Un estudio clandestino de los bioterroristas desatará el Apocalipsis Z

SINOPSIS

Un grupo de militares altamente cualificados ha sido llamado para aclarar y solucionar un sospechoso caso de bioterrorismo en Afganistán. Sus pasos llegarán hasta una ciudad del país, Qandahar, en la cual se vieron los terroristas por última vez. Sería sencillo. Entrar, sacar a los terroristas y destapar toda la trama; pero a sus espaldas el ser humano está siendo sacudido por el peor captor jamás pensado: el propio ser humano, sediento de carne humana con vida.

(XII) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Rescate

05:00

Con el pitido de su reloj, la cuenta atrás empezó para los soldados. Lucas había preparado el cronómetro y el tiempo iba en contra suya. Miraron a su alrededor unas cuantas veces asegurando que no había ningún infectado. Una vez confirmado y seguros de ello, empezaron a bajar las escaleras de la entrada de la mezquita. Carlos creía estar soñando cuando vio ante sus ojos confirmada la exageración que había dicho Lucas dentro de la mezquita. Miles de infectados estaban agolpados alrededor de una ambulancia que estaba volcada. Muchos de esos seres se iban desprendiendo de la muchedumbre y se volvían a dispersar por Qandahar buscando nuevas presas. Lucas le dio un pequeño golpe en la espalda y se puso a andar por delante de Carlos. Tras eso, el soldado reaccionó y siguió a Lucas arrepintiéndose de haber salido.

04: 30

Pasaron por el charco de sangre negruzca, ya coagulada de Orlando, y vieron junto a él, las armas del mexicano. Las necesitaban; pero el tiempo era oro, y por ello no las cogieron.

Corrieron justo por donde Lucas había llegado a la mezquita: por detrás de los edificios, pasando de largo la plaza donde estaba la muchedumbre hambrienta. Al torcer la esquina miraron en detalle. Después continuaron caminando. Carlos, que había liderado la marcha, miraba hacia todos los lados. Lucas también lo hacía; pero además, también lo hacía hacia atrás.

Cuando fueron a pasar un bloque de pisos, Lucas chocó contra el cuerpo totalmente frenado de Carlos, que estaba muy tenso y sudaba excesivamente.

-¿Qué te pasa, Carlos?-le preguntó Lucas casi susurrando.

-Na.., nada-le dijo al rato.

Lucas no pudo ver su cara, pero su excesiva sudoración y su tambaleo al andar no denotaban que estuviera bien. Cuando Lucas se aproximó más rápido hacia él para interrogarle acerca de su estado de salud, el soldado exclamó, impresionado:

-¡Tiene que ser ahí!-indicaba señalando hacia un lugar no muy lejos.

Carlos empezó a correr, algo forzado, alejándose de las casas. Lucas le persiguió, sin dudar en cada paso que algo estaba pasándole a su amigo.

04:00

Habían llegado al borde de una cuesta de arena extremadamente inclinada. Se asomaron y confirmaron su peligrosa inclinación.

-¡Esto complica las cosas!-exclamó Lucas, enojado.

-Lo importante es salvar al novato, nada más-al decir lo último tosió.

Lucas pudo ver a su amigo muy desmejorado, con gotas de sudor que rebosaban de su frente y un estado de palidez temprano pero marcado. De repente, Lucas oyó movimiento desde debajo de la cuesta. Miró en la dirección y vio como un cuerpo, de lo que parecía un hombre, se movía. Estaba totalmente lleno de polvo en su ropa, con lo cual no detallaba quien era. Lucas le indicó a Carlos la dirección del cuerpo y ambos miraron con mayor atención. El hombre levantó la cabeza y la movió hacia los lados, como buscando. A su lado había un infectado con el cuello roto, cubierto por un charco de su propia sangre coagulada.

Se acercaron hacia la zona. Entonces fue cuando vieron que se trataba de Steve, que apenas se podía mover. Sin dudarlo, empezaron a bajar.

03:30

Fueron arrastrándose por la cuesta de arena prácticamente agachados. Mientras bajaban, vieron como Steve dejó de moverse, con el fin de no llamar la atención a los infectados que podrían estar acercándose. Llegaron a tierra llana y vieron que todo estaba tranquilo. Se acercaron al joven soldado tirado en el suelo y le llamaron:

-¡Steve, somos nosotros!-le susurró Lucas.

Steve no tardó ni un segundo en levantar la cabeza y mirar a sus amigos. En ese instante, el joven sintió una paz interior que nunca en su vida había sentido. Él mismo lo describiría como cuando los bomberos te sacan de la habitación que se está quemando, y en la cual te encuentras encerrado. Eran sus salvadores, sus ángeles de la guarda.

Ambos se agacharon a agarrarle, y con todas sus fuerzas le ayudaron a incorporarse. El joven se dolía de cualquier parte del cuerpo y estaba en mal estado físico. Tenía una brecha en la barbilla y en la ceja, y magulladuras importantes en brazos y piernas. Su traje se había rajado por muchos lados y estaba muy deteriorado.
Bajo su cara llena de polvo encontraron una sonrisa amigable, y eso les dio esperanzas para seguir adelante. Steve no les dijo nada, pero estaba claro que no podía valerse por sí mismo para moverse, con lo cual, entre ambos le ayudaron.

02:30

Como cargaban con el ingeniero no podrían subir la cuesta debido a su inclinación. Lucas vio a lo lejos unas escaleras de cemento que les servirían para volver a arriba. Aceleraron el paso, pues cada minuto les separaba de una salvación segura.
Cuando ya estaban a punto de subir las escaleras, un infectado llegó de la nada a toda prisa por detrás, sin que los demás se dieran cuenta, y se lanzó sobre Lucas. Ambos cayeron al suelo y forcejearon. Carlos soltó a Steve, que cayó de rodillas al no poder mantenerse en pie. Sin dudarlo, Carlos le asestó una fortísima patada en el costado y el infectado soltó a Lucas.

-¡Id subiendo!-les gritó.

Lucas asintió, se levantó, cogió a Steve y lentamente empezaron a subir las escaleras. Los gritos coléricos que estaba soltando el infectado eran de una intensidad enorme, lo cual atraería a los demás en muy poco tiempo.

Carlos le tenía atrapado por la cabeza, y a pesar de las acometidas y sus movimientos incesantes para intentar zafarse, no lo conseguía. Entonces Carlos empezó a oír cientos de pasos a sus espaldas, seguidos de alaridos muy fuertes. Ese momento en que se distrajo fue decisivo para que el infectado le venciera en cuanto a fuerza se supone y se llevara un dedo de la mano a su boca. Como un muerto de hambre, el infectado mordía el dedo de Carlos, que sufría en sus carnes la fuerte acometida de la mandíbula predadora del caníbal. No era muy consciente de la gravedad que el ataque le suponía, y es que su hueso estaba haciéndose añicos bajo la fuerza de su mandíbula, y cada vez estaba más lejos de estar en su sitio colocado. Carlos continuaba gritando, y prosiguió ya después de que el infectado le arrancara el dedo de un mordisco. El madrileño, sufriendo del dolor y a la vez enfurecido, agarró mejor el cráneo y se lo retorció. El infectado cayó al suelo al instante, sin llegar a degustar del todo su ansioso manjar. Mareado ahora más que nunca y desangrándose, corrió hasta las escaleras, sabiendo que tenía prácticamente encima a cientos de infectados que salieron del bosque.

01:50

Lucas estaba arriba con Steve, y efectivamente, los alaridos del infectado habían atraído a un grupo extenso de infectados, que se acercaban ávidos de carne humana. Había oído los gritos de Carlos, y a pesar de que deseaba volver a ayudarle, no podía hacer todo lo que pretendía. Con un brazo agarraba a Steve, quien andaba lentamente, arrastrando los pies. Con el otro brazo agarraba la M4, y con todas sus fuerzas la mantenía levantada por delante de su cuerpo. Empezó a lanzar ráfagas a los infectados que se iban acercando. Con el peso del arma y el estado de nervios que tenía, acertaba a la cabeza, pero tardaba demasiado.

-¡Vamos, corred a la mezquita!-les gritó Carlos, que se aproximaba a toda prisa por las escaleras, con la mano dañada apoyada en el pecho y sujetando con la otra su pistola. Su traje estaba siendo bañado por una enorme marca carmesí que crecía incesante.

Lucas, al verlo en tan mal estado se estremeció al completo. A pesar de ello, continuó andando con Steve. Carlos se topó con los infectados que iban a por los otros dos; aún así, no dudaron en cambiar de objetivo en cuanto le vieron. Sin dudarlo, abrió fuego acertando en el cráneo de todos los que se iban acercando. Tras quitarse unos cuantos de encima corrió detrás de Lucas y Steve, tambaleándose de un lado a otro. Mientras, los infectados que se aproximaban de las inmediaciones, intentaban trepar la cuesta, aunque los resultados no eran satisfactorios.

