordenar nada fue interrumpido por un soldado a lo lejos, desde atrás:

-¡Disculpe, señor!

Aston se giró y vio a un soldado que sostenía de las axilas a una persona con una bata de laboratorio, que aparentaba estar muy débil.

-¡Tenemos a uno!

Aston empezó a andar en dirección al hallazgo, dejando a los otros con la duda de qué debían hacer.

-¿Qué hacemos al final?-preguntó un soldado.

-Abran la puerta y calmen a esa gente-les ordenó Aston casi sin prestar atención.

Los soldados atendieron al mandato y empezaron a girar el pomo. Les costó un poco; pero en cuanto una de las puertas cedió un poco de manera normal, ambas puertas se abrieron de manera agresiva. Los soldados retrocedieron, apuntando al interior del centro. Apenas pudieron reaccionar, pues tuvieron encima a cientos de infectados, ávidos de carne humana. Su agresividad había aumentado, y en menos de un minuto habían acabado con los soldados que los liberaron. Los gritos de muerte de los soldados y los alaridos de los infectados alarmaron al resto de los allí presentes, desatando así una batalla campal en toda regla.

Continuará...

(XIII) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

00:00

El tiempo había acabado. Aún así, cuando ambos salieron de la cortina de polvo, vieron cerca las escaleras de la mezquita. Muy cerca de la puerta, pero desde afuera de la mezquita, estaba Chuck, disparando a bocajarro entre ceja y ceja a los infectados que se acercaban. Shu, con una pierna dentro y otra fuera, disparaba ráfagas, ayudando al noruego.

Lucas, al verlos sintió bienestar. Pero muy poco duró su tranquilidad, ya que desde el lado se acercaba un infectado a una velocidad vertiginosa. Chuck, al verlo, se dispuso a ayudar; golpeó con el codo a un infectado que tenía cerca y lo redujo. Corrió escaleras abajo y sin parar disparó al infectado. No acertó en la cabeza, acertó en el cuello; pero gracias a ello, el infectado se frenó, dio un giro de 180˚ y se quedó con el cuerpo tenso.

-¡Vamos, Lucas!-gritaba Chuck, dejándose la voz.

Lucas volvió en sí y reanudó la marcha, con Steve agarrado. En poco tiempo adelantó a Chuck, que se quedó mediando con los infectados que se acercaban. El noruego se estaba quedando sin munición, lo cual les ponía en un aprieto; tenía cargadores pero no tenía tiempo para cargar el revólver. Mientras subía las escaleras lanzó una patada a un infectado que cayó rodando y se llevó consigo a otros que le seguían detrás. Disparó dos veces más y continuó corriendo detrás de los dos soldados. Empujó a otro que se estaba echando encima de Lucas y Steve, y después se vio ayudado por la asiática, que disparaba a la vez que gritaba. Lucas y Steve se adentraron en la mezquita, mientras Shu y Chuck contenían los furiosos de afuera.

-¡Entra ya, Shu!-le ordenó Chuck gritando por encima del jaleo.

Shu asintió. Empezó a retroceder sin dejar de disparar. Finalmente entró. Chuck la siguió muy de cerca. Pero cuando estaba a punto de entrar, giró la cabeza y vio a Orlando, con la ropa hecha jirones, ensangrentada, que le miraba con los ojos inyectados en sangre y movía los mofletes a una velocidad fulminante debido a su respiración acelerada. Por un momento se quedó petrificado, pero reaccionó rápido y apuntó. Cuando llevó hasta el final el gatillo sonó un clic.

“¡Mierda!”, se dijo el noruego.

Entonces Orlando se lanzó a por él. Rápidamente dribló el ataque, aunque el mexicano le apresó de la mochila y le lanzaba hacia atrás con una fuerza inmensa. Frenético, quitó los broches de la mochila y salió disparado hacia delante como fenómeno de acción-reacción. Orlando hizo lo mismo, a diferencia de que fue en sentido contrario. Chuck no perdió el equilibrio y entró en la mezquita. En ese momento, el edificio siniestrado por la explosión se vino abajo levantando un estruendo tremendo, junto con olas enormes de polvo y lluvia de escombros.

Cuando Chuck estaba dentro de la mezquita, Shu y Lucas movieron la puerta para cerrarla. Sin dudarlo, Chuck se sumó a la acción, aunque estaba sofocado. En el exterior había miles de infectados, muchos habían logrado llegar a la puerta. Por ello, la puerta no podía ser cerrada ya que los brazos de los infectados que habían llegado más lejos se habían metido por el espacio abierto. Los brazos se iban multiplicando por segundos, y presionaban con muchísima fuerza en dirección contraria a la de los soldados. Los doblaban en número, su fuerza era mayor, con lo cual terminarían entrando.

-¡Doctora, ayúdenos!-le rogaba Lucas a Samantha.

La doctora, presa del pánico de la situación, se había alejado lo más posible de la puerta, refugiándose en una esquina. Los soldados empujaban con todas sus fuerzas, aunque notaban que nada merecía la pena ya que la puerta estaba cediendo. Los alaridos coléricos del exterior se multiplicaban, al igual que los golpes y la fuerza contra la que luchaban los soldados.

-No podemos hacer más, joder-gritaba Shu, empujando con más fuerza.

-No os rindáis-les apoyaba Lucas. Los nervios estaban empezando a atacarle.

La doctora, a la cual le temblaba todo el cuerpo, retrocedía más y más pensando que así podría salvarse. De repente, oyó bajo sus pies el crujir de madera. Miró hacia el suelo. Había una alfombra árabe. Pisó aposta con fuerza y oyó más fuerte el sonido de madera cuando el suelo era de cemento. Histérica porque los soldados ya no podían más, se agachó y levantó la alfombra. Ante sus ojos apareció la salvación. Una trampilla en el suelo que parecía estar abierta. Agarró la cuerda y tiró hacia arriba, dejando abierto el camino que les salvaría la vida…, por el momento.
-¡Hay salida! ¡Salida!-les gritaba la doctora dando saltos de alegría.

Los soldados luchaban con todas sus fuerzas por cerrar la puerta, pero ya era algo imposible. Unos cuantos infectados empezaron a meter medio cuerpo dentro de la mezquita, con lo cual ya no tenían mucho más que retrasar. Lo doctora les gritaba una y otra vez que había encontrado una salida, pero el jaleo impedía que les llegara lo que les decía. Por ello, empezó a correr hacia la puerta, venciendo su pánico. Se paró de llenó cuando vio a Orlando con la mitad del cuerpo dentro de la mezquita. El mexicano abría y cerraba su boca, y meneaba los brazos en todas las direcciones.

-¡Doctora, ayúdenos, maldita sea!-le gritó Chuck.

Samantha reacción y les comunicó:

-¡He encontrado una trampilla! ¡Es nuestra única salida!-tras eso, se dispuso a coger a Steve, y ambos empezaron a andar hacia donde estaba su salvación.

-¡Muy bien, Shu, corre!-dijo Lucas empujando con fuerzas titánicas.

-No, estoy harta de que me tratéis como a una niña por el simple hecho de ser mujer. Ve tú, estás herido. ¡Vamos!

Lucas vio como la asiática empujaba con más fuerza aún y fue entonces cuando empezó a correr siguiendo a la doctora.

-¡Vamos, Shu, ahora tú!-dictaminó Chuck.

La puerta empezó a ceder, tanto que Orlando y otro infectado llegaron a entrar. Shu al ver a su compañero notó que el corazón le daba un vuelco. Sintió mucha pena al verlo como era ahora.

-¡Dispara!-bramaba el noruego viendo que sus fuerzas eran superadas con creces.
Oponiéndose a sus sentimientos, Shu empezó a disparar a los dos infectados que se colaron en la mezquita. Uno cayó al instante. Orlando exclusivamente recibió un par de disparos en el pecho. Entonces, la asiática volvió a disparar y esta vez no falló. Una ráfaga plantó la cara del mexicano de agujeros de bala, que supuraban sangre. Seguidamente, empezaron a entrar más.

-¡Vamos, Chuck!-llamó Shu al noruego.

Rápidamente, el noruego soltó la puerta, la cual se estampó contra la pared, haciendo que cayeran directos contra el suelo los infectados que presionaban desde el otro lado. Chuck corrió como un energúmeno, dejando detrás a Shu, que disparaba a los infectados que se acercaban iracundos y hambrientos.

-¡Corre, Chuck, corre!-gritaba espantada Shu desde detrás.

Los infectados se empezaron a extender por la mezquita como el agua en un recipiente. Se tropezaban y volvían a levantarse rápidamente, ya que no querían perder sus presas.

Chuck vio cómo Lucas iba bajando por la abertura del suelo. Lucas al ver la cruda situación que tenían les avisó:

-¡No tiene mucha distancia al suelo! ¡Tiraros de golpe!-y despareció en el subterráneo.

Chuck iba llegando a la abertura cuando vio que tenía prácticamente encima a los infectados por un lateral. Miró hacia atrás y vio que venía Shu. Se paró y asestó un puñetazo a una mujer llena de ira que se acercaba. Shu le miró por la locura que estaba haciendo y le gritó que siguiera. En poco tiempo, los infectados estaban rodeándoles. Shu a una distancia prudencial se deslizó por el suelo y entró de golpe en la abertura. Chuck abatió a golpes un par de infectados más y corrió hacia la abertura del suelo. A un ritmo desorbitado, se agachó y empezó a bajar por las escaleras. Agarró la cuerda y empezó a cerrar la trampilla por encima de su cabeza. Le faltó muy poco para que un infectado le mordiera la mano en su intento por cerrar la trampilla. Al cerrar con tanta fuerza, la cabeza del infectado fue aplastada y murió al instante. Como le obstaculizaba el cerrar, apartó la cabeza destrozada y cerró al final con cierta dificultad por los infectados que los buscaban arriba.

