Lucas sentía que estaba perdido en una inmensidad totalmente desconocida. Los gritos iracundos de sus persecutores desde detrás de la puerta, acompañados de los golpes intensos que retumbaban le hacían imaginar que estaba encerrado en una campana. Ante sus ojos se encontraba un gran habitáculo rocoso que servía en parte como almacén de cajas y barriles de contenido desconocido para el soldado. A unos cinco pasos desde donde estaba, empezaba un camino de baldas de madera que continuaban hasta la lejanía y desaparecían tras una puerta maciza de metal que estaba abierta.
Chuck había cargado su revólver y apuntaba a la puerta que estaba siendo atacada por los infectados. Desde atrás, Shu hacía lo mismo. La doctora permanecía paralizada por el pánico junto al doliente Steve. A pesar de que la puerta de entrada parecía firme y segura, la fuerza de cientos de cuerpos sobre la superficie la estaban haciendo temblar. A su vez, la fuerza ejercida estaba empezando a rajar la roca que rodeaba la puerta y piedras de pequeño tamaño empezaron a salir disparadas de las grietas que se estaban abriendo. La tensión estaba inundando el estado anímico de los soldados, los cuales se mantenían temerosos, apuntando a la puerta, sin saber qué más hacer.
Lucas, que intentaba buscar de manera desesperada una salida, comenzó a correr por el camino de baldas. En su camino sintió el alivio de perder por momentos los golpes de los infectados que los buscaban a toda costa. Se dirigía a una puerta metalizada de color amarillo cuyo cierre era con manivela. La pesada y gruesa puerta estaba abierta. Lucas se arrojó contra la puerta entreabierta y sintió un fuerte dolor de huesos en su choque, aunque al final acabó moviéndola. No se dio tiempo a recomponerse y pasó a la sala que le esperaba tras la puerta amarilla.
Nada más adentrarse notó un fuerte golpe en la boca del estómago que le dejó sin respiración por segundos. En esos momentos angustiosos llegó a perder hasta la capacidad de audición, de tal manera que cayó de rodillas agarrándose el estómago. Tenía la boca abierta con la finalidad de captar aire pero le era imposible. Se sentía acalorado, y también sentía que no estaba sólo. Miró a su alrededor con los ojos fuera de sus órbitas y sin poder articular ni un solo sonido tres figuras aparecieron por encima del nivel de su cabeza y le zarandearon. Una de ellas le arreó una patada en las costillas, lo cual le hizo caer al suelo medio inconsciente. Le voltearon y empezaron a inmovilizarle las manos y los pies. Recuperó la respiración, y fue entonces cuando recuperó el dolor en todo el cuerpo. Apenas podía gritar ni prestar atención más que al dolor de costillas que tenía. Tras eso, le voltearon de nuevo y pudo ver que se trataba de soldados israelíes, tapados con máscaras anti-gas. Los tres soldados israelíes salieron de la sala hacia donde estaban sus compañeros. Lucas intentó gritar para advertirles pero cuando lo hizo un pinchazo muy doloroso que lo atravesó le impidió soltar ni una palabra, únicamente exhaló su último aliento.
Los soldados israelíes salieron armados con sus M16 dispuestos a matar a los intrusos que estaban en la sala principal. No sabían perfectamente qué era la causa de los sonidos desde detrás de la puerta, aunque conocido el brote podían imaginarse que se trataba de los infectados. Apuntaron y llevaron el dedo en torno al gatillo. Las figuras que apuntaban a la puerta estaban temblorosas apuntando a la puerta metalizada que soltaba alaridos coléricos nada simpatizantes. Uno de los soldados israelíes lanzó una advertencia en su dialecto, causa que no tardó en alertar a Chuck y a los demás. En ese momento, Chuck y el resto se vieron apuntados por tres fusiles, sujetados por personas que iban vestidas de soldados. La doctora se echó al suelo, exclamando un “no quiero morir”, seguido de lloros y temblores que por poco no provocaron un terremoto. Steve buscó inconscientemente un arma en su cintura y no encontró nada. Miró como el cañón del fusil le daba la bienvenida al otro barrio. Chuck apuntó tensando todos los músculos de su brazo, y lanzando improperios y preguntas que no tenían respuesta. Shu apuntaba con su fusil recorriendo su campo de visión. Estaban en desventaja. Pensaron en Lucas. No le vieron. Se temieron lo peor. Shu le llamó a gritos, deseando obtener una respuesta que fuera seguida de una entrada triunfal de héroe que les salvara del aprieto donde estaban metidos. Para desgracia de todos, no hubo respuesta.
Los soldados israelíes se desplegaron por los laterales sin dejar de apuntarles. Les lanzaban advertencias en tono cada vez más alto y autoritario, y poco a poco se iban acercando. Chuck y Shu apuntaban sin saber qué hacer ni a quién disparar, de hecho si disparaban a uno les coserían a disparos, aunque tal vez, si no disparasen también lo harían. Los soldados israelíes se pararon a unos cinco metros y a la vez que les hablaban en su dialecto les señalaban las armas y luego al suelo.
-¡Quieren que tiremos las armas!-exclamó Shu a Chuck.