01:10

Lucas y Steve estaban llegando a la última casa del camino. Cuando la torcieran, deberían andar un poco más y ya estarían en la mezquita. Lucas no sabía el tiempo que les quedaba; pero debían llegar en el tiempo prometido a toda costa.
Carlos les seguía desde atrás, aunque su vista empezaba a estar nublada. Notaba como su interior estaba ardiendo, como si la sangre que le bañaba las venas llevara fuego. El pecho le ardía y sudaba mucho. Seguía corriendo y tambaleándose a la vez, y en cada segundo que pasaba veía más cercano el suelo. Finalmente cayó de bruces. Los últimos segundos de su vida humana fueron los más tranquilos. Vio los pies de los infectados que le pasaron por los lados y por encima. Yo no le querían, no le buscaban a él ahora, tal vez fuera porque sabían que dentro de poco tendrían consigo a otro más en sus filas. Por fin, murió.

00:50

Lucas se volvió, arriesgando. Su vida en ese momento se resquebrajó al completo cuando vio a su mejor amigo tendido en el suelo, siendo pisoteado por los cientos de infectados que venían por detrás. No podía volver. Con los ojos empapados en lágrimas, torció la esquina e involuntariamente dio unos pasos hacia atrás, aterrorizado por la enorme cantidad de infectados que venían de frente.

Steve, respiraba a un ritmo frenético, y le gritaba al madrileño una y otra vez que iban a morir, seguido de sollozos. Lucas, rápidamente, dejó a Steve en el suelo. Agarró dos granadas de su mochila, quitó el casquillo y lanzó una a cada lado. Seguidamente, se agachó sobre Steve y esperó, contando en voz baja los segundos en su cabeza. No sabía si las granadas explotarían a tiempo, no sabía si ya tenían encima a los infectados, sólo oía pasos, alaridos…, y un fuerte estruendo se extendió dejándolo sordo por unos instantes. En el momento de la explosión, rocas, tierra, polvo y escombros de edificio volaron por los aires, además de pedazos del cuerpo de los infectados, y también los infectados al completo, totalmente reventados por dentro. Lucas, que estaba agarrado fuertemente sobre Steve, sintió un vendaval muy fuerte sobre sí, que lo movió unos metros, separándolo del ingeniero.
Lucas, sacudiéndose la cara del polvo que lo había cubierto, y aún sin oír prácticamente nada, se incorporó. Muy cerca había un brazo arrancado de cuajo a la altura del codo. A su otro lado, una pierna. Torsos, cabezas, partes del cuerpo apenas reconocibles por sí solas estando separadas del esqueleto. El escenario era un espectáculo de sangre, vísceras y miembros amputados por doquier. Entre la humareda que se levantó tenía la visión muy reducida, pero pudo ver a Steve, que se movía un poco, tirado en el suelo. Cuando se acercó lo vio tendido, totalmente desorientado. No oía prácticamente nada, solamente algún alarido muy bajo, lo cual no representaba lo que ocurría en realidad.

Lucas agarró a Steve de las axilas y le levantó. Steve se meneó intentando zafarse, ya que no pudo ver quien le cogía. En ese momento, el suelo empezó a temblar bajo sus pies. Miró hacia la izquierda y vio que el edificio de al lado había sufrido un fuerte impacto en la explosión. Parte del lateral del edificio se había venido abajo y al parecer, la explosión había afectado a los muros de carga, pues se estaba derrumbando. Al ver esto, Lucas aceleró la marcha, sintiendo el nerviosismo por su respiración acelerada. Desorientados, fueron corriendo por entre la humareda intentando escapar ahora del edificio que se les venía encima. Por su camino se encontró con más restos humanos, incluso algún infectado sin piernas les frenó al agarrarlos de sus extremidades.

00:15

Poco a poco, Lucas fue recuperando la audición, y preferiría no haberla hecho. Como un demonio, el suelo rugía y las paredes del edificio se rajaban de arriba abajo emitiendo un sonido desalentador. Oía fuertes impactos de escombros a sus espaldas; pero no podían mirar atrás, no podían perder ni un segundo, es más, sabían que era muy difícil salir de su situación, aunque no perderían la esperanza.

00:10

Continuaban entre la humareda y la escena de miembros e infectados vivos pero inmovilizados se repetía. Lucas, con cada choque fortuito contra algún infectado desorientado soltaba algún que otro improperio, acompañado del llanto del débil soldado pelirrojo. Lucas sentía que un oído no había recuperado la audición al completo y notaba como la iba perdiendo más. Además, notaba como la sangre difundía desde el interior del pabellón auditivo. A pesar de su reducida capacidad de escucha pudo oír disparos cercanos. Con un sorbo de esperanza, aceleraron la marcha y la humareda empezó a quedarse atrás.

00:00

Continúa...

(XI) PARTE II: El Principio de l Fin. Apocalipsis.

En la mezquita

Lucas aún estaba recuperándose, cuando empezó a ser atosigado con las preguntas de sus compañeros. La cabeza le dolía todavía, y aunque oía palabras, no entendía prácticamente nada. “Mordido”, “Orlando”, “cuántos”…, eran palabras que le resonaban en la cabeza. De repente sintió como una voz autoritaria que hizo que las preguntas cesasen. Chuck se acercó a Lucas, que estaba sentado en el suelo, apoyado sobre una columna. Le agarró de la barbilla y le subió la cabeza, buscando la mirada del madrileño. Le estaban controlando como a una marioneta, y mientras tanto, Lucas apenas era consciente de nada de lo que se le hacía.

-¿Cómo te encuentras, amigo?-retumbó la voz del noruego en su cabeza.

La doctora se acercó para verlo. Tenía la mirada perdida y no contestaba a ninguna pregunta. Estaba consciente, pero no sabían si exactamente le dolía algo o no.

-Vamos amigo, di algo-susurraba Chuck.

Entonces, el noruego le agarró de la nuca y sintió que la zona estaba mojada. Apartó la mano y se vio que estaba manchada de sangre.

-¡Doctora!-exclamó Chuck, enseñando la palma de su mano, empapada.

La doctora, al verlo, se alarmó y le miró la nuca. Tenía una considerable brecha, muy sangrante, que al parecer era la causante de su aturdimiento. Samantha echó mano a su macuto y sacó gasas y puntos para tapar la herida. Mientras la doctora limpiaba la zona, Lucas lanzaba alguna que otra queja, en general gestos desagradables. Finalmente, le puso los puntos. Observaron al soldado, que seguía desconcertado. Lucas empezaba a dormirse, y eso no podía ser. Samantha les avisó que no podía dormirse en ningún momento, pues tal vez no se volviera a levantar. Debían mantenerlo despierto a toda costa, y cuando intentaba dormirse, le zarandeaban, despertándole y además, aumentando su mareo.

-Por lo visto, parece un golpe con un objeto-dijo Carlos mientras la doctora asintía a su lado.

-Sí, yo diría que lo han atacado-dijo Shu, mirándole.

-Es posible, está desarmado-añadió Chuck-. Yo hablé con él no hace mucho y hablaba perfectamente. Debió ser de camino hacia aquí.

-A lo mejor le han atacado esos locos de afuera-propuso la doctora.

Shu miró a la doctora con cara de asco; después pasó a ser desafiante. La doctora no le aguantó la mirada ni un minuto.

-Yo no lo creo-rebatió la asiática.

-Puede ser un arañazo-dijo Samantha mirando a todos menos a Shu.

-¿Qué más da?-preguntó Carlos, evitando el tema, pues razones tendría.

-Tal vez lo deberíamos tener en cuenta-indagó más aún la inmunóloga-. No lo sé, y es probable que me equivoque, pero el causante de la ira de esa gente puede ser un virus o algún agente infeccioso. Estoy hecha un verdadero lío, de verdad, porque pienso en lo que dijisteis del cadáver mutilado de la caseta, que despertó, enfurecido. Y luego esa gente fuera de sus cabales, muchos magullados y mordidos, por lo que no parecía un animal. Tal vez se contagie por contacto directo con fluidos de los infectados.

-¡No me creo nada!-saltó Shu con furia.

-Está bien, haced lo que queráis.

-Vamos, vamos…-les dijo Chuck justo después de haber zarandeado a Lucas.

-Es po…, posible…-susurró Lucas.

-¡Ha hablado!-gritó Chuck.

Todos se agolparon alrededor del soldado y esperaron que dijera algo. Lucas, que estaba mejorando, miró a su alrededor, viendo las caras impacientes de sus compañeros. Empezó a notar ausencias, empezó a notar golpes de fondo…, empezó a volver a la realidad. Intentó incorporarse por sí solo; pero no lo consiguió. Le ayudaron a ponerse de pie. En ese momento el mareo volvió, aunque se desvaneció rápido. Lucas se tocó la cabeza y volvió a mirarlos a todos.

-La doctora puede que tenga razón. He visto mordeduras en gente herida, aún dentro de sus cabales, las cuales les han llevado finalmente a morir y revivir al poco tiempo convertidos en verdaderas bestias-les dijo, recordando al niño caníbal con parte del cuello devorado. Después, se dejó deslizar por la columna, sentándose de nuevo.

-¿Pero tú estás bien?-le preguntó Carlos, preocupado.

-Perfectamente-le contestó con una sonrisa-. No me han mordido, no me han tocado un pelo, os lo aseguro. Este golpe me lo dio alguien en el hospital.

-¿Cómo que en el hospital?-quiso saber Chuck.