Continúa...

(XII) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Rescate

05:00

Con el pitido de su reloj, la cuenta atrás empezó para los soldados. Lucas había preparado el cronómetro y el tiempo iba en contra suya. Miraron a su alrededor unas cuantas veces asegurando que no había ningún infectado. Una vez confirmado y seguros de ello, empezaron a bajar las escaleras de la entrada de la mezquita. Carlos creía estar soñando cuando vio ante sus ojos confirmada la exageración que había dicho Lucas dentro de la mezquita. Miles de infectados estaban agolpados alrededor de una ambulancia que estaba volcada. Muchos de esos seres se iban desprendiendo de la muchedumbre y se volvían a dispersar por Qandahar buscando nuevas presas. Lucas le dio un pequeño golpe en la espalda y se puso a andar por delante de Carlos. Tras eso, el soldado reaccionó y siguió a Lucas arrepintiéndose de haber salido.

04: 30

Pasaron por el charco de sangre negruzca, ya coagulada de Orlando, y vieron junto a él, las armas del mexicano. Las necesitaban; pero el tiempo era oro, y por ello no las cogieron.

Corrieron justo por donde Lucas había llegado a la mezquita: por detrás de los edificios, pasando de largo la plaza donde estaba la muchedumbre hambrienta. Al torcer la esquina miraron en detalle. Después continuaron caminando. Carlos, que había liderado la marcha, miraba hacia todos los lados. Lucas también lo hacía; pero además, también lo hacía hacia atrás.

Cuando fueron a pasar un bloque de pisos, Lucas chocó contra el cuerpo totalmente frenado de Carlos, que estaba muy tenso y sudaba excesivamente.

-¿Qué te pasa, Carlos?-le preguntó Lucas casi susurrando.

-Na.., nada-le dijo al rato.

Lucas no pudo ver su cara, pero su excesiva sudoración y su tambaleo al andar no denotaban que estuviera bien. Cuando Lucas se aproximó más rápido hacia él para interrogarle acerca de su estado de salud, el soldado exclamó, impresionado:

-¡Tiene que ser ahí!-indicaba señalando hacia un lugar no muy lejos.

Carlos empezó a correr, algo forzado, alejándose de las casas. Lucas le persiguió, sin dudar en cada paso que algo estaba pasándole a su amigo.

04:00

Habían llegado al borde de una cuesta de arena extremadamente inclinada. Se asomaron y confirmaron su peligrosa inclinación.

-¡Esto complica las cosas!-exclamó Lucas, enojado.

-Lo importante es salvar al novato, nada más-al decir lo último tosió.

Lucas pudo ver a su amigo muy desmejorado, con gotas de sudor que rebosaban de su frente y un estado de palidez temprano pero marcado. De repente, Lucas oyó movimiento desde debajo de la cuesta. Miró en la dirección y vio como un cuerpo, de lo que parecía un hombre, se movía. Estaba totalmente lleno de polvo en su ropa, con lo cual no detallaba quien era. Lucas le indicó a Carlos la dirección del cuerpo y ambos miraron con mayor atención. El hombre levantó la cabeza y la movió hacia los lados, como buscando. A su lado había un infectado con el cuello roto, cubierto por un charco de su propia sangre coagulada.

Se acercaron hacia la zona. Entonces fue cuando vieron que se trataba de Steve, que apenas se podía mover. Sin dudarlo, empezaron a bajar.

03:30

Fueron arrastrándose por la cuesta de arena prácticamente agachados. Mientras bajaban, vieron como Steve dejó de moverse, con el fin de no llamar la atención a los infectados que podrían estar acercándose. Llegaron a tierra llana y vieron que todo estaba tranquilo. Se acercaron al joven soldado tirado en el suelo y le llamaron:

-¡Steve, somos nosotros!-le susurró Lucas.

Steve no tardó ni un segundo en levantar la cabeza y mirar a sus amigos. En ese instante, el joven sintió una paz interior que nunca en su vida había sentido. Él mismo lo describiría como cuando los bomberos te sacan de la habitación que se está quemando, y en la cual te encuentras encerrado. Eran sus salvadores, sus ángeles de la guarda.

Ambos se agacharon a agarrarle, y con todas sus fuerzas le ayudaron a incorporarse. El joven se dolía de cualquier parte del cuerpo y estaba en mal estado físico. Tenía una brecha en la barbilla y en la ceja, y magulladuras importantes en brazos y piernas. Su traje se había rajado por muchos lados y estaba muy deteriorado.
Bajo su cara llena de polvo encontraron una sonrisa amigable, y eso les dio esperanzas para seguir adelante. Steve no les dijo nada, pero estaba claro que no podía valerse por sí mismo para moverse, con lo cual, entre ambos le ayudaron.

02:30

Como cargaban con el ingeniero no podrían subir la cuesta debido a su inclinación. Lucas vio a lo lejos unas escaleras de cemento que les servirían para volver a arriba. Aceleraron el paso, pues cada minuto les separaba de una salvación segura.
Cuando ya estaban a punto de subir las escaleras, un infectado llegó de la nada a toda prisa por detrás, sin que los demás se dieran cuenta, y se lanzó sobre Lucas. Ambos cayeron al suelo y forcejearon. Carlos soltó a Steve, que cayó de rodillas al no poder mantenerse en pie. Sin dudarlo, Carlos le asestó una fortísima patada en el costado y el infectado soltó a Lucas.

-¡Id subiendo!-les gritó.

Lucas asintió, se levantó, cogió a Steve y lentamente empezaron a subir las escaleras. Los gritos coléricos que estaba soltando el infectado eran de una intensidad enorme, lo cual atraería a los demás en muy poco tiempo.

Carlos le tenía atrapado por la cabeza, y a pesar de las acometidas y sus movimientos incesantes para intentar zafarse, no lo conseguía. Entonces Carlos empezó a oír cientos de pasos a sus espaldas, seguidos de alaridos muy fuertes. Ese momento en que se distrajo fue decisivo para que el infectado le venciera en cuanto a fuerza se supone y se llevara un dedo de la mano a su boca. Como un muerto de hambre, el infectado mordía el dedo de Carlos, que sufría en sus carnes la fuerte acometida de la mandíbula predadora del caníbal. No era muy consciente de la gravedad que el ataque le suponía, y es que su hueso estaba haciéndose añicos bajo la fuerza de su mandíbula, y cada vez estaba más lejos de estar en su sitio colocado. Carlos continuaba gritando, y prosiguió ya después de que el infectado le arrancara el dedo de un mordisco. El madrileño, sufriendo del dolor y a la vez enfurecido, agarró mejor el cráneo y se lo retorció. El infectado cayó al suelo al instante, sin llegar a degustar del todo su ansioso manjar. Mareado ahora más que nunca y desangrándose, corrió hasta las escaleras, sabiendo que tenía prácticamente encima a cientos de infectados que salieron del bosque.

01:50

Lucas estaba arriba con Steve, y efectivamente, los alaridos del infectado habían atraído a un grupo extenso de infectados, que se acercaban ávidos de carne humana. Había oído los gritos de Carlos, y a pesar de que deseaba volver a ayudarle, no podía hacer todo lo que pretendía. Con un brazo agarraba a Steve, quien andaba lentamente, arrastrando los pies. Con el otro brazo agarraba la M4, y con todas sus fuerzas la mantenía levantada por delante de su cuerpo. Empezó a lanzar ráfagas a los infectados que se iban acercando. Con el peso del arma y el estado de nervios que tenía, acertaba a la cabeza, pero tardaba demasiado.

-¡Vamos, corred a la mezquita!-les gritó Carlos, que se aproximaba a toda prisa por las escaleras, con la mano dañada apoyada en el pecho y sujetando con la otra su pistola. Su traje estaba siendo bañado por una enorme marca carmesí que crecía incesante.

Lucas, al verlo en tan mal estado se estremeció al completo. A pesar de ello, continuó andando con Steve. Carlos se topó con los infectados que iban a por los otros dos; aún así, no dudaron en cambiar de objetivo en cuanto le vieron. Sin dudarlo, abrió fuego acertando en el cráneo de todos los que se iban acercando. Tras quitarse unos cuantos de encima corrió detrás de Lucas y Steve, tambaleándose de un lado a otro. Mientras, los infectados que se aproximaban de las inmediaciones, intentaban trepar la cuesta, aunque los resultados no eran satisfactorios.

01:10

Lucas y Steve estaban llegando a la última casa del camino. Cuando la torcieran, deberían andar un poco más y ya estarían en la mezquita. Lucas no sabía el tiempo que les quedaba; pero debían llegar en el tiempo prometido a toda costa.
Carlos les seguía desde atrás, aunque su vista empezaba a estar nublada. Notaba como su interior estaba ardiendo, como si la sangre que le bañaba las venas llevara fuego. El pecho le ardía y sudaba mucho. Seguía corriendo y tambaleándose a la vez, y en cada segundo que pasaba veía más cercano el suelo. Finalmente cayó de bruces. Los últimos segundos de su vida humana fueron los más tranquilos. Vio los pies de los infectados que le pasaron por los lados y por encima. Yo no le querían, no le buscaban a él ahora, tal vez fuera porque sabían que dentro de poco tendrían consigo a otro más en sus filas. Por fin, murió.

00:50

Lucas se volvió, arriesgando. Su vida en ese momento se resquebrajó al completo cuando vio a su mejor amigo tendido en el suelo, siendo pisoteado por los cientos de infectados que venían por detrás. No podía volver. Con los ojos empapados en lágrimas, torció la esquina e involuntariamente dio unos pasos hacia atrás, aterrorizado por la enorme cantidad de infectados que venían de frente.