-Sí… Verás, cuando venía hacia aquí, una mujer me alarmó desde el hospital para que la auxiliara. Cuando llegué, la mujer estaba protegiendo a su hijo, que había sido atacado por esos locos. Cuando empezó a cambiar, le intenté reducir a disparos, pero la madre lo evitó. Entonces, algo me golpeó la cabeza… No recuerdo mucho. Cuando me desperté, el niño se había convertido en otra fiera de esas y estaba devorando a su madre por el cuello. Me atacó; pero logré reducirlo. Después me atacó la madre-paró un tiempo-. Salí ileso. Bajé hasta abajo y entonces fue cuando quedé totalmente impresionado. Una ambulancia, conducida por un hombre musulmán pasó a ras mío y se metió en la plaza del pueblo. De repente, aparecieron miles de devoradores de todos los lados rodeando el coche y matando al hombre.

-Cuando dices “miles” exageras, ¿verdad?-preguntó Shu.

-No. Estoy hablando completamente en serio. No los conté, pero entre tantos lograron frenar la ambulancia a gran velocidad-se horrorizó al recordarlo. Los demás estaban experimentando el mismo terror en su piel en ese momento-. Había niños, niñas, mujeres, hombres, y hasta ancianos con una fuerza y rapidez descomunales. Era tremendo…

Se habría hecho el silencio más tenso si no hubiera sido por los insistentes golpes sobre la puerta de algún infectado del exterior. Chuck empezó a moverse de un lado a otro, pensativo y algo inquieto. En ese mismo instante, Carlos empezaba a notar escalofríos por todo el cuerpo, sudoración fría y calor general, por lo que notaba que estaba teniendo un ataque febril. Los arañazos de la pierna le dolían en ese momento mucho más que en el instante cuando fue atacado y empezó a sentir el pánico por todo su cuerpo al pensar que podría hacerse realidad la teoría de la doctora. Se sintió cansado, y rápidamente se sentó al lado de Lucas pasando su malestar desapercibido para los demás.

-¿Cómo estarán las chicas?-le preguntó Carlos.

-Seguro que mejor que nosotros, no hay duda.

-Quien sabe…, tal vez esto haya llegado más allá; incluso a lo mejor, este sea un foco secundario y el primario esté en otro lugar-intentó dar soluciones que a ellos les sonaban a músicas celestiales.

-No lo creo. Si no me equivoco, aquí es donde ha empezado esta mierda, y sea privilegio o no, somos los únicos que podemos hacer algo.

-No lo veo un privilegio, lo veo una putada…-y rieron ambos, disfrutando un poco de la locura del momento-. Joder, Lucas…, en menudo lío nos hemos metido. Recuerdo aquella tarde cuando la vieja del quinto corría detrás con el palo de la escoba-rió.
-Eso sí que era un verdadero lío…-añadió Lucas, mofándose a la vez que recordaba las jugarretas que habían hecho cuando eran adolescentes.

Más lejos, Shu y Chuck hablaban cerca de la puerta, escuchando muy de cerca los sonidos iracundos del infectado que golpeaba el exterior. A pesar de ser unos alaridos coléricos, podían detectar perfectamente que se trataba de Orlando, o lo que quedaba de su persona. Llevaba minutos dando golpes y soltando alaridos sin ton ni son, buscando entrar a toda costa. Su rabia tenía picos máximos, y de vez en cuando, los alaridos eran de mayor intensidad y los golpes eran más seguidos y más fuertes. Shu lloraba desconsolada al oír la bestia en la que se había convertido Orlando, pensando en cómo le vio morir delante de sus narices. Shu le había comentado desde su punto de vista cómo había pasado. Acusaba a la doctora de todo, por haberlo fastidiado en la casa, por haber intentado poner en prueba hipótesis científicas sin pensar el peligro que ello conllevaba. Eso no solucionaba nada; pero así Chuck entendía mejor el enfado de la asiática y a Shu le servía para desahogarse. La doctora, estaba recluida en una esquina, en silencio total, sumida en pensamientos de culpabilidad que le oprimían el pecho, hasta casi dejarle sin respiración.

De repente, Orlando se marchó, dejando así tranquilidad en la sala. Chuck escuchó a través de la puerta. Cuando estuvo seguro de que no había ninguno de los infectados fuera, se dispuso a contar a los demás el plan que había ideado durante la noche, aunque con lo nuevo que Lucas le contó, algo cambió.

-Escuchadme-les dijo mientras se aproximaba al centro del grupo-, estaréis de acuerdo conmigo en que debemos permanecer aquí el menor tiempo posible, ya que si miles de ésos se aproximan, tirarán la puerta en poco tiempo y este lugar será nuestra ratonera. He pensado que nuestra mejor escapatoria será escapar por los bosques de las inmediaciones.

-Imposible, también están allí-comunicó Lucas, que había sido testigo de ello.
Chuck se quedó pensativo.

-No nos queda otra cosa. Es lógico que en el bosque haya menos, ya que no suele vivir gente en el bosque, por ello principalmente estarán en la ciudad. Con las armas que tenemos y la munición que nos quedé lograremos llegar lejos de aquí.
-¿Y luego qué?-preguntó Carlos, que volvía a tener sudoración fría.
-Iremos al centro andando.

-No creo que sea la mejor idea-expuso Shu.

-Lo sé…-dijo Chuck, abrumado-. Entonces uno, yo mismo, me adentraré en la ciudad hasta donde dejamos la URO y os recogeré en la entrada de la ciudad.

Todos se quedaron callados, pensando en lo que el noruego les había propuesto. Era un silencio que denotaba las pocas y obligadas posibilidades que tenían los soldados para tener en cuenta otros planes. Nadie tenía el valor de acceder a la oferta del noruego ya que la integridad de los allí presentes era lo más importante.
-Está bien-dijo Lucas bajo la atenta mirada de los demás-, pero está claro que solo no puedes ir a buscar la URO, yo te acompañaré.

-Muy bien-asintió Chuck-. No nos queda nada mejor, nuestra situación no es nada buena.

-¿Cuándo salimos, entonces?-quiso saber Shu.

Seguidamente, el códec de Chuck empezó a sonar. Chuck, desconcertado cogió la llamada.

-Soy Steve…-susurró el joven ingeniero al otro lado.

-¡Steve!-gritó Chuck. Los demás se sorprendieron y prestaron atención a la conversación.

-¿Dónde estás? ¿Cómo te encuentras?

-No lo sé. Me duele todo-tosió soltando un alarido de dolor-. Creo que caí por algún sitio con uno de esos cabrones-tosió de nuevo.

-¿Te han mordido o arañado?

-No lo sé…, tengo el cuerpo magullado; pero tal vez sea de la caída.

Chuck cerró los ojos lamentándose.

-¿Están cerca?

-No. Desde donde estoy veo un bosque…-paró un tiempo-. Espera, se acercan…-susurró con la voz quebrada. Su respiración estaba acelerada, incluso lloraba.

-Steve no te muevas, ¡no te muevas!-le gritó Chuck.

La llamada se cortó.

-¡Joder!

Todos se quedaron petrificados. Chuck repetía el nombre del joven ingeniero una y otra vez esperando recibir una respuesta de su parte. Los demás esperaban, de igual manera que Steve les contestara, que les diera alguna señal de vida, para saber si así no había sido alcanzado por los caníbales del exterior. No obtuvieron respuesta, es más, el códec no daba señal.

-No podemos dejarle…-dijo Chuck, mientras intentaba calmarse.

-Creo que sé dónde puede estar-les dijo Carlos, que se levantaba de donde estaba sentado. Notó una intensa molestia en la pierna arañada.

-Pues no perdamos el tiempo-se lanzó a decir Lucas.

-¿Dónde puede estar?-preguntó Chuck.

-Chuck, cuando veníamos por la noche hacia la mezquita, Steve fue arrollado por esos cabrones-contó y Chuck asintió, dándole la razón-. Ahí es donde tiene que estar.
-Es muy peligroso-les advirtió Shu.

-Lo sé, de todas formas pensábamos salir, con lo cual estaríamos en las mismas-dijo Carlos, conformándose.

-Yo voy-dijo Lucas.

-Lucas creo que…

-Estoy perfecto, Chuck.

El noruego quedó chafado, por ello asintió y no dijo nada más. Carlos llegó desde detrás y se ofreció a dirigir a Lucas hasta su compañero. Carlos ya se sentía mejor, pero era muy posible que tuviese algo de fiebre, pues tenía un calor insoportable.

-Necesito un arma-pidió Lucas.

-Toma mi fusil-le dijo Chuck, lanzándoselo a las manos.

-Gracias.

-Tiene que ser rápido, ¿está claro?-les dijo Chuck con tono autoritario-. Si no lo encontráis en menos de cinco minutos, volvéis a toda hostia.

Los dos asintieron. Miraron si las armas estaban cargadas, y tras verificarlo, les dieron el aviso de que estaban preparados. Chuck empezó a abrir la puerta de madera muy lentamente, mientras Shu defendía desde detrás y la doctora se ocultaba más aún. El primero que salió fue Carlos, que tras recuperarse de su choque con la luz solar, chequeó la zona rápidamente observando que no había ningún infectado. Asintió a Lucas que aún no había salido, el cual antes de dejar la mezquita miró a sus amigos y les dijo:

-Si no volvemos en cinco minutos, no nos busquéis.

De repente, la puerta de la mezquita se cerró detrás de ellos, dejando a las presas expuestas a los depredadores.

Continúa...

(X) PARTE II: El Principio de l Fin. Apocalipsis.

Aston Fellon

El Cabo Aston Fellon llevaba ya casi diez años en el ejército, y había merecido ese puesto por sus méritos personales. Era un hombre jovial, amigo de sus amigos, inteligente, y en los momentos difíciles era un líder con mayúsculas. Mantenía perfectamente el trabajo y su vida social separados por una gruesa línea. Tenía una familia a la cual adoraba, y un trabajo, al que también adoraba mucho, y eso a veces le costaba separarlo.

Ahora Aston estaba en el gimnasio, haciendo algo de musculación. Era un hombre de treinta y dos años que se cuidaba mucho. Comía sano, hacía ejercicio un par de horas cada día y corría quince minutos de camino de casa al cuartel. Aun así, el paso de la edad le había marcado. Tenía el pelo prácticamente canoso, pero podía evitarlo rapándose, y eso hacía. Era de origen canadiense, y sus rasgos y costumbres le daban una justificación indudable.

Mientras sudaba por todos los lados, haciendo dominadas, se acercaba el Coronel Wallace con semblante más serio de lo normal.

-Cabo Fellon-le dijo Wallace desde el lado-, le necesitamos ahora mismo.
Fellon hizo dos dominadas más y dejó la barra de un salto. Cogió una toalla que tenía al lado, en un banco y se limpió el sudor.

-Dígame, Coronel.

-Debido a los sucesos inexplicables que están sucediendo en Afganistán y a la pérdida de contacto con el Centro Militar Estratégico, hemos decidido movilizar sus soldados rasos hasta la zona.

-Entiendo…-dijo y después bebió agua.

-Ya se ha puesto en alerta a sus soldados, están preparándose.

-Muy bien, Coronel, pero explíqueme con qué nos enfrentamos.

Wallace miró a los lados. Había más gente en el gimnasio, y era un tema secreto que deberían tratar en solitario en otro lugar.

-No es el lugar. Cámbiese y le veo en mi despacho en diez minutos-tras eso, el Coronel se marchó del gimnasio, con esa melodía característica que dejaban los zapatos de marca que llevaba.


Ambos se reunieron al cabo del tiempo estimado en el despacho del Coronel. Fellon sabía perfectamente cómo eran esos temas y sabían perfectamente qué cosas debía preguntar. Por ello, cuando hablaron no se dejó nada en la manga.

-¿De qué estamos hablando exactamente?-preguntó el Cabo.

-Bioterrorismo…-contestó secamente Wallace a la pregunta que le hizo Fellon anteriormente.

-¿De qué tipo?

-No se sabe. Un protocolo NBQ, tal vez.

Fellon rió.

-¿Nos envía sin tener ni idea a qué nos enfrentamos?-dijo con risa sarcástica.

-Lo sabríamos si tuviéramos contacto con Kabul; pero desgraciadamente, carecemos de él.

-Por eso necesitan que vayamos, para ver qué ha pasado en Kabul-el Coronel asintió-. Muy bien, Coronel. Yo le puedo resumir qué ha pasado exactamente en el centro de Kabul-Wallace le miró fijamente-. Ataque bioterrorista, tal vez un virus, una bacteria, radiación…, lo que sea ha caído sobre la gente en Afganistán y…
-Es suficiente, Cabo. Sabe exactamente cuáles son sus funciones aquí, y sobre mi mandato, hará lo que yo le ordené y dejará de dar hipótesis sin coherencia-le gritó Wallace, muy enfadado, que se levantó de su asiento y se inclinó hacia Fellon. Le acercó un tocho de hojas encuadernadas, con una portada en la que destacaba el título: RIESGO BIOLÓGICO. Caso 108923-RBG.

Fellon quedó algo impresionado con la reacción del Coronel. Miró el documento que tenía sobre la mesa y entendió que en esas hojas residía todo lo que se sabía por el momento. Lo cogió pensando que esas hojas de papel contendrían lo que podría ser el mayor horror del ser humano: el arma biológica definitiva. Sin más se levantó y se aproximó a salir de la puerta del despacho; pero antes le dijo:

-Está bien, Coronel Wallace, tendrá la respuesta muy pronto-y cerró tras de sí.


Fellon estaba rabioso, lo que menos quería es poner su vida y la de sus hombres en manos de un peligro desconocido. Irían a Kabul, pero irían preparados. En un protocolo NBQ, los soldados deben estar protegidos hasta los dientes. Llevarían el traje exclusivo para las fuerzas armadas, que consistía en unos ropajes de color verdoso, de un plástico especial, que aísla el cuerpo de cualquier microorganismo, y como segunda barrera, eran trajes con una gruesa capa de espuma, que evita sobretodo el contacto del cuerpo con fluidos. El casco reglamentario era del mismo color que el traje y les cubría la superficie del cráneo. Además, y muy importante, llevaban máscaras anti-gas. Irían armados con una pistola semi-automática, la HK45, y con un rifle HK416. Estarían preparados para cualquier cosa.

Fellon se había preparado y se estaba dirigiendo hacia el hangar, donde sus soldados le estarían esperando. Por el camino se topó con Mark, un soldado amigo suyo, que precisamente había sido elegido para la misión. Cuando llegaron, en el hangar estaba un helicóptero militar de transporte de grandes envergaduras, el CH-53E Super Stallion (literalmente "super semental"). El mastodonte de metal constaba con una tripulación de cinco hombres profesionales: piloto, copiloto, jefe de tripulación/artillero derecho, artillero izquierdo, artillero de cola (tripulación de combate); y con una capacidad para albergar en su interior hasta cincuenta y cinco soldados. En el hangar estaban treinta y cinco soldados más los cinco de la tripulación, y ellos dos, que se acercaban a los demás militares.

El Cabo echó un vistazo general de sus hombres. Todos estaban preparados y decididos. Algunos mantenían el buen humor; en cambio, otros se concentraban y pensaban en la misión, sin pensar en nada más. Cuando Fellon llegó cerca de los soldados, se hizo el silencio. Le saludaron y le miraron.

-Marines, una vez más requieren nuestros buenos servicios-les dijo mirando a todos en una visión general-. No debemos de preocuparnos porque vayamos a un lugar con un posible ataque biológico, es más, debemos sentirnos con muchas más ganas de acabar cuanto antes y quitarnos esta mierda de encima. La misión es sencilla: llegar al centro de Kabul, ver qué ha pasado y volver. Del informe y esos rollos ya me ocupo yo-rieron todos-. Antes de pisar tierra no olviden ponerse la máscara, es muy importante, ¿está claro? Por ahora, eso es todo. Sólo les puedo decir que vayan con dios y demuestren su valía como soldados una vez más.

Todos los de la sala asintieron. Después, se rompió el silencio y todos los militares se fueron introduciendo en el helicóptero. El interior del aparato de transporte era muy amplio. A ambos lados de las paredes tenía una hilera con asientos, con sus correspondientes cinturones. Antes de entrar en el helicóptero, Mark se tomó la libertad de preguntarle a Aston:

-¿Cómo lo ves, amigo?

Aston le miró, con una sonrisa, y tan optimista como siempre le contestó mientras le agarraba del hombro:

-Sabes que siempre lo conseguimos. Nunca lo dudes.

Tras eso, entraron en el helicóptero, se acoplaron en sus asientos, y en unos minutos empezaron a surcar los cielos, rumbo a una misión no tan sencilla.


Continúa...

(IX) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

El hospital

Lucas había estado buscando algún rastro de vida en la planta baja del hospital. No había nadie. Se metió en la pequeña sala de información, donde normalmente los pacientes piden cita para el médico. Rebuscó entre papeles y archivadores alguna pista acerca de lo que estaba sucediendo. Sobre una mesa, un listado corto de pacientes que habían entrado esa noche con los mismos síntomas: dolor agudo de cabeza, fiebre alta, malestar general, dolor abdominal. Por el momento el pronóstico era reservado. Pasó la hoja. Detrás estaba el historial de uno de los enfermos. Era un militar, musulmán, de unos treinta años. Detrás, estaban los historiales de personas civiles que no tenían ninguna relación familiar unos con otros, ni todos los demás con el militar. Al parecer entraron en contacto en la mezquita. Lo demás no era de importancia trascendental. Se guardó los documentos y se dirigió a la planta primera.

El ascensor no funcionaba, no había electricidad. Armado siempre con su pistola, fue subiendo las escaleras pegado a la pared. Era un pequeño habitáculo. Desde él se podía acceder a todas las plantas del hospital, incluida la planta -1, el parking. En realidad el hospital no era muy grande. No tendría ni cien camas, para una ciudad con más de mil habitantes. Eran dos plantas, incluida la planta baja, las que conformaba el complejo hospitalario. Lucas tenía que dirigirse a la primera, donde estaba la mujer musulmana.