Steve, respiraba a un ritmo frenético, y le gritaba al madrileño una y otra vez que iban a morir, seguido de sollozos. Lucas, rápidamente, dejó a Steve en el suelo. Agarró dos granadas de su mochila, quitó el casquillo y lanzó una a cada lado. Seguidamente, se agachó sobre Steve y esperó, contando en voz baja los segundos en su cabeza. No sabía si las granadas explotarían a tiempo, no sabía si ya tenían encima a los infectados, sólo oía pasos, alaridos…, y un fuerte estruendo se extendió dejándolo sordo por unos instantes. En el momento de la explosión, rocas, tierra, polvo y escombros de edificio volaron por los aires, además de pedazos del cuerpo de los infectados, y también los infectados al completo, totalmente reventados por dentro. Lucas, que estaba agarrado fuertemente sobre Steve, sintió un vendaval muy fuerte sobre sí, que lo movió unos metros, separándolo del ingeniero.
Lucas, sacudiéndose la cara del polvo que lo había cubierto, y aún sin oír prácticamente nada, se incorporó. Muy cerca había un brazo arrancado de cuajo a la altura del codo. A su otro lado, una pierna. Torsos, cabezas, partes del cuerpo apenas reconocibles por sí solas estando separadas del esqueleto. El escenario era un espectáculo de sangre, vísceras y miembros amputados por doquier. Entre la humareda que se levantó tenía la visión muy reducida, pero pudo ver a Steve, que se movía un poco, tirado en el suelo. Cuando se acercó lo vio tendido, totalmente desorientado. No oía prácticamente nada, solamente algún alarido muy bajo, lo cual no representaba lo que ocurría en realidad.

Lucas agarró a Steve de las axilas y le levantó. Steve se meneó intentando zafarse, ya que no pudo ver quien le cogía. En ese momento, el suelo empezó a temblar bajo sus pies. Miró hacia la izquierda y vio que el edificio de al lado había sufrido un fuerte impacto en la explosión. Parte del lateral del edificio se había venido abajo y al parecer, la explosión había afectado a los muros de carga, pues se estaba derrumbando. Al ver esto, Lucas aceleró la marcha, sintiendo el nerviosismo por su respiración acelerada. Desorientados, fueron corriendo por entre la humareda intentando escapar ahora del edificio que se les venía encima. Por su camino se encontró con más restos humanos, incluso algún infectado sin piernas les frenó al agarrarlos de sus extremidades.

00:15

Poco a poco, Lucas fue recuperando la audición, y preferiría no haberla hecho. Como un demonio, el suelo rugía y las paredes del edificio se rajaban de arriba abajo emitiendo un sonido desalentador. Oía fuertes impactos de escombros a sus espaldas; pero no podían mirar atrás, no podían perder ni un segundo, es más, sabían que era muy difícil salir de su situación, aunque no perderían la esperanza.

00:10

Continuaban entre la humareda y la escena de miembros e infectados vivos pero inmovilizados se repetía. Lucas, con cada choque fortuito contra algún infectado desorientado soltaba algún que otro improperio, acompañado del llanto del débil soldado pelirrojo. Lucas sentía que un oído no había recuperado la audición al completo y notaba como la iba perdiendo más. Además, notaba como la sangre difundía desde el interior del pabellón auditivo. A pesar de su reducida capacidad de escucha pudo oír disparos cercanos. Con un sorbo de esperanza, aceleraron la marcha y la humareda empezó a quedarse atrás.

00:00

Continúa...

(XI) PARTE II: El Principio de l Fin. Apocalipsis.

En la mezquita

Lucas aún estaba recuperándose, cuando empezó a ser atosigado con las preguntas de sus compañeros. La cabeza le dolía todavía, y aunque oía palabras, no entendía prácticamente nada. “Mordido”, “Orlando”, “cuántos”…, eran palabras que le resonaban en la cabeza. De repente sintió como una voz autoritaria que hizo que las preguntas cesasen. Chuck se acercó a Lucas, que estaba sentado en el suelo, apoyado sobre una columna. Le agarró de la barbilla y le subió la cabeza, buscando la mirada del madrileño. Le estaban controlando como a una marioneta, y mientras tanto, Lucas apenas era consciente de nada de lo que se le hacía.

-¿Cómo te encuentras, amigo?-retumbó la voz del noruego en su cabeza.

La doctora se acercó para verlo. Tenía la mirada perdida y no contestaba a ninguna pregunta. Estaba consciente, pero no sabían si exactamente le dolía algo o no.

-Vamos amigo, di algo-susurraba Chuck.

Entonces, el noruego le agarró de la nuca y sintió que la zona estaba mojada. Apartó la mano y se vio que estaba manchada de sangre.

-¡Doctora!-exclamó Chuck, enseñando la palma de su mano, empapada.

La doctora, al verlo, se alarmó y le miró la nuca. Tenía una considerable brecha, muy sangrante, que al parecer era la causante de su aturdimiento. Samantha echó mano a su macuto y sacó gasas y puntos para tapar la herida. Mientras la doctora limpiaba la zona, Lucas lanzaba alguna que otra queja, en general gestos desagradables. Finalmente, le puso los puntos. Observaron al soldado, que seguía desconcertado. Lucas empezaba a dormirse, y eso no podía ser. Samantha les avisó que no podía dormirse en ningún momento, pues tal vez no se volviera a levantar. Debían mantenerlo despierto a toda costa, y cuando intentaba dormirse, le zarandeaban, despertándole y además, aumentando su mareo.

-Por lo visto, parece un golpe con un objeto-dijo Carlos mientras la doctora asintía a su lado.

-Sí, yo diría que lo han atacado-dijo Shu, mirándole.

-Es posible, está desarmado-añadió Chuck-. Yo hablé con él no hace mucho y hablaba perfectamente. Debió ser de camino hacia aquí.

-A lo mejor le han atacado esos locos de afuera-propuso la doctora.

Shu miró a la doctora con cara de asco; después pasó a ser desafiante. La doctora no le aguantó la mirada ni un minuto.

-Yo no lo creo-rebatió la asiática.

-Puede ser un arañazo-dijo Samantha mirando a todos menos a Shu.

-¿Qué más da?-preguntó Carlos, evitando el tema, pues razones tendría.

-Tal vez lo deberíamos tener en cuenta-indagó más aún la inmunóloga-. No lo sé, y es probable que me equivoque, pero el causante de la ira de esa gente puede ser un virus o algún agente infeccioso. Estoy hecha un verdadero lío, de verdad, porque pienso en lo que dijisteis del cadáver mutilado de la caseta, que despertó, enfurecido. Y luego esa gente fuera de sus cabales, muchos magullados y mordidos, por lo que no parecía un animal. Tal vez se contagie por contacto directo con fluidos de los infectados.

-¡No me creo nada!-saltó Shu con furia.

-Está bien, haced lo que queráis.

-Vamos, vamos…-les dijo Chuck justo después de haber zarandeado a Lucas.

-Es po…, posible…-susurró Lucas.

-¡Ha hablado!-gritó Chuck.

Todos se agolparon alrededor del soldado y esperaron que dijera algo. Lucas, que estaba mejorando, miró a su alrededor, viendo las caras impacientes de sus compañeros. Empezó a notar ausencias, empezó a notar golpes de fondo…, empezó a volver a la realidad. Intentó incorporarse por sí solo; pero no lo consiguió. Le ayudaron a ponerse de pie. En ese momento el mareo volvió, aunque se desvaneció rápido. Lucas se tocó la cabeza y volvió a mirarlos a todos.

-La doctora puede que tenga razón. He visto mordeduras en gente herida, aún dentro de sus cabales, las cuales les han llevado finalmente a morir y revivir al poco tiempo convertidos en verdaderas bestias-les dijo, recordando al niño caníbal con parte del cuello devorado. Después, se dejó deslizar por la columna, sentándose de nuevo.

-¿Pero tú estás bien?-le preguntó Carlos, preocupado.

-Perfectamente-le contestó con una sonrisa-. No me han mordido, no me han tocado un pelo, os lo aseguro. Este golpe me lo dio alguien en el hospital.

-¿Cómo que en el hospital?-quiso saber Chuck.

-Sí… Verás, cuando venía hacia aquí, una mujer me alarmó desde el hospital para que la auxiliara. Cuando llegué, la mujer estaba protegiendo a su hijo, que había sido atacado por esos locos. Cuando empezó a cambiar, le intenté reducir a disparos, pero la madre lo evitó. Entonces, algo me golpeó la cabeza… No recuerdo mucho. Cuando me desperté, el niño se había convertido en otra fiera de esas y estaba devorando a su madre por el cuello. Me atacó; pero logré reducirlo. Después me atacó la madre-paró un tiempo-. Salí ileso. Bajé hasta abajo y entonces fue cuando quedé totalmente impresionado. Una ambulancia, conducida por un hombre musulmán pasó a ras mío y se metió en la plaza del pueblo. De repente, aparecieron miles de devoradores de todos los lados rodeando el coche y matando al hombre.

-Cuando dices “miles” exageras, ¿verdad?-preguntó Shu.

-No. Estoy hablando completamente en serio. No los conté, pero entre tantos lograron frenar la ambulancia a gran velocidad-se horrorizó al recordarlo. Los demás estaban experimentando el mismo terror en su piel en ese momento-. Había niños, niñas, mujeres, hombres, y hasta ancianos con una fuerza y rapidez descomunales. Era tremendo…

Se habría hecho el silencio más tenso si no hubiera sido por los insistentes golpes sobre la puerta de algún infectado del exterior. Chuck empezó a moverse de un lado a otro, pensativo y algo inquieto. En ese mismo instante, Carlos empezaba a notar escalofríos por todo el cuerpo, sudoración fría y calor general, por lo que notaba que estaba teniendo un ataque febril. Los arañazos de la pierna le dolían en ese momento mucho más que en el instante cuando fue atacado y empezó a sentir el pánico por todo su cuerpo al pensar que podría hacerse realidad la teoría de la doctora. Se sintió cansado, y rápidamente se sentó al lado de Lucas pasando su malestar desapercibido para los demás.