Llegó al último escalón. La puerta donde ponía el número “1” estaba cerrada. Se acercó y apoyó la cabeza para escuchar. Después de un tiempo, abrió la puerta. Lo hizo lentamente, pues no sabía si podría haber alguno de esos locos por ahí cerca. Nada más entrar en el pasillo, apuntó hacia todos los lados. Había luz de sobra que entraba por las ventanas para ver con claridad el pasillo; aunque el silencio que reinaba no le tranquilizaba lo más mínimo, más bien crispaba sus nervios. De nuevo se encontró el caos ante sus ojos. Aquí había sido peor. Camillas en medio del pasillo con enfermos muertos. Cuerpos tirados en el suelo, ensangrentados. La mayoría de los cuerpos tenían un disparo en la cabeza; otros tenían cualquier objeto atravesando el cráneo, e incluso algunos tenían miembros amputados.

Lucas pasó minuciosamente al lado de los cadáveres. Los apuntaba, esperando que alguno de ellos le atacara. Pasó por al lado de siete cuerpos sin vida. Después, la escena lo estremeció al completo. La sala de espera era una morgue supervisada sobre la marcha. Había cuerpos, apilados unos sobre otros. Muchos cuerpos estaban inflados con líquidos cadavéricos y apestaban. Otros empezaban a ser devorados por los insectos. Pero entre lo cadáveres había movimiento. Un gemido venía casi desde abajo del todo del montículo de cadáveres. Lucas se acercó tapándose la boca y la nariz y apartó el cuerpo de una serie de cadáveres. El gemido almohadillado era causa de un infectado, aplastado por la decena de cadáveres, de los que intentaba zafarse para cazarle; al mirarle sintió pena. Tenía un brazo fuera y lo movía hacia todos los lados intentado alcanzarlo. Su cara de furia, sus ojos inyectados en sangre, lo hacían parecer más un animal que un ser humano.

No podía disparar, pues podría llamar la atención de más caníbales. Así que colocó de nuevo el cadáver encima y se alejó del infectado, que seguía gimiendo, esta vez, siendo el sonido más lejano y casi insonoro. Continuó por el pasillo. Las paredes, que eran blancas tenían trazados de sangre por todos lados. El suelo tenía charcos de sangre. Era sin duda un escenario inédito, de los que se graban en la mente y se recuerdan cada vez que se abren los ojos.

Su orientación le estaba señalando que muy cerca estaba la habitación donde vio a la mujer. Intentó abrir la primera puerta; pero estaba cerrada. Entonces fue a la siguiente. Se oían voces dentro. Sin más dilación, Lucas abrió la puerta.
Al entrar vio a una mujer que, desesperada, aguantaba unos harapos ensangrentados sobre el cuerpo de un niño, que estaba tendido en la cama. La mujer lloraba, mirando al niño, que estaba bañado en su propia sangre. Tenían un mordisco en el cuello, y estaba muy pálido. Respiraba muy lentamente. Estaba muriendo, y Lucas no tenía dudas. La mujer apenas se inmutó de la presencia del soldado, ya que seguía recitando algo en árabe.

-Señora…

Lucas dejó de apuntar. Se fue acercando. El niño empezó a cambiar el color de la piel, a un tono amarillento, típico de los caníbales del exterior. Seguidamente, vio cómo las piernas empezaban a zarandear a todos los lados. Después, las convulsiones se transmitieron por todo el cuerpo. Seguidamente, el niño, con los ojos fuera de las órbitas, empezó a escupir sangre por a boca. Lucas se apartó hacia atrás. La madre, en cambio, se echó encima del niño, para intentar parar las sacudidas del mismo, recibiendo así, dosis de sangre de su hijo. Le abrazó, llorando, con lo cual sus orificios y mucosas entraron en contacto con el fluido.
-¡Apártese, señora!-gritó Lucas apuntando al niño.

La musulmana, al ver lo que hacía, se puso en medio de la trayectoria, vociferando como loca algo en árabe. Lucas gritaba que se apartara, mientras la señora seguía chillando algo en árabe que el soldado no entendía. Debía matar al niño antes de que se volviera en uno de esos locos. De repente notó uno o dos pasos justo detrás. Después sintió un fuerte impacto a la altura del occipital con un objeto contundente. Irremediablemente, notó que su cuerpo perdía fuerzas, y cayó, casi inconsciente. Le estaban quitando la pistola de la mano, y aún así, no podía evitarlo. La vista estaba nublada, no veía bien. Oía barullo, no palabras coherentes. Sí que distinguió la voz de un hombre que discutía con la mujer. Después un golpe; tal vez la puerta al cerrarse. Más golpes. Lloros. Finalmente, Lucas se desvaneció.

Un tremendo gritó lo despertó de su inconsciencia. La cabeza le daba vueltas, le dolía la parte de la nuca. Los gritos eran de la mujer. “¿Dónde está”, se preguntó Lucas, aturdido. Se agarró la cabeza, intentando así parar el agudo dolor. La mujer estaba llorando, destrozada, postrada sobre la cama, abrazando a su hijo. Lucas se fue incorporando poco a poco. La debilidad lo invadía, y un mareo sobrenatural le revolvía por completo. Abrió y cerró los ojos repetidamente. Miró a la camilla donde estaba la mujer lamentándose mientras abrazaba el cuerpo sin vida de su hijo. Lucas tenía la vista nublada y no distinguía muy bien las formas. Los gritos de dolor de la mujer hacían que la cabeza le estallara.

De repente, un gritó, no de pena si no de dolor físico, le atizó sin complacencia. La cabeza le daba vueltas de nuevo. Ahora oía gemidos, masticación y más gritos de daño. La vista dejó de ser nublada y vio como el niño mordía con saña el cuello y la mejilla de su madre. La madre se sacudía, prácticamente muerta. Lucas se estremeció ya que tenía una bestia muy cerca, y estaba indefenso ante ella. Se fue arrastrando hasta la puerta. La cabeza aún le molestaba. Entonces oyó un cuerpo caer al suelo; después, oyó un alarido increíble para un niño de su edad. Lucas se temió lo peor. Apenas se levantó, el niño saltó desde la camilla hasta él. El infectado se agarró a los hombros mientras acercaba la boca para morderle. Lucas agarraba la barbilla del niño con todas sus fuerzas. Con el otro brazo intentaba apartarse el pequeño cuerpo de encima. Su boca, llena de sangre, y con pedazos de carne humana, soltaba cascadas de sangre que resbalaban por las manos de Lucas. El soldado sentía asco. Le estaban entrando ganas de vomitar.

El niño gemía acercando cada vez más la boca. Lucas, le apartó un poco de sí, y ganando distancia le agarró de la frente con una mano y de la barbilla con la otra, y le retorció el cuello. El niño lanzó un alarido agudo y después murió definitivamente. Lucas se intentó tranquilizar. Se limpió la mano ensangrentada en el pantalón y empezó a vomitar, mezcla del asco y el mareo que tenía.
Entonces pasó lo irremediable. Otro gemido colérico, esta vez de mujer, sonó en la habitación. La madre del niño estaba transformada en un infectado, y se había levantado con hambre. Le miró con los ojos sangrientos y rabiosos, y saltó sobre la camilla, soltando sonidos inentendibles. Medio encorvada le miraba y gemía, todo a la vez. Su respiración era frenética. Lucas miró a todos los lados buscando algo con lo que defenderse. Entonces vio un silla muy cerca. No lo dudó. Justo cuando la mujer saltaba hacia él, cogió la silla con las dos manos y la lanzó con todas sus fuerzas sobre la infectada. Lucas salió algo disparado hacia adelante, cayendo al suelo. En cambio, la silla fue a parar a la mujer, que en pleno salto salió impulsada hacia atrás, saliendo disparada por la ventana de la habitación y cayendo al vacío, junto con los pedazos de cristales.

Lucas reposaba apoyado sobre sus manos, boca bajo, mientras la adrenalina se iba del torrente sanguíneo. La cabeza le daba mil vueltas, y de nuevo empezaba a perder la sintonía muscular. Ya no se podía sostener en esa posición, así que cayó de bruces, desmayado.

Volvía a estar consciente, o eso creía. Lucas estaba aturdido, la cabeza le daba vueltas, y no sabía dónde estaba. Notaba como si sus oídos estuvieran taponados y el dolor de cabeza no cesaba. Entonces reconoció dónde estaba. Estaba ni más ni menos que en su casa, tumbado en su mullido colchón de 1,20 de ancho por 90 de largo. Su espalda reposaba, y por unos momentos se sentía bien. Estaba boca arriba y notaba una presencia a su lado. No se lo podía creer, era su mujer, Ana, que dormía junto a él. Se miró las manos, pensando que podía ser un sueño. No lo parecía en absoluto. Entonces le abrazó por detrás. Pero todo cambió cuando la belleza de su mujer se había convertido en uno de ésos cadáveres vivientes, sedientos de carne humana. Sin apenas reaccionar se lanzó encima y lo empezó a devorar.

Lucas volvió a estar consciente. Esta vez no reposaba sobre un mullido colchón, sino sobre un frió suelo, y justo a su lado estaba el cadáver de un niño, que él mismo había matado con sus propias manos. La cabeza le daba vueltas. En realidad nada había cambiado, es más, las cosas habían empeorado. Se levantó, apoyándose en la pared, sintiéndose como un anciano, débil y con las articulaciones atrofiadas. Miraba la escena de la habitación y le helaban el alma. La camilla llena de sangre, el suelo, y el cadáver del niño con el cuello roto.

Lucas se echó la mano a la cintura buscando la pistola. Entonces recordó algo de lo que le había pasado. Le golpearon por detrás con un objeto. Parecía un hombre ya que escuchó hablar a uno cuando estaba medio inconsciente. También recuerda que el sujeto misterioso le desarmó. Ahora estaba indefenso y totalmente aturdido.

Lucas se adentró en el baño y buscó algo que le pudiera servir de arma contra los infectados. Abrió un armario, y no encontró nada de utilidad más que medicamentos, vendas y pasta de dientes. Registró en cajones y tampoco. Entonces vio un colgador de toallas de aluminio, que arrancó de la pared. Golpeó al aire un par de veces, justificando así la efectividad del arma. Sin dudarlo decidió desaparecer del hospital.

No tardó mucho en bajar hasta la calle. En su camino se topó con unos infectados que salieron a recibirle en el pasillo del primer piso. No tuvo muchos problemas, ya que estaba más cerca de la salida que cerca de ellos. Cuando llegó al exterior, notó un alivio general al sentir el viento le soplaba sobre su piel. Eso le ayudó a sentirse mejor, a asentar la cabeza y el estómago, y por tanto, el alivio generalizado se hizo hasta excitante. Pero pudo disfrutar muy poco tiempo de ese momento de relajación, ya que justo detrás, oyó el rugir de un motor, al parecer de un coche, que se dirigía como loco hacia él. Se tiró hacia un lado y dribló la acometida del demonio de metal. Pudo ver que era una ambulancia conducida por un hombre musulmán de unos treinta años que se correspondía casi al completo con el causante de su dolor de cabeza. El coche sanitario salía desde el parking del hospital, y parecía que la intención era salir de Qandahar la antes posible debido a la velocidad que llevaba.

La ambulancia fue adentrándose en la plaza de la ciudad, donde estaba montado el caos, y montículos de vehículos, apilados unos sobre otros, frenaban su marcha. Además, como de la nada, cientos de infectados salieron ante la llamada del motor del vehículo. Salían de casas, de caminos, de bosques cercanos; no paraban de llegar. Se multiplicaban por minutos, y la ambulancia veía más imposible su huída. Con el vehículo, el hombre pudo llevarse a una veintena de ésos seres al infierno, pero el resto le frenaban la escapada. Cuando se acumularon hasta unos quinientos infectados alrededor del coche, el mastodonte de metal no pudo moverse ni un centímetro. Los infectados saltaron a las ventanillas y empezaron a colarse dentro del vehículo. Sonó el claxon y un disparo en un intento de zafarse de sus asesinos. Tal vez estuviera luchando por vivir… Después dejó de dar señales de vida. Los infectados empujaban la ambulancia hacia ambos lados, intentando derribarla.
Lucas, helado, miraba como los caníbales se iban multiplicando por segundos. Si se metían dentro de esa marabunta, estaban perdidos, absolutamente perdidos. Seguidamente, dejando entretenidos a los infectados, se dirigió hacia la mezquita que no quedaba muy lejos. Fue rodeando la ciudad por detrás, intentando no frecuentar las plazas ni las salidas de la ciudad por donde venían los infectados. El soldado estaba desquiciado ya que no hacía más que oír los alaridos coléricos de las fieras hambrientas, que se alimentaban del musulmán que intentó escapar. Los gritos desde lo más profundo de la laringe, típico de los infectados se extendía por toda la ciudad y por las inmediaciones.

Llegó al último edificio del camino. Se asomó a la esquina y observó si delante de la mezquita había algún infectado. No había nadie. Lentamente, agarrando con consistencia la barra de aluminio que llevaba como arma, fue saliendo de su escondrijo. Cuando llegó a la otra esquina, miró hacia la plaza. Allí seguían los infectados, que habían derribado la ambulancia y estaban rompiendo la puerta, con el fin de entrar a por su presa, aun suponiendo que no quedara nada de ella. Entonces, aprovechando el momento, salió.

La entrada a la mezquita estaba formada por unas escaleras que llevaban hasta la entrada. Allí es dónde tenía que ir. Pero entonces, algo de fuerza mayor le hizo pararse en seco. Había un cuerpo tirado en el suelo, boca bajo. Tenía traje de soldado, el mismo traje que él llevaba. Un charco de sangre reposaba justo debajo del cadáver. Lucas se quedó sin aire, estremecido completamente. Sin dudarlo se acercó.

Al ver el cadáver ensangrentado del soldado distinguió a la primera que se trataba de Orlando. La M4 estaba cogida por su mano derecha, y el rifle estaba colgado a su tronco, como de costumbre. Lucas sintió que se hundía en un vacío enorme. Se echaba la culpa de no poder haberle ayudado, cuando él le salvó la vida hace unas horas. Se arrodilló, con los ojos llorosos, y con rabia dio un puñetazo al suelo. Sumido en pensamientos de rabia e impotencia dejó el lugar y se aproximó a subir las escaleras cuando sintió un alarido justo detrás. Cerró los ojos y sintió escalofríos. Sabía perfectamente quien era. Cerró la barra de aluminio con fuerza entre su mano y se volvió.

Allí estaba Orlando, que escupía sangre por la boca, mientras meneaba la cabeza de un lado a otro, soltando un alarido ensordecedor. Se encorvó, engarrotó las manos y se lanzó a por él. Lucas subió los pocos escalones que le quedaban y cuando llegó a la puerta la golpeó insistentemente.

-¡Abrid, soy Lucas! ¡Abrid!-un alarido sonó muy cercano.

Lucas se volvió, y dribló al que fue su amigo, que se golpeó contra la puerta, dejando un reguero de sangre en la madera. Lucas tanteó el terreno, viendo las posibilidades que tenía de salir ileso.

“Ya no es él, joder, ya no puede ser él”, se repetía, a la vez que le venía a la cabeza la posibilidad de asestarle un golpe contundente.

Cuando Orlando se lanzó por segunda vez, Lucas le golpeó fuertemente en la cara, haciéndole retroceder un poco. Con el impacto salieron gotas de sangre disparadas con sonido viscoso y la barra quedó impregnada del fluido del infectado, medio doblada. De nuevo, Orlando arremetió contra Lucas. Esta vez el madrileño le esquivó echándose a un lado, de manera que Orlando no pudo frenar y cayó rodando por las escaleras. En ese momento, la puerta empezó a abrirse tras de sí. Lucas se acercó a su salvación. Antes de que Orlando se incorporara al completo, Lucas le lanzó el barrote de aluminio, el cual atravesó el hombro derecho del infectado. Eso le hizo perder la estabilidad y cayó de nuevo al suelo.

Tras eso, Lucas se adentró en la mezquita. El fuerte golpe de la puerta cerrando fue lo último que oyó a sus espaldas. Cuando se volvió sintió un gran alivio al ver a parte de sus amigos a salvo, que le sonreían, a pesar de las oscuras jornadas que estaba viviendo.

Continúa...

(VIII) PARTE II: El Principio del Fin. Apocalipsis.

Olor a muerte

La luz del día atravesaba por la ventana e iluminaba la habitación donde estaban. La doctora O´Donell fue la primera que se levantó. Preferiría haberse levantado, ponerse un café y sentarse a ver la televisión. En cambio, miraba por la terraza, aliviada, al no ver a ningún loco.

-Bonito día…-susurró Shu, aún sentada en la cama.

-¡Precioso!-ironizó la inmunóloga-. Parece que se han cansado.

-Ya. Casi no he pegado ojo. Estuvieron horas dando por saco, ¡horas! Pero por fin se cansaron.

Orlando no pudo evitar dormir al son de los alaridos y golpes de los infectados. Shu se acercó y le arrebató su placentero descanso con un fuerte zarandeo.
-Lo siento, pero lo que toca, toca…-le dijo la asiática mientras Orlando la miraba con los ojos fuera de las órbitas.

-La próxima vez se menos burra-le dijo, cabreado.

-Perdona…-se dirigió al mexicano con tono combativo.

Orlando estiró un poco el cuello. La almohada de ropa no había sido muy buen apaño. Se acercó a la terraza y miró al exterior.

-Vía libre. Justo lo que pensaba-dijo, sarcástico.

-Muy bien, tío listo, ahora piensa cómo sacarnos de aquí. Sólo podemos ver lo de la parte de atrás de la casa. Tal vez estén en la puerta, esperándonos-Shu intentó desprestigiar al soldado.

-Es probable que no-sentenció la doctora, cortando una posible discusión-. A mi parecer, esas personas están descontroladas, nos atacan…

-¡Nos quieren comer!-exclamó Orlando.

-Sí, cierto. Aguantan durante horas delante de la presa, aunque no tengan posibilidades de cazarla. No entienden de posibilidades, sólo quieren comer. Deben tener alterada alguna parte del cerebro, tal vez algún núcleo hipotalámico. Sí, es eso. Interesante…-susurró esto último-. Además, debe de haber algún tipo de contacto químico entre ellos, pues no se atacan. Lo más probable es que sea a través de feromonas específicas…

-¿Por olor?-preguntó Shu-. Es posible-pensó a continuación-, no hablan, no se tocan, se chocan sin molestarse…

-Tal vez sea por oírse-sugirió Orlando.

-No lo creo. Aunque imites sus gemidos, seguro que no te harás pasar por uno de ellos-resolvió la asiática.