-¿Cómo estarán las chicas?-le preguntó Carlos.

-Seguro que mejor que nosotros, no hay duda.

-Quien sabe…, tal vez esto haya llegado más allá; incluso a lo mejor, este sea un foco secundario y el primario esté en otro lugar-intentó dar soluciones que a ellos les sonaban a músicas celestiales.

-No lo creo. Si no me equivoco, aquí es donde ha empezado esta mierda, y sea privilegio o no, somos los únicos que podemos hacer algo.

-No lo veo un privilegio, lo veo una putada…-y rieron ambos, disfrutando un poco de la locura del momento-. Joder, Lucas…, en menudo lío nos hemos metido. Recuerdo aquella tarde cuando la vieja del quinto corría detrás con el palo de la escoba-rió.
-Eso sí que era un verdadero lío…-añadió Lucas, mofándose a la vez que recordaba las jugarretas que habían hecho cuando eran adolescentes.

Más lejos, Shu y Chuck hablaban cerca de la puerta, escuchando muy de cerca los sonidos iracundos del infectado que golpeaba el exterior. A pesar de ser unos alaridos coléricos, podían detectar perfectamente que se trataba de Orlando, o lo que quedaba de su persona. Llevaba minutos dando golpes y soltando alaridos sin ton ni son, buscando entrar a toda costa. Su rabia tenía picos máximos, y de vez en cuando, los alaridos eran de mayor intensidad y los golpes eran más seguidos y más fuertes. Shu lloraba desconsolada al oír la bestia en la que se había convertido Orlando, pensando en cómo le vio morir delante de sus narices. Shu le había comentado desde su punto de vista cómo había pasado. Acusaba a la doctora de todo, por haberlo fastidiado en la casa, por haber intentado poner en prueba hipótesis científicas sin pensar el peligro que ello conllevaba. Eso no solucionaba nada; pero así Chuck entendía mejor el enfado de la asiática y a Shu le servía para desahogarse. La doctora, estaba recluida en una esquina, en silencio total, sumida en pensamientos de culpabilidad que le oprimían el pecho, hasta casi dejarle sin respiración.

De repente, Orlando se marchó, dejando así tranquilidad en la sala. Chuck escuchó a través de la puerta. Cuando estuvo seguro de que no había ninguno de los infectados fuera, se dispuso a contar a los demás el plan que había ideado durante la noche, aunque con lo nuevo que Lucas le contó, algo cambió.

-Escuchadme-les dijo mientras se aproximaba al centro del grupo-, estaréis de acuerdo conmigo en que debemos permanecer aquí el menor tiempo posible, ya que si miles de ésos se aproximan, tirarán la puerta en poco tiempo y este lugar será nuestra ratonera. He pensado que nuestra mejor escapatoria será escapar por los bosques de las inmediaciones.

-Imposible, también están allí-comunicó Lucas, que había sido testigo de ello.
Chuck se quedó pensativo.

-No nos queda otra cosa. Es lógico que en el bosque haya menos, ya que no suele vivir gente en el bosque, por ello principalmente estarán en la ciudad. Con las armas que tenemos y la munición que nos quedé lograremos llegar lejos de aquí.
-¿Y luego qué?-preguntó Carlos, que volvía a tener sudoración fría.
-Iremos al centro andando.

-No creo que sea la mejor idea-expuso Shu.

-Lo sé…-dijo Chuck, abrumado-. Entonces uno, yo mismo, me adentraré en la ciudad hasta donde dejamos la URO y os recogeré en la entrada de la ciudad.

Todos se quedaron callados, pensando en lo que el noruego les había propuesto. Era un silencio que denotaba las pocas y obligadas posibilidades que tenían los soldados para tener en cuenta otros planes. Nadie tenía el valor de acceder a la oferta del noruego ya que la integridad de los allí presentes era lo más importante.
-Está bien-dijo Lucas bajo la atenta mirada de los demás-, pero está claro que solo no puedes ir a buscar la URO, yo te acompañaré.

-Muy bien-asintió Chuck-. No nos queda nada mejor, nuestra situación no es nada buena.

-¿Cuándo salimos, entonces?-quiso saber Shu.

Seguidamente, el códec de Chuck empezó a sonar. Chuck, desconcertado cogió la llamada.

-Soy Steve…-susurró el joven ingeniero al otro lado.

-¡Steve!-gritó Chuck. Los demás se sorprendieron y prestaron atención a la conversación.

-¿Dónde estás? ¿Cómo te encuentras?

-No lo sé. Me duele todo-tosió soltando un alarido de dolor-. Creo que caí por algún sitio con uno de esos cabrones-tosió de nuevo.

-¿Te han mordido o arañado?

-No lo sé…, tengo el cuerpo magullado; pero tal vez sea de la caída.

Chuck cerró los ojos lamentándose.

-¿Están cerca?

-No. Desde donde estoy veo un bosque…-paró un tiempo-. Espera, se acercan…-susurró con la voz quebrada. Su respiración estaba acelerada, incluso lloraba.

-Steve no te muevas, ¡no te muevas!-le gritó Chuck.

La llamada se cortó.

-¡Joder!

Todos se quedaron petrificados. Chuck repetía el nombre del joven ingeniero una y otra vez esperando recibir una respuesta de su parte. Los demás esperaban, de igual manera que Steve les contestara, que les diera alguna señal de vida, para saber si así no había sido alcanzado por los caníbales del exterior. No obtuvieron respuesta, es más, el códec no daba señal.

-No podemos dejarle…-dijo Chuck, mientras intentaba calmarse.

-Creo que sé dónde puede estar-les dijo Carlos, que se levantaba de donde estaba sentado. Notó una intensa molestia en la pierna arañada.

-Pues no perdamos el tiempo-se lanzó a decir Lucas.

-¿Dónde puede estar?-preguntó Chuck.

-Chuck, cuando veníamos por la noche hacia la mezquita, Steve fue arrollado por esos cabrones-contó y Chuck asintió, dándole la razón-. Ahí es donde tiene que estar.
-Es muy peligroso-les advirtió Shu.

-Lo sé, de todas formas pensábamos salir, con lo cual estaríamos en las mismas-dijo Carlos, conformándose.

-Yo voy-dijo Lucas.

-Lucas creo que…

-Estoy perfecto, Chuck.

El noruego quedó chafado, por ello asintió y no dijo nada más. Carlos llegó desde detrás y se ofreció a dirigir a Lucas hasta su compañero. Carlos ya se sentía mejor, pero era muy posible que tuviese algo de fiebre, pues tenía un calor insoportable.

-Necesito un arma-pidió Lucas.

-Toma mi fusil-le dijo Chuck, lanzándoselo a las manos.

-Gracias.

-Tiene que ser rápido, ¿está claro?-les dijo Chuck con tono autoritario-. Si no lo encontráis en menos de cinco minutos, volvéis a toda hostia.

Los dos asintieron. Miraron si las armas estaban cargadas, y tras verificarlo, les dieron el aviso de que estaban preparados. Chuck empezó a abrir la puerta de madera muy lentamente, mientras Shu defendía desde detrás y la doctora se ocultaba más aún. El primero que salió fue Carlos, que tras recuperarse de su choque con la luz solar, chequeó la zona rápidamente observando que no había ningún infectado. Asintió a Lucas que aún no había salido, el cual antes de dejar la mezquita miró a sus amigos y les dijo:

-Si no volvemos en cinco minutos, no nos busquéis.

De repente, la puerta de la mezquita se cerró detrás de ellos, dejando a las presas expuestas a los depredadores.

Continúa...

(X) PARTE II: El Principio de l Fin. Apocalipsis.

Aston Fellon

El Cabo Aston Fellon llevaba ya casi diez años en el ejército, y había merecido ese puesto por sus méritos personales. Era un hombre jovial, amigo de sus amigos, inteligente, y en los momentos difíciles era un líder con mayúsculas. Mantenía perfectamente el trabajo y su vida social separados por una gruesa línea. Tenía una familia a la cual adoraba, y un trabajo, al que también adoraba mucho, y eso a veces le costaba separarlo.

Ahora Aston estaba en el gimnasio, haciendo algo de musculación. Era un hombre de treinta y dos años que se cuidaba mucho. Comía sano, hacía ejercicio un par de horas cada día y corría quince minutos de camino de casa al cuartel. Aun así, el paso de la edad le había marcado. Tenía el pelo prácticamente canoso, pero podía evitarlo rapándose, y eso hacía. Era de origen canadiense, y sus rasgos y costumbres le daban una justificación indudable.

Mientras sudaba por todos los lados, haciendo dominadas, se acercaba el Coronel Wallace con semblante más serio de lo normal.

-Cabo Fellon-le dijo Wallace desde el lado-, le necesitamos ahora mismo.
Fellon hizo dos dominadas más y dejó la barra de un salto. Cogió una toalla que tenía al lado, en un banco y se limpió el sudor.

-Dígame, Coronel.

-Debido a los sucesos inexplicables que están sucediendo en Afganistán y a la pérdida de contacto con el Centro Militar Estratégico, hemos decidido movilizar sus soldados rasos hasta la zona.

-Entiendo…-dijo y después bebió agua.

-Ya se ha puesto en alerta a sus soldados, están preparándose.

-Muy bien, Coronel, pero explíqueme con qué nos enfrentamos.

Wallace miró a los lados. Había más gente en el gimnasio, y era un tema secreto que deberían tratar en solitario en otro lugar.

-No es el lugar. Cámbiese y le veo en mi despacho en diez minutos-tras eso, el Coronel se marchó del gimnasio, con esa melodía característica que dejaban los zapatos de marca que llevaba.


Ambos se reunieron al cabo del tiempo estimado en el despacho del Coronel. Fellon sabía perfectamente cómo eran esos temas y sabían perfectamente qué cosas debía preguntar. Por ello, cuando hablaron no se dejó nada en la manga.

-¿De qué estamos hablando exactamente?-preguntó el Cabo.

-Bioterrorismo…-contestó secamente Wallace a la pregunta que le hizo Fellon anteriormente.

-¿De qué tipo?

-No se sabe. Un protocolo NBQ, tal vez.

Fellon rió.

-¿Nos envía sin tener ni idea a qué nos enfrentamos?-dijo con risa sarcástica.

-Lo sabríamos si tuviéramos contacto con Kabul; pero desgraciadamente, carecemos de él.

-Por eso necesitan que vayamos, para ver qué ha pasado en Kabul-el Coronel asintió-. Muy bien, Coronel. Yo le puedo resumir qué ha pasado exactamente en el centro de Kabul-Wallace le miró fijamente-. Ataque bioterrorista, tal vez un virus, una bacteria, radiación…, lo que sea ha caído sobre la gente en Afganistán y…
-Es suficiente, Cabo. Sabe exactamente cuáles son sus funciones aquí, y sobre mi mandato, hará lo que yo le ordené y dejará de dar hipótesis sin coherencia-le gritó Wallace, muy enfadado, que se levantó de su asiento y se inclinó hacia Fellon. Le acercó un tocho de hojas encuadernadas, con una portada en la que destacaba el título: RIESGO BIOLÓGICO. Caso 108923-RBG.

Fellon quedó algo impresionado con la reacción del Coronel. Miró el documento que tenía sobre la mesa y entendió que en esas hojas residía todo lo que se sabía por el momento. Lo cogió pensando que esas hojas de papel contendrían lo que podría ser el mayor horror del ser humano: el arma biológica definitiva. Sin más se levantó y se aproximó a salir de la puerta del despacho; pero antes le dijo:

-Está bien, Coronel Wallace, tendrá la respuesta muy pronto-y cerró tras de sí.


Fellon estaba rabioso, lo que menos quería es poner su vida y la de sus hombres en manos de un peligro desconocido. Irían a Kabul, pero irían preparados. En un protocolo NBQ, los soldados deben estar protegidos hasta los dientes. Llevarían el traje exclusivo para las fuerzas armadas, que consistía en unos ropajes de color verdoso, de un plástico especial, que aísla el cuerpo de cualquier microorganismo, y como segunda barrera, eran trajes con una gruesa capa de espuma, que evita sobretodo el contacto del cuerpo con fluidos. El casco reglamentario era del mismo color que el traje y les cubría la superficie del cráneo. Además, y muy importante, llevaban máscaras anti-gas. Irían armados con una pistola semi-automática, la HK45, y con un rifle HK416. Estarían preparados para cualquier cosa.

Fellon se había preparado y se estaba dirigiendo hacia el hangar, donde sus soldados le estarían esperando. Por el camino se topó con Mark, un soldado amigo suyo, que precisamente había sido elegido para la misión. Cuando llegaron, en el hangar estaba un helicóptero militar de transporte de grandes envergaduras, el CH-53E Super Stallion (literalmente "super semental"). El mastodonte de metal constaba con una tripulación de cinco hombres profesionales: piloto, copiloto, jefe de tripulación/artillero derecho, artillero izquierdo, artillero de cola (tripulación de combate); y con una capacidad para albergar en su interior hasta cincuenta y cinco soldados. En el hangar estaban treinta y cinco soldados más los cinco de la tripulación, y ellos dos, que se acercaban a los demás militares.

El Cabo echó un vistazo general de sus hombres. Todos estaban preparados y decididos. Algunos mantenían el buen humor; en cambio, otros se concentraban y pensaban en la misión, sin pensar en nada más. Cuando Fellon llegó cerca de los soldados, se hizo el silencio. Le saludaron y le miraron.

-Marines, una vez más requieren nuestros buenos servicios-les dijo mirando a todos en una visión general-. No debemos de preocuparnos porque vayamos a un lugar con un posible ataque biológico, es más, debemos sentirnos con muchas más ganas de acabar cuanto antes y quitarnos esta mierda de encima. La misión es sencilla: llegar al centro de Kabul, ver qué ha pasado y volver. Del informe y esos rollos ya me ocupo yo-rieron todos-. Antes de pisar tierra no olviden ponerse la máscara, es muy importante, ¿está claro? Por ahora, eso es todo. Sólo les puedo decir que vayan con dios y demuestren su valía como soldados una vez más.

Todos los de la sala asintieron. Después, se rompió el silencio y todos los militares se fueron introduciendo en el helicóptero. El interior del aparato de transporte era muy amplio. A ambos lados de las paredes tenía una hilera con asientos, con sus correspondientes cinturones. Antes de entrar en el helicóptero, Mark se tomó la libertad de preguntarle a Aston:

-¿Cómo lo ves, amigo?

Aston le miró, con una sonrisa, y tan optimista como siempre le contestó mientras le agarraba del hombro:

-Sabes que siempre lo conseguimos. Nunca lo dudes.

Tras eso, entraron en el helicóptero, se acoplaron en sus asientos, y en unos minutos empezaron a surcar los cielos, rumbo a una misión no tan sencilla.


Continúa...

(IX) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

El hospital

Lucas había estado buscando algún rastro de vida en la planta baja del hospital. No había nadie. Se metió en la pequeña sala de información, donde normalmente los pacientes piden cita para el médico. Rebuscó entre papeles y archivadores alguna pista acerca de lo que estaba sucediendo. Sobre una mesa, un listado corto de pacientes que habían entrado esa noche con los mismos síntomas: dolor agudo de cabeza, fiebre alta, malestar general, dolor abdominal. Por el momento el pronóstico era reservado. Pasó la hoja. Detrás estaba el historial de uno de los enfermos. Era un militar, musulmán, de unos treinta años. Detrás, estaban los historiales de personas civiles que no tenían ninguna relación familiar unos con otros, ni todos los demás con el militar. Al parecer entraron en contacto en la mezquita. Lo demás no era de importancia trascendental. Se guardó los documentos y se dirigió a la planta primera.

El ascensor no funcionaba, no había electricidad. Armado siempre con su pistola, fue subiendo las escaleras pegado a la pared. Era un pequeño habitáculo. Desde él se podía acceder a todas las plantas del hospital, incluida la planta -1, el parking. En realidad el hospital no era muy grande. No tendría ni cien camas, para una ciudad con más de mil habitantes. Eran dos plantas, incluida la planta baja, las que conformaba el complejo hospitalario. Lucas tenía que dirigirse a la primera, donde estaba la mujer musulmana.

Llegó al último escalón. La puerta donde ponía el número “1” estaba cerrada. Se acercó y apoyó la cabeza para escuchar. Después de un tiempo, abrió la puerta. Lo hizo lentamente, pues no sabía si podría haber alguno de esos locos por ahí cerca. Nada más entrar en el pasillo, apuntó hacia todos los lados. Había luz de sobra que entraba por las ventanas para ver con claridad el pasillo; aunque el silencio que reinaba no le tranquilizaba lo más mínimo, más bien crispaba sus nervios. De nuevo se encontró el caos ante sus ojos. Aquí había sido peor. Camillas en medio del pasillo con enfermos muertos. Cuerpos tirados en el suelo, ensangrentados. La mayoría de los cuerpos tenían un disparo en la cabeza; otros tenían cualquier objeto atravesando el cráneo, e incluso algunos tenían miembros amputados.

Lucas pasó minuciosamente al lado de los cadáveres. Los apuntaba, esperando que alguno de ellos le atacara. Pasó por al lado de siete cuerpos sin vida. Después, la escena lo estremeció al completo. La sala de espera era una morgue supervisada sobre la marcha. Había cuerpos, apilados unos sobre otros. Muchos cuerpos estaban inflados con líquidos cadavéricos y apestaban. Otros empezaban a ser devorados por los insectos. Pero entre lo cadáveres había movimiento. Un gemido venía casi desde abajo del todo del montículo de cadáveres. Lucas se acercó tapándose la boca y la nariz y apartó el cuerpo de una serie de cadáveres. El gemido almohadillado era causa de un infectado, aplastado por la decena de cadáveres, de los que intentaba zafarse para cazarle; al mirarle sintió pena. Tenía un brazo fuera y lo movía hacia todos los lados intentado alcanzarlo. Su cara de furia, sus ojos inyectados en sangre, lo hacían parecer más un animal que un ser humano.

No podía disparar, pues podría llamar la atención de más caníbales. Así que colocó de nuevo el cadáver encima y se alejó del infectado, que seguía gimiendo, esta vez, siendo el sonido más lejano y casi insonoro. Continuó por el pasillo. Las paredes, que eran blancas tenían trazados de sangre por todos lados. El suelo tenía charcos de sangre. Era sin duda un escenario inédito, de los que se graban en la mente y se recuerdan cada vez que se abren los ojos.

Su orientación le estaba señalando que muy cerca estaba la habitación donde vio a la mujer. Intentó abrir la primera puerta; pero estaba cerrada. Entonces fue a la siguiente. Se oían voces dentro. Sin más dilación, Lucas abrió la puerta.
Al entrar vio a una mujer que, desesperada, aguantaba unos harapos ensangrentados sobre el cuerpo de un niño, que estaba tendido en la cama. La mujer lloraba, mirando al niño, que estaba bañado en su propia sangre. Tenían un mordisco en el cuello, y estaba muy pálido. Respiraba muy lentamente. Estaba muriendo, y Lucas no tenía dudas. La mujer apenas se inmutó de la presencia del soldado, ya que seguía recitando algo en árabe.