-Les habéis visto lo mismo que yo, ven, oyen y huelen perfectamente. No están atrofiados-les comentó Orlando, indignado de que le llevasen la contraria.

-Sí, pero es más efectivo un mensajero químico. Es difícil de explicar. Ése es un proceso muy conservado en todas las especies de seres vivos de la tierra, incluso los unicelulares. Estoy muy segura-les miró con semblante serio Samantha-, están continuamente sobreexplotando su olfato. El problema es que nos identifiquen como extraños.

-¡Ya lo hacen; nos atacan!-exclamó Orlando.

-Sí, pero porque nos sienten diferentes en su mismo medio. Cuando estuvimos escondidos por la noche, aquel que se puso al lado no nos llegó a detectar con el olfato. Están aprendiendo-se quedó helada con sus palabras-. El problema es que terminen explotando al máximo la comunicación por feromonas. Nos detectaran a distancia.

-¡Joder!-gritó Shu-. Pues vámonos de aquí, ya.

-De acuerdo, voy a llamar a los demás-y Orlando encendió el códec.
Antes de poder llamar, empezó a sonar. Era Chuck. Las chicas se acercaron para intentar escuchar.

-¡Chuck!-dijo Orlando, emocionado.

Se oyó un suspiro.

-¡Por fin!-sonó la voz almohadillada del noruego-. Pensaba que os había pasado algo. ¿Estáis todos bien?

-Bueno, todos…

-Si lo dices por Lucas, tranquilo, he hablado con él hace poco, está bien.
Lo celebraron al otro lado de la línea. Gemidos de satisfacción inundaron la habitación y también llegaron al auricular.

-Gracias a dios. ¿Dónde estáis vosotros?-preguntó el mexicano.

-A salvo en la mezquita. Debéis venir aquí, estamos Carlos y yo.

-Steve no…

-Así es-contestó Chuck, zanjando el tema de lleno.

Se oyeron palabras de furia de Shu. Orlando aguantó el tipo.

-Iremos para allá. ¿Dónde está?

-Es el edificio más grande, blanco, con ventanas pequeñas y altas, y con una bóveda en el techo. No tardéis.

-No vemos pronto.

Colgaron. Se quedaron en silencio. Shu se quedó perpleja por la pérdida del novato, los demás lo llevaban a su manera. Orlando cogió del hombro a Shu. La miró fijamente, intentando así hacerla volver del shock. Le acarició la mejilla y se alejó un poco. Aunque era una tontería, Shu se tranquilizó.

-Tenemos que salir-les dijo-. Ya habéis oído a Chuck. Samantha, toma-le acercó la Beretta.

La doctora se lo pensó por unos instantes; luego la cogió. Notó el peso del arma, y su alma pesó el doble. ¿Qué estaba haciendo allí? Esa pregunta se la repetía una y otra vez. El laboratorio era su refugio a la soledad. El trabajo de campo nunca le había gustado.

-Apuntar y apretar el gatillo, no tiene más secreto, ¿de acuerdo?-la doctora asintió a la explicación de Orlando.

Entre todos quitaron el armario que estaba en la puerta. Antes de salir, el soldado les dijo:

-Escuchadme bien. Son muchos, por eso, pase lo que pase, seguid adelante, no miréis atrás, no os ayudéis. Lo importante es sobrevivir.

Asintieron, aún sabiendo que hacer eso era muy complicado. Cuando salieron de la habitación, el ambiente parecía normal. No se oía ningún alarido, ni pasos; nada. Fueron investigando todas las habitaciones. No había nadie, ni vivo ni muerto. Bajaron al piso de abajo. Allí el ambiente estaba más alterado. Al parecer, la familia, alertada, dejó la cena y se dispuso a preparar las maletas. Por lo visto, ni cenaron ni terminaron de hacer la maleta, y la comida estaba siendo el festín de moscas y gusanos.

Entonces, vieron cómo uno de los infectados se paseaba por delante de una de las ventanas, con esa peculiar curvatura de la espalda, las manos en copa muy tensas, y con una respiración exacerbada. Ni se movieron, no hicieron ni el más mínimo ruido. Las ventanas estaban rotas, así que podrían entrar con muchísima facilidad.

A la doctora, aunque presa por el terror de los caníbales, le suscitaban cierta excitación por el poder ser la pionera de estudiar su comportamiento tan primitivo. Cuando el infectado se perdió de la visión, la doctora se acercó agachada hasta debajo de la ventana, impulsada por una fuerza de su interior que superó a la más pura lógica. Orlando y Shu le intentaron parar, pero ni podían gritar ni podían andar descaradamente. Alarmados, ya que se acercaba el infectado de nuevo, se escondieron. Orlando se escondió tras unas sillas de madera, y tenía a la vista a la doctora, que respiraba, acelerada, acongojada. No entendía por qué había hecho eso. Alguna explicación tendría. Tal vez se había vuelto loca.

Samantha sabía muy bien lo que estaba haciendo. Pensaba que si podía estudiar “in vivo” ésos seres, podría ganarse ese ansiado Premio Nobel. Tenía claro que la comunicación no era hablada, ni por signos, era por feromonas, por tanto, de manera química. Ahora tenía que demostrarlo empíricamente, es decir, debía demostrar si sabían usar el olfato. Era peligroso, lo sabía, aún así, las ansias de poder recibir el premio le cegaban. Notaba que el infectado se paseó por la ventana hasta tres veces. Cada vez que pasaba, unos escalofríos le arrebataban las ansias de investigación. En los momentos en los cuales el infectado estaba fuera del alcance de su vista, Shu y Orlando le indicaban, insistentes y cabreados que se acercara a ellos. Entonces, el infectado paró frente a la ventana sin cristal. El iracundo musulmán estaba olfateando. Estaba buscando. La doctora notaba excitación, pues su teoría se veía confirmada por momentos. Les olía, les buscaba… Sentó la cabeza y el pánico se apoderó de ella. Les había puesto a todos en peligro. Había arriesgado demasiado. Era demasiado tarde…

El infectado saltó desde el exterior al interior por el hueco de la ventana. Cayó al suelo de bruces. No pasó nada; se levantó y emitió un alarido que casi tira abajo las paredes de la casa.

-¡Joder!-se agitó Orlando.

El infectado solamente se había percatado de la presencia de la doctora. La olió, la reconoció. Sin más dilación se lanzó a por ella. El mexicano, en un intento de salvador salió de su escondite y apuntó con su rifle al infectado. En segundos caía con el cráneo agujereado. En el exterior se acercaban más, al parecer llamados por el alboroto, o tal vez por los alaridos.

-¡Vamos, vamos!-les gritó Orlando-. Shu, protege a la doctora, por tu vida.

Shu asintió y se acercó, muy enfadada a la doctora, que aterrorizada les pedía perdón con la voz quebrada. Shu le agarró del hombro, y con desprecio le incorporó de pie.

-¡Salid!-les ordenó Orlando.

En ese instante dos infectados se colaron por las ventanas. Después les siguieron otro par. Orlando se hizo con su M4 y empezó a disparar. Shu tuvo uno muy cerca, de espaldas. No lo dudó, con su pistola le voló la tapa de los sesos. Seguidamente abrieron la puerta. La imagen les paralizó. Unos veinte infectados se acercaban, gimiendo, coléricos.

Nada más pisar el exterior, Shu y la doctora dieron con dos infectados que pensaban entrar por la ventana. Las vieron y cambiaron de parecer. Shu escondió a la doctora detrás y disparó a uno en la cabeza. El otro recibió una fuerte patada en la cara que le hizo golpearse contra la pared, haciendo que el cráneo se fragmentara. Shu agarró del brazo a la doctora y la obligó a correr.

Orlando seguía dentro, mediando con cuatro infectados. Sabía cuál era el punto débil, pero era difícil apuntar con eficacia cuando se abalanzaban cuatro encima. Abatió a dos. Quedaban dos más. Seguían entrando más. Entonces decidió correr hacia la puerta. En su recorrido golpeó con la culata del arma a dos más, apartándolos del camino. Uno más entraba, alocado, por la puerta. Lo disparó a la cabeza. Cayó al instante al suelo. Le quedaban muy pocos pasos para salir al exterior, pero le perseguían desde todos los lados. Entonces notó que algo le apresaba una pierna. Era un infectado, que no tardó en morderle con todas sus fuerzas, atravesando hasta el tejido del pantalón. El mexicano gritó del dolor, sintiendo los dientes afilados del loco que le mordía. Reaccionó rápido y le disparó a la cabeza, pero fue tarde, ya que otro se le lanzó al cuello y le mordió a la altura de los hombros. Gritó, sufriendo la pérdida del pedazo de carne que le arrebataba el infectado. Estaba perdido. El mundo se le venía encima.

Shu y Samantha corrían perseguidas por unos diez infectados, a los cuales se les fueron sumando otros, que salían de todos los lados. Shu estaba estremecida ya que no oía a Orlando. No podía mirar atrás, cualquier fracción de segundo era decisiva. Entonces vio la mezquita. Se alegró sobremanera; eso significaba que casi estaban a salvo. Su cabeza estaba trabajando el doble: intentaba proteger a la doctora, intentaba que ninguno de ésos chalados se acercaran a más de un metro, y entre tanto, pensó que la puerta estaría cerrada. “Dios, nos cogerán”, pensó. Como pudo llamó a Chuck con su códec.