-Señora…

Lucas dejó de apuntar. Se fue acercando. El niño empezó a cambiar el color de la piel, a un tono amarillento, típico de los caníbales del exterior. Seguidamente, vio cómo las piernas empezaban a zarandear a todos los lados. Después, las convulsiones se transmitieron por todo el cuerpo. Seguidamente, el niño, con los ojos fuera de las órbitas, empezó a escupir sangre por a boca. Lucas se apartó hacia atrás. La madre, en cambio, se echó encima del niño, para intentar parar las sacudidas del mismo, recibiendo así, dosis de sangre de su hijo. Le abrazó, llorando, con lo cual sus orificios y mucosas entraron en contacto con el fluido.
-¡Apártese, señora!-gritó Lucas apuntando al niño.

La musulmana, al ver lo que hacía, se puso en medio de la trayectoria, vociferando como loca algo en árabe. Lucas gritaba que se apartara, mientras la señora seguía chillando algo en árabe que el soldado no entendía. Debía matar al niño antes de que se volviera en uno de esos locos. De repente notó uno o dos pasos justo detrás. Después sintió un fuerte impacto a la altura del occipital con un objeto contundente. Irremediablemente, notó que su cuerpo perdía fuerzas, y cayó, casi inconsciente. Le estaban quitando la pistola de la mano, y aún así, no podía evitarlo. La vista estaba nublada, no veía bien. Oía barullo, no palabras coherentes. Sí que distinguió la voz de un hombre que discutía con la mujer. Después un golpe; tal vez la puerta al cerrarse. Más golpes. Lloros. Finalmente, Lucas se desvaneció.

Un tremendo gritó lo despertó de su inconsciencia. La cabeza le daba vueltas, le dolía la parte de la nuca. Los gritos eran de la mujer. “¿Dónde está”, se preguntó Lucas, aturdido. Se agarró la cabeza, intentando así parar el agudo dolor. La mujer estaba llorando, destrozada, postrada sobre la cama, abrazando a su hijo. Lucas se fue incorporando poco a poco. La debilidad lo invadía, y un mareo sobrenatural le revolvía por completo. Abrió y cerró los ojos repetidamente. Miró a la camilla donde estaba la mujer lamentándose mientras abrazaba el cuerpo sin vida de su hijo. Lucas tenía la vista nublada y no distinguía muy bien las formas. Los gritos de dolor de la mujer hacían que la cabeza le estallara.

De repente, un gritó, no de pena si no de dolor físico, le atizó sin complacencia. La cabeza le daba vueltas de nuevo. Ahora oía gemidos, masticación y más gritos de daño. La vista dejó de ser nublada y vio como el niño mordía con saña el cuello y la mejilla de su madre. La madre se sacudía, prácticamente muerta. Lucas se estremeció ya que tenía una bestia muy cerca, y estaba indefenso ante ella. Se fue arrastrando hasta la puerta. La cabeza aún le molestaba. Entonces oyó un cuerpo caer al suelo; después, oyó un alarido increíble para un niño de su edad. Lucas se temió lo peor. Apenas se levantó, el niño saltó desde la camilla hasta él. El infectado se agarró a los hombros mientras acercaba la boca para morderle. Lucas agarraba la barbilla del niño con todas sus fuerzas. Con el otro brazo intentaba apartarse el pequeño cuerpo de encima. Su boca, llena de sangre, y con pedazos de carne humana, soltaba cascadas de sangre que resbalaban por las manos de Lucas. El soldado sentía asco. Le estaban entrando ganas de vomitar.

El niño gemía acercando cada vez más la boca. Lucas, le apartó un poco de sí, y ganando distancia le agarró de la frente con una mano y de la barbilla con la otra, y le retorció el cuello. El niño lanzó un alarido agudo y después murió definitivamente. Lucas se intentó tranquilizar. Se limpió la mano ensangrentada en el pantalón y empezó a vomitar, mezcla del asco y el mareo que tenía.
Entonces pasó lo irremediable. Otro gemido colérico, esta vez de mujer, sonó en la habitación. La madre del niño estaba transformada en un infectado, y se había levantado con hambre. Le miró con los ojos sangrientos y rabiosos, y saltó sobre la camilla, soltando sonidos inentendibles. Medio encorvada le miraba y gemía, todo a la vez. Su respiración era frenética. Lucas miró a todos los lados buscando algo con lo que defenderse. Entonces vio un silla muy cerca. No lo dudó. Justo cuando la mujer saltaba hacia él, cogió la silla con las dos manos y la lanzó con todas sus fuerzas sobre la infectada. Lucas salió algo disparado hacia adelante, cayendo al suelo. En cambio, la silla fue a parar a la mujer, que en pleno salto salió impulsada hacia atrás, saliendo disparada por la ventana de la habitación y cayendo al vacío, junto con los pedazos de cristales.

Lucas reposaba apoyado sobre sus manos, boca bajo, mientras la adrenalina se iba del torrente sanguíneo. La cabeza le daba mil vueltas, y de nuevo empezaba a perder la sintonía muscular. Ya no se podía sostener en esa posición, así que cayó de bruces, desmayado.

Volvía a estar consciente, o eso creía. Lucas estaba aturdido, la cabeza le daba vueltas, y no sabía dónde estaba. Notaba como si sus oídos estuvieran taponados y el dolor de cabeza no cesaba. Entonces reconoció dónde estaba. Estaba ni más ni menos que en su casa, tumbado en su mullido colchón de 1,20 de ancho por 90 de largo. Su espalda reposaba, y por unos momentos se sentía bien. Estaba boca arriba y notaba una presencia a su lado. No se lo podía creer, era su mujer, Ana, que dormía junto a él. Se miró las manos, pensando que podía ser un sueño. No lo parecía en absoluto. Entonces le abrazó por detrás. Pero todo cambió cuando la belleza de su mujer se había convertido en uno de ésos cadáveres vivientes, sedientos de carne humana. Sin apenas reaccionar se lanzó encima y lo empezó a devorar.

Lucas volvió a estar consciente. Esta vez no reposaba sobre un mullido colchón, sino sobre un frió suelo, y justo a su lado estaba el cadáver de un niño, que él mismo había matado con sus propias manos. La cabeza le daba vueltas. En realidad nada había cambiado, es más, las cosas habían empeorado. Se levantó, apoyándose en la pared, sintiéndose como un anciano, débil y con las articulaciones atrofiadas. Miraba la escena de la habitación y le helaban el alma. La camilla llena de sangre, el suelo, y el cadáver del niño con el cuello roto.

Lucas se echó la mano a la cintura buscando la pistola. Entonces recordó algo de lo que le había pasado. Le golpearon por detrás con un objeto. Parecía un hombre ya que escuchó hablar a uno cuando estaba medio inconsciente. También recuerda que el sujeto misterioso le desarmó. Ahora estaba indefenso y totalmente aturdido.

Lucas se adentró en el baño y buscó algo que le pudiera servir de arma contra los infectados. Abrió un armario, y no encontró nada de utilidad más que medicamentos, vendas y pasta de dientes. Registró en cajones y tampoco. Entonces vio un colgador de toallas de aluminio, que arrancó de la pared. Golpeó al aire un par de veces, justificando así la efectividad del arma. Sin dudarlo decidió desaparecer del hospital.

No tardó mucho en bajar hasta la calle. En su camino se topó con unos infectados que salieron a recibirle en el pasillo del primer piso. No tuvo muchos problemas, ya que estaba más cerca de la salida que cerca de ellos. Cuando llegó al exterior, notó un alivio general al sentir el viento le soplaba sobre su piel. Eso le ayudó a sentirse mejor, a asentar la cabeza y el estómago, y por tanto, el alivio generalizado se hizo hasta excitante. Pero pudo disfrutar muy poco tiempo de ese momento de relajación, ya que justo detrás, oyó el rugir de un motor, al parecer de un coche, que se dirigía como loco hacia él. Se tiró hacia un lado y dribló la acometida del demonio de metal. Pudo ver que era una ambulancia conducida por un hombre musulmán de unos treinta años que se correspondía casi al completo con el causante de su dolor de cabeza. El coche sanitario salía desde el parking del hospital, y parecía que la intención era salir de Qandahar la antes posible debido a la velocidad que llevaba.

La ambulancia fue adentrándose en la plaza de la ciudad, donde estaba montado el caos, y montículos de vehículos, apilados unos sobre otros, frenaban su marcha. Además, como de la nada, cientos de infectados salieron ante la llamada del motor del vehículo. Salían de casas, de caminos, de bosques cercanos; no paraban de llegar. Se multiplicaban por minutos, y la ambulancia veía más imposible su huída. Con el vehículo, el hombre pudo llevarse a una veintena de ésos seres al infierno, pero el resto le frenaban la escapada. Cuando se acumularon hasta unos quinientos infectados alrededor del coche, el mastodonte de metal no pudo moverse ni un centímetro. Los infectados saltaron a las ventanillas y empezaron a colarse dentro del vehículo. Sonó el claxon y un disparo en un intento de zafarse de sus asesinos. Tal vez estuviera luchando por vivir… Después dejó de dar señales de vida. Los infectados empujaban la ambulancia hacia ambos lados, intentando derribarla.
Lucas, helado, miraba como los caníbales se iban multiplicando por segundos. Si se metían dentro de esa marabunta, estaban perdidos, absolutamente perdidos. Seguidamente, dejando entretenidos a los infectados, se dirigió hacia la mezquita que no quedaba muy lejos. Fue rodeando la ciudad por detrás, intentando no frecuentar las plazas ni las salidas de la ciudad por donde venían los infectados. El soldado estaba desquiciado ya que no hacía más que oír los alaridos coléricos de las fieras hambrientas, que se alimentaban del musulmán que intentó escapar. Los gritos desde lo más profundo de la laringe, típico de los infectados se extendía por toda la ciudad y por las inmediaciones.

Llegó al último edificio del camino. Se asomó a la esquina y observó si delante de la mezquita había algún infectado. No había nadie. Lentamente, agarrando con consistencia la barra de aluminio que llevaba como arma, fue saliendo de su escondrijo. Cuando llegó a la otra esquina, miró hacia la plaza. Allí seguían los infectados, que habían derribado la ambulancia y estaban rompiendo la puerta, con el fin de entrar a por su presa, aun suponiendo que no quedara nada de ella. Entonces, aprovechando el momento, salió.

La entrada a la mezquita estaba formada por unas escaleras que llevaban hasta la entrada. Allí es dónde tenía que ir. Pero entonces, algo de fuerza mayor le hizo pararse en seco. Había un cuerpo tirado en el suelo, boca bajo. Tenía traje de soldado, el mismo traje que él llevaba. Un charco de sangre reposaba justo debajo del cadáver. Lucas se quedó sin aire, estremecido completamente. Sin dudarlo se acercó.

Al ver el cadáver ensangrentado del soldado distinguió a la primera que se trataba de Orlando. La M4 estaba cogida por su mano derecha, y el rifle estaba colgado a su tronco, como de costumbre. Lucas sintió que se hundía en un vacío enorme. Se echaba la culpa de no poder haberle ayudado, cuando él le salvó la vida hace unas horas. Se arrodilló, con los ojos llorosos, y con rabia dio un puñetazo al suelo. Sumido en pensamientos de rabia e impotencia dejó el lugar y se aproximó a subir las escaleras cuando sintió un alarido justo detrás. Cerró los ojos y sintió escalofríos. Sabía perfectamente quien era. Cerró la barra de aluminio con fuerza entre su mano y se volvió.

Allí estaba Orlando, que escupía sangre por la boca, mientras meneaba la cabeza de un lado a otro, soltando un alarido ensordecedor. Se encorvó, engarrotó las manos y se lanzó a por él. Lucas subió los pocos escalones que le quedaban y cuando llegó a la puerta la golpeó insistentemente.

-¡Abrid, soy Lucas! ¡Abrid!-un alarido sonó muy cercano.

Lucas se volvió, y dribló al que fue su amigo, que se golpeó contra la puerta, dejando un reguero de sangre en la madera. Lucas tanteó el terreno, viendo las posibilidades que tenía de salir ileso.

“Ya no es él, joder, ya no puede ser él”, se repetía, a la vez que le venía a la cabeza la posibilidad de asestarle un golpe contundente.

Cuando Orlando se lanzó por segunda vez, Lucas le golpeó fuertemente en la cara, haciéndole retroceder un poco. Con el impacto salieron gotas de sangre disparadas con sonido viscoso y la barra quedó impregnada del fluido del infectado, medio doblada. De nuevo, Orlando arremetió contra Lucas. Esta vez el madrileño le esquivó echándose a un lado, de manera que Orlando no pudo frenar y cayó rodando por las escaleras. En ese momento, la puerta empezó a abrirse tras de sí. Lucas se acercó a su salvación. Antes de que Orlando se incorporara al completo, Lucas le lanzó el barrote de aluminio, el cual atravesó el hombro derecho del infectado. Eso le hizo perder la estabilidad y cayó de nuevo al suelo.

Tras eso, Lucas se adentró en la mezquita. El fuerte golpe de la puerta cerrando fue lo último que oyó a sus espaldas. Cuando se volvió sintió un gran alivio al ver a parte de sus amigos a salvo, que le sonreían, a pesar de las oscuras jornadas que estaba viviendo.

Continúa...

(VIII) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Olor a muerte

La luz del día atravesaba por la ventana e iluminaba la habitación donde estaban. La doctora O´Donell fue la primera que se levantó. Preferiría haberse levantado, ponerse un café y sentarse a ver la televisión. En cambio, miraba por la terraza, aliviada, al no ver a ningún loco.

-Bonito día…-susurró Shu, aún sentada en la cama.

-¡Precioso!-ironizó la inmunóloga-. Parece que se han cansado.

-Ya. Casi no he pegado ojo. Estuvieron horas dando por saco, ¡horas! Pero por fin se cansaron.

Orlando no pudo evitar dormir al son de los alaridos y golpes de los infectados. Shu se acercó y le arrebató su placentero descanso con un fuerte zarandeo.
-Lo siento, pero lo que toca, toca…-le dijo la asiática mientras Orlando la miraba con los ojos fuera de las órbitas.

-La próxima vez se menos burra-le dijo, cabreado.

-Perdona…-se dirigió al mexicano con tono combativo.

Orlando estiró un poco el cuello. La almohada de ropa no había sido muy buen apaño. Se acercó a la terraza y miró al exterior.

-Vía libre. Justo lo que pensaba-dijo, sarcástico.

-Muy bien, tío listo, ahora piensa cómo sacarnos de aquí. Sólo podemos ver lo de la parte de atrás de la casa. Tal vez estén en la puerta, esperándonos-Shu intentó desprestigiar al soldado.

-Es probable que no-sentenció la doctora, cortando una posible discusión-. A mi parecer, esas personas están descontroladas, nos atacan…

-¡Nos quieren comer!-exclamó Orlando.

-Sí, cierto. Aguantan durante horas delante de la presa, aunque no tengan posibilidades de cazarla. No entienden de posibilidades, sólo quieren comer. Deben tener alterada alguna parte del cerebro, tal vez algún núcleo hipotalámico. Sí, es eso. Interesante…-susurró esto último-. Además, debe de haber algún tipo de contacto químico entre ellos, pues no se atacan. Lo más probable es que sea a través de feromonas específicas…

-¿Por olor?-preguntó Shu-. Es posible-pensó a continuación-, no hablan, no se tocan, se chocan sin molestarse…

-Tal vez sea por oírse-sugirió Orlando.

-No lo creo. Aunque imites sus gemidos, seguro que no te harás pasar por uno de ellos-resolvió la asiática.

-Les habéis visto lo mismo que yo, ven, oyen y huelen perfectamente. No están atrofiados-les comentó Orlando, indignado de que le llevasen la contraria.

-Sí, pero es más efectivo un mensajero químico. Es difícil de explicar. Ése es un proceso muy conservado en todas las especies de seres vivos de la tierra, incluso los unicelulares. Estoy muy segura-les miró con semblante serio Samantha-, están continuamente sobreexplotando su olfato. El problema es que nos identifiquen como extraños.

-¡Ya lo hacen; nos atacan!-exclamó Orlando.

-Sí, pero porque nos sienten diferentes en su mismo medio. Cuando estuvimos escondidos por la noche, aquel que se puso al lado no nos llegó a detectar con el olfato. Están aprendiendo-se quedó helada con sus palabras-. El problema es que terminen explotando al máximo la comunicación por feromonas. Nos detectaran a distancia.

-¡Joder!-gritó Shu-. Pues vámonos de aquí, ya.

-De acuerdo, voy a llamar a los demás-y Orlando encendió el códec.
Antes de poder llamar, empezó a sonar. Era Chuck. Las chicas se acercaron para intentar escuchar.

-¡Chuck!-dijo Orlando, emocionado.

Se oyó un suspiro.

-¡Por fin!-sonó la voz almohadillada del noruego-. Pensaba que os había pasado algo. ¿Estáis todos bien?

-Bueno, todos…

-Si lo dices por Lucas, tranquilo, he hablado con él hace poco, está bien.
Lo celebraron al otro lado de la línea. Gemidos de satisfacción inundaron la habitación y también llegaron al auricular.

-Gracias a dios. ¿Dónde estáis vosotros?-preguntó el mexicano.

-A salvo en la mezquita. Debéis venir aquí, estamos Carlos y yo.

-Steve no…

-Así es-contestó Chuck, zanjando el tema de lleno.

Se oyeron palabras de furia de Shu. Orlando aguantó el tipo.

-Iremos para allá. ¿Dónde está?

-Es el edificio más grande, blanco, con ventanas pequeñas y altas, y con una bóveda en el techo. No tardéis.

-No vemos pronto.

Colgaron. Se quedaron en silencio. Shu se quedó perpleja por la pérdida del novato, los demás lo llevaban a su manera. Orlando cogió del hombro a Shu. La miró fijamente, intentando así hacerla volver del shock. Le acarició la mejilla y se alejó un poco. Aunque era una tontería, Shu se tranquilizó.

-Tenemos que salir-les dijo-. Ya habéis oído a Chuck. Samantha, toma-le acercó la Beretta.

La doctora se lo pensó por unos instantes; luego la cogió. Notó el peso del arma, y su alma pesó el doble. ¿Qué estaba haciendo allí? Esa pregunta se la repetía una y otra vez. El laboratorio era su refugio a la soledad. El trabajo de campo nunca le había gustado.

-Apuntar y apretar el gatillo, no tiene más secreto, ¿de acuerdo?-la doctora asintió a la explicación de Orlando.

Entre todos quitaron el armario que estaba en la puerta. Antes de salir, el soldado les dijo:

-Escuchadme bien. Son muchos, por eso, pase lo que pase, seguid adelante, no miréis atrás, no os ayudéis. Lo importante es sobrevivir.

Asintieron, aún sabiendo que hacer eso era muy complicado. Cuando salieron de la habitación, el ambiente parecía normal. No se oía ningún alarido, ni pasos; nada. Fueron investigando todas las habitaciones. No había nadie, ni vivo ni muerto. Bajaron al piso de abajo. Allí el ambiente estaba más alterado. Al parecer, la familia, alertada, dejó la cena y se dispuso a preparar las maletas. Por lo visto, ni cenaron ni terminaron de hacer la maleta, y la comida estaba siendo el festín de moscas y gusanos.