-¡Abre la puerta! ¡ÁBRELA!-le gritó sin darle tiempo a contestar. Después colgó.

Ya casi llegaban. Veía unas escaleras que ascendían y llegaban hasta la entrada de la mezquita. La puerta seguía cerrada. Casi se desmaya; pero entonces vio como el mastodonte de madera se abría, y un azote de calma le llegó de golpe. Indicó a la doctora que corriera hacia la puerta, mientras, ella se volvió para ayudar a Orlando. Era como si todo fuera a cámara lenta, como una agonía cuando ves que alguien querido se te va sin tu poder hacer nada, era impotencia lo que sintió. Entre la marabunta de seres coléricos que se les iban a echar encima, estaba el cuerpo de Orlando, arrodillado. Estaba herido, y sangraba por el cuello. Sólo pudo ver cómo su cuerpo se derribaba hacia un lado, dejando una cara inexpresiva en un fondo de piel pálida.

Shu, al ver que tenía encima a muchos infectados se vio obligada a dejar la zona. Se adentró en la mezquita casi de un salto y detrás cerró la gruesa puerta de madera, dejando tras de sí las vidas enrabietadas de ésos seres que le habían arrebatado a su amigo, Orlando.

Según entraron, sin saludarlas, Carlos y Chuck atrancaron la puerta con bancos. Shu, colérica, agarró del cuello a la doctora. Sus ojos estaban empapados, y la sangre daba vueltas por su organismo a una velocidad exagerada. Estaba irritada, odiaba a la doctora, deseaba…, deseaba ahogarla. La doctora empezó a sentir que el aire no le llegaba, y por tanto, creyó que Shu no pararía. Intentó liberarse de su captora; pero no pudo.

-¡Shu, basta!-le gritó Carlos sobre los golpes y alaridos del exterior.

Shu miraba la expresión sin aliento de la inmunóloga y no sentía pena. Pensaba en Orlando y apretaba con más fuerza.

-¿Estás contenta, grandísima hijaputa?-bramó Shu directa a su cara.

La doctora intentaba hablar, pero ya apenas respiraba. Shu deseaba ahogarla. No pararía. Entonces Carlos le agarró del hombro, y le dijo:

-Shu, déjala, no compliques más las cosas, por favor, no lo hagas.

Esas palabras parece que llegaron a lo más profundo de Shu, que se fue serenando. Era cierto que las cosas estaban muy mal, y no debían empeorar, por lo menos no por parte de ellos. Soltó a Samantha, que cayó al suelo, casi inconsciente, pero que se fue recuperando al inhalar aire fresco. Tosía y se agarraba el cuello, dolorida, mirando a la asiática con expresión de histeria. Shu se volvió sin mirarla, presionando su yo interior para no volverse y agarrarla de nuevo. Empezó a llorar, desconsolada. Carlos y Chuck se fueron a acercar, y con gesto de enfado les apartó.
-Necesito estar sola-tras eso se perdió en alguna de las esquinas de la mezquita.

Continúa...

NOVEDAD: Crítica de [•REC]²


Para los que tengan muy presente la primera película de REC, que se conciencien pues esta segunda parte la supera con creces. En cada momento de la película se va notando cómo el éxito cosechado de su antecesora ha ayudado a que sea una producción más costeada, y eso se nota en todo: maquillajes muy perfeccionados que huyen de los mediocres de la primera, y una gran variedad de escenarios y efectos especiales increíbles en nuestro cine, el cine español.

La historia inicia por el final de la primera, cuando Ángela es arrastrada hacia la oscuridad por la criatura del ático. Volvemos a la escena de la acción, al vecindario del barrio de Barcelona donde transcurre la primera. La multitud se ha agolpado fuera del edificio, preguntándose qué diablos pasará. Un grupo de élite de los GEOS (en concreto cuatro: Martos, Larra, Rosso-el que graba en primera persona- y el Jefe Fdez.) se adentra en el edificio con el fin de poder atar los cabos sueltos del caso y buscar supervivientes. No lo harán solos, si no que irán acompañados de un sanitario del ministerio, algo misterioso.

El interior del edificio es un auténtico mar de sangre (otra cosa no, en esta parte no falta sangre en absoluto). Los directores no han reparado en absoluto en otorgar de nuevo un ambiente claustrofóbico y asfixiante. Pocos sustos aunque sí los hay, y terror asegurado a raudales. En el ático se muestran nuevos escenarios imprescindibles para el transcurso de la historia, y el edificio muestra viviendas que no se conocieron en la primera película.

No defrauda en cuanto a acción. Armas impresionantes, disparos y alaridos mucho más mejorados que en la primera película nos sumergen en una ambiente de acción que caracteriza a las películas de zombies. Efectos especiales de sobresaliente asociados a disparos a bocajarro a la cabeza (que no faltan en la película). Sin duda, en acción un diez.

Por otra parte, un grupo de jóvenes (dos hermanos-chica y chico- y un amigo de ambos), demasiado curiosos a mi parecer, se adentran en el edificio persiguiendo a un bombero (el compañero de Manu y Álex-los dos bomberos de la primera película-) y al padre de Jennifer, que transporta siempre consigo los antibióticos para su hija (aunque los antibióticos más bien no valen “pa ná”). Los tres jóvenes llevan una cámara de vídeo, y a regañadientes con la chica, terminan entrando en el edificio. Es curioso por donde se adentran… Está muy bien. Ahí lo dejo.


Lo que he valorado más de la película es que, se dan dos historias paralelas, con personajes diferentes, que los directores han sabido mostrarnos conjuntamente, hilándolas sin decepcionar. Los GEOS nos dan distintos puntos de vista. Rosso, el cual graba en primera persona con una cámara de vídeo, pincha las pequeñas cámaras instaladas en los cascos de los otros tres, y así, cuando se separan, la película nos muestra lo que le ocurre a cada uno. Pero la visión principal es para la cámara de Rosso. Un método muy bueno y novedoso que no defrauda.

Tal vez lo que puede defraudar, o bien impresionar (cada cual piensa de una manera), es la manera de explicar lo sucedido. Antes del estreno, se había rumoreado cosas acerca de posesiones demoníacas, lo cual me resultaba mal sonante. Definitivamente, crucifijos y rosarios serán un personaje más en la película y otra manera de frenar la ira de los poseídos o infectados (no sé cómo llamarlos). Sí es cierto que mantienen el contagio por contacto con los fluidos de los infectados, pero se esclarece que todo se inició con la posesión de la niña, Tristana Medeiros. Era una posesión que levantaba en ella una rabia sobrehumana, y los fluidos era un mecanismo de transferencia de posesión para otros cuerpos. En definitiva, y sabiendo cómo se desató todo, la nueva misión de los GEOS será buscar la sangre de la primera poseída, en este caso, la criatura del ático. Sin duda, cuando lo estéis viendo la mente os remontará a la película “El Exorcista”.

Caras conocidas de la primera entrega, infectadas y no infectadas, se incorporan al soberbio reparto de esta segunda parte. Personajes muy bien enmarcados en su papel, sobre todo, destaco el personaje del Jefe, que media siempre calmando la situación, y los tres jóvenes muestran ese lado macarrilla que caracteriza hoy en día a nuestros jóvenes quinceañeros. Todos soberbios en general. Buen reparto.

Finalmente, los directores una vez más dejan las cosas “poco claras” y nos sorprenden con un final inesperado para todos. Es increíble, creerme, a mí en particular me dejó helado. Final abierto me hace pensar la posibilidad de una tercera parte. Ojalá sea así y sean tan buenos profesionales de nuevo.

Mi nota final es de 9 sobre 10, ya que se lo merece, no defrauda, han cumplido con lo que prometieron sobre aclarar enigmas de la primera, y te tiene pegado a la pantalla, aunque acabas mordiéndote las uñas de los nervios.


¡FELICIDADES, MAESTROS!

A los fans del género, en especial, y a todos en general...

Espero que os esté agradando la novela. Me entretiene mucho escribir, y creo que la mejor manera de ver si a uno se le da bien es haciendolo. Por ello, aquí os he puesto a vuestra disposición mi primera novela de terror, donde plasmo mi verdadera satisfacción por los zombies.
La valoración de público es lo más importante a la hora de sacar adelante un proyecto, así que lo dejo en vuestras manos. Espero que colaboreis.

Atentamente, Fer.


Un pequeño GRAN empujón...

Desde Amanecer Zombie, NEO ha tenido la grandiosa idea de hacer una entrada donde incluye a autores independientes, como mi caso y otros amigos (Plaguelanders, es un claro ejemplo), denominado "Especial Relatos Zombies V 1.0". No lo dudéis, entrar y conocer otras historias. Es una ayuda muy importante, una iniciativa que se valora pero mucho.

¡¡Gracias!!

"Sin palabras"

Un estudioso, es más, un profesor de la prestigiosa Universidad de Harvard, el Dr. Steven C. Schlozman de la escuela de Medicina, no duda de que pueda darse en algun momento un Apocalipsis Z.
Enlace: http://trabucle.com/profesor-de-harvard-un-apocalipsis-zombie-podria-ser-posible/