Entonces, vieron cómo uno de los infectados se paseaba por delante de una de las ventanas, con esa peculiar curvatura de la espalda, las manos en copa muy tensas, y con una respiración exacerbada. Ni se movieron, no hicieron ni el más mínimo ruido. Las ventanas estaban rotas, así que podrían entrar con muchísima facilidad.

A la doctora, aunque presa por el terror de los caníbales, le suscitaban cierta excitación por el poder ser la pionera de estudiar su comportamiento tan primitivo. Cuando el infectado se perdió de la visión, la doctora se acercó agachada hasta debajo de la ventana, impulsada por una fuerza de su interior que superó a la más pura lógica. Orlando y Shu le intentaron parar, pero ni podían gritar ni podían andar descaradamente. Alarmados, ya que se acercaba el infectado de nuevo, se escondieron. Orlando se escondió tras unas sillas de madera, y tenía a la vista a la doctora, que respiraba, acelerada, acongojada. No entendía por qué había hecho eso. Alguna explicación tendría. Tal vez se había vuelto loca.

Samantha sabía muy bien lo que estaba haciendo. Pensaba que si podía estudiar “in vivo” ésos seres, podría ganarse ese ansiado Premio Nobel. Tenía claro que la comunicación no era hablada, ni por signos, era por feromonas, por tanto, de manera química. Ahora tenía que demostrarlo empíricamente, es decir, debía demostrar si sabían usar el olfato. Era peligroso, lo sabía, aún así, las ansias de poder recibir el premio le cegaban. Notaba que el infectado se paseó por la ventana hasta tres veces. Cada vez que pasaba, unos escalofríos le arrebataban las ansias de investigación. En los momentos en los cuales el infectado estaba fuera del alcance de su vista, Shu y Orlando le indicaban, insistentes y cabreados que se acercara a ellos. Entonces, el infectado paró frente a la ventana sin cristal. El iracundo musulmán estaba olfateando. Estaba buscando. La doctora notaba excitación, pues su teoría se veía confirmada por momentos. Les olía, les buscaba… Sentó la cabeza y el pánico se apoderó de ella. Les había puesto a todos en peligro. Había arriesgado demasiado. Era demasiado tarde…

El infectado saltó desde el exterior al interior por el hueco de la ventana. Cayó al suelo de bruces. No pasó nada; se levantó y emitió un alarido que casi tira abajo las paredes de la casa.

-¡Joder!-se agitó Orlando.

El infectado solamente se había percatado de la presencia de la doctora. La olió, la reconoció. Sin más dilación se lanzó a por ella. El mexicano, en un intento de salvador salió de su escondite y apuntó con su rifle al infectado. En segundos caía con el cráneo agujereado. En el exterior se acercaban más, al parecer llamados por el alboroto, o tal vez por los alaridos.

-¡Vamos, vamos!-les gritó Orlando-. Shu, protege a la doctora, por tu vida.

Shu asintió y se acercó, muy enfadada a la doctora, que aterrorizada les pedía perdón con la voz quebrada. Shu le agarró del hombro, y con desprecio le incorporó de pie.

-¡Salid!-les ordenó Orlando.

En ese instante dos infectados se colaron por las ventanas. Después les siguieron otro par. Orlando se hizo con su M4 y empezó a disparar. Shu tuvo uno muy cerca, de espaldas. No lo dudó, con su pistola le voló la tapa de los sesos. Seguidamente abrieron la puerta. La imagen les paralizó. Unos veinte infectados se acercaban, gimiendo, coléricos.

Nada más pisar el exterior, Shu y la doctora dieron con dos infectados que pensaban entrar por la ventana. Las vieron y cambiaron de parecer. Shu escondió a la doctora detrás y disparó a uno en la cabeza. El otro recibió una fuerte patada en la cara que le hizo golpearse contra la pared, haciendo que el cráneo se fragmentara. Shu agarró del brazo a la doctora y la obligó a correr.

Orlando seguía dentro, mediando con cuatro infectados. Sabía cuál era el punto débil, pero era difícil apuntar con eficacia cuando se abalanzaban cuatro encima. Abatió a dos. Quedaban dos más. Seguían entrando más. Entonces decidió correr hacia la puerta. En su recorrido golpeó con la culata del arma a dos más, apartándolos del camino. Uno más entraba, alocado, por la puerta. Lo disparó a la cabeza. Cayó al instante al suelo. Le quedaban muy pocos pasos para salir al exterior, pero le perseguían desde todos los lados. Entonces notó que algo le apresaba una pierna. Era un infectado, que no tardó en morderle con todas sus fuerzas, atravesando hasta el tejido del pantalón. El mexicano gritó del dolor, sintiendo los dientes afilados del loco que le mordía. Reaccionó rápido y le disparó a la cabeza, pero fue tarde, ya que otro se le lanzó al cuello y le mordió a la altura de los hombros. Gritó, sufriendo la pérdida del pedazo de carne que le arrebataba el infectado. Estaba perdido. El mundo se le venía encima.

Shu y Samantha corrían perseguidas por unos diez infectados, a los cuales se les fueron sumando otros, que salían de todos los lados. Shu estaba estremecida ya que no oía a Orlando. No podía mirar atrás, cualquier fracción de segundo era decisiva. Entonces vio la mezquita. Se alegró sobremanera; eso significaba que casi estaban a salvo. Su cabeza estaba trabajando el doble: intentaba proteger a la doctora, intentaba que ninguno de ésos chalados se acercaran a más de un metro, y entre tanto, pensó que la puerta estaría cerrada. “Dios, nos cogerán”, pensó. Como pudo llamó a Chuck con su códec.

-¡Abre la puerta! ¡ÁBRELA!-le gritó sin darle tiempo a contestar. Después colgó.

Ya casi llegaban. Veía unas escaleras que ascendían y llegaban hasta la entrada de la mezquita. La puerta seguía cerrada. Casi se desmaya; pero entonces vio como el mastodonte de madera se abría, y un azote de calma le llegó de golpe. Indicó a la doctora que corriera hacia la puerta, mientras, ella se volvió para ayudar a Orlando. Era como si todo fuera a cámara lenta, como una agonía cuando ves que alguien querido se te va sin tu poder hacer nada, era impotencia lo que sintió. Entre la marabunta de seres coléricos que se les iban a echar encima, estaba el cuerpo de Orlando, arrodillado. Estaba herido, y sangraba por el cuello. Sólo pudo ver cómo su cuerpo se derribaba hacia un lado, dejando una cara inexpresiva en un fondo de piel pálida.

Shu, al ver que tenía encima a muchos infectados se vio obligada a dejar la zona. Se adentró en la mezquita casi de un salto y detrás cerró la gruesa puerta de madera, dejando tras de sí las vidas enrabietadas de ésos seres que le habían arrebatado a su amigo, Orlando.

Según entraron, sin saludarlas, Carlos y Chuck atrancaron la puerta con bancos. Shu, colérica, agarró del cuello a la doctora. Sus ojos estaban empapados, y la sangre daba vueltas por su organismo a una velocidad exagerada. Estaba irritada, odiaba a la doctora, deseaba…, deseaba ahogarla. La doctora empezó a sentir que el aire no le llegaba, y por tanto, creyó que Shu no pararía. Intentó liberarse de su captora; pero no pudo.

-¡Shu, basta!-le gritó Carlos sobre los golpes y alaridos del exterior.

Shu miraba la expresión sin aliento de la inmunóloga y no sentía pena. Pensaba en Orlando y apretaba con más fuerza.

-¿Estás contenta, grandísima hijaputa?-bramó Shu directa a su cara.

La doctora intentaba hablar, pero ya apenas respiraba. Shu deseaba ahogarla. No pararía. Entonces Carlos le agarró del hombro, y le dijo:

-Shu, déjala, no compliques más las cosas, por favor, no lo hagas.

Esas palabras parece que llegaron a lo más profundo de Shu, que se fue serenando. Era cierto que las cosas estaban muy mal, y no debían empeorar, por lo menos no por parte de ellos. Soltó a Samantha, que cayó al suelo, casi inconsciente, pero que se fue recuperando al inhalar aire fresco. Tosía y se agarraba el cuello, dolorida, mirando a la asiática con expresión de histeria. Shu se volvió sin mirarla, presionando su yo interior para no volverse y agarrarla de nuevo. Empezó a llorar, desconsolada. Carlos y Chuck se fueron a acercar, y con gesto de enfado les apartó.
-Necesito estar sola-tras eso se perdió en alguna de las esquinas de la mezquita.

Continúa...

A los fans del género, en especial, y a todos en general...

Espero que os esté agradando la novela. Me entretiene mucho escribir, y creo que la mejor manera de ver si a uno se le da bien es haciendolo. Por ello, aquí os he puesto a vuestra disposición mi primera novela de terror, donde plasmo mi verdadera satisfacción por los zombies.
La valoración de público es lo más importante a la hora de sacar adelante un proyecto, así que lo dejo en vuestras manos. Espero que colaboreis.

Atentamente, Fer.


Un pequeño GRAN empujón...

Desde Amanecer Zombie, NEO ha tenido la grandiosa idea de hacer una entrada donde incluye a autores independientes, como mi caso y otros amigos (Plaguelanders, es un claro ejemplo), denominado "Especial Relatos Zombies V 1.0". No lo dudéis, entrar y conocer otras historias. Es una ayuda muy importante, una iniciativa que se valora pero mucho.

¡¡Gracias!!

"Sin palabras"

Un estudioso, es más, un profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, el Dr. Steven C. Schlozman de la escuela de Medicina, no duda de que pueda darse en algun momento un Apocalipsis Z.
Enlace: http://trabucle.com/profesor-de-harvard-un-apocalipsis-zombie-podria-ser-posible/