-¡Ni lo soñéis, cabrones!
-¡Debemos hacerlo Chuk, joder, es la única solución!
-¡Hazlo tú si quieres, no cuentes conmigo!
Shu dejó de apuntar y se agachó para dejar el arma en el suelo.
-¡Vamos, Shu, no la cagues, te tengo bastante valorada como soldado!-le gritó Chuck sin dejar de apuntar.
Finalmente, Shu dejó el fusil en el suelo y levantó los brazos. Después miró a Chuck con cara de pánico.
-Chuck…, por favor-le suplicó Shu, mientras un soldado se acercaba para coger su M4.
Chuck, nervioso apuntó al soldado que se acercó. Cuando vio que no supuso ningún peligro volvió a apuntarlos a todos sin perderlos de vista. Los soldados insistieron de nuevo gritando sus mandatos y apuntando sobre el noruego los tres a la vez. Chuck notó como se cargaban todos los músculos de su espalda y el antebrazo, y los deseos de apretar el gatillo le iban predominando en la cabeza. Parecía que se había olvidado de los infectados, parecía que por un momento estar siendo apuntado por tres soldados con todas las intenciones de matarlo le daba más paz que estar siendo perseguido por los infectados. Se sentía bien, y eso le recordaba quién era. Su amor por el ejército le había hecho llegar hasta donde había llegado, le había ayudado a ser un buen soldado. Lo excitante que le parecía agarrar su revólver y apuntar a un enemigo no era comparable con una noche en buena compañía; sin duda era mejor. Entonces se percató de la presencia de los infectados y volvió el malestar y la locura que en las últimas horas recorría su mente. Volvió a la realidad. Sintió que no estaba sólo y que sus acciones tal vez perjudicasen a los demás. Frenó la furia interna y dejó el revólver en el suelo. Lo pegó una ligera patada y lo mandó a los pies de uno de los soldados israelíes.
De repente, otros cinco soldados entraron a la sala armados con sus M16 y se acercaron a los otros tres. En poco tiempo, todos estaban amordazados y atados de pies y manos. Fueron guiados de malas maneras por el camino de baldas hasta que atravesaron la puerta amarilla de metal. Uno de los soldados la cerró a cal y canto y giró la manivela hasta que chirrió y no pudo moverse más.
Les dirigieron por unos pasillos estrechos de rocas y abundante humedad sin decir ni una palabra. Hasta que llegaron a una puerta que tenía un dispositivo electrónico a la derecha a una altura media. Uno de los soldados sacó una tarjeta y la pasó por el lector. Un sonido electrónico fue seguido de la apretura de la puerta hacia arriba. Todos pasaron y la puerta se cerró de la misma manera en que había sido abierta.
Continuaron caminando por unos pasillos largos, de paredes y suelo blancos, hasta que el camino terminaba en un enorme hall con gran cantidad de puertas en todas sus paredes. Caminaron por el hall sin apenas pararse a prestar atención y continuaron por otro pasillo estrecho. Torcieron en la primera esquina, dejando de frente el elevador. El camino les llevó hasta lo que parecían las cárceles. Metieron juntas a la doctora y a Shu, y juntos a Steve y a Chuck. Después, les liberaron y se fueron dejándoles a solas en las oscuras y silenciosas celdas del complejo subterráneo.
-Bienvenidos al infierno…-sonó la voz de un hombre desde la penumbra de la esquina de una de las celdas contiguas.
Por su áspera voz denotaba que era un fumador empedernido de cuarenta cigarrillos diarios. Era un varón de edad avanzada, de silueta flácida y poco tonificada, como marcaba la oscuridad de la esquina sobre la que se encontraba. La bombilla que colgaba del húmedo techo no alumbraba más allá de un radio de unos dos metros, con lo que la visión del habitáculo era bastante reducida; de hecho, Chuck y Steve, ambos en la misma celda no alcanzaban a ver a Shu y la doctora Samantha, quienes estaban en la celda de enfrente.
-El infierno ha resurgido sobre la faz de la Tierra y nos está dando de lleno en toda la boca-continuó la silueta, y con esa expresión todos los presentes notaron en su voz un tono oriental muy marcado.
-¡No me digas!-ironizó Chuck en la misma posición en que los soldados israelíes le habían encerrado.
-Podéis imaginaros tan solo un poco qué es lo que está ocurriendo. Pero no sabéis lo que es cargar con parte de la culpa de todo lo que está pasando. Es más, no podéis haceros ni la más mínima idea del pánico que da conocer que no se puede parar de ninguna manera y que en menos de una semana todo el mundo estará padeciendo esto.
-Amigo, tienes que tomarte la medicación-dijo Steve soltando una sinuosa carcajada entre dientes.
-No, espera. ¿Cómo es que conoces todo eso?-quiso saber Shu-. ¿Trabajabas aquí? ¡Cuéntanos todo, por favor, te lo suplico!
La silueta empezó a temblar bajo la penumbra que la cubría. Poco a poco fue imperando una carcajada que incomodó al resto de los encarcelados. La carcajada acabó pues el hombre empezó a toser desde lo más profundo de su pecho. Tras reposar del dolor de pecho que la tos le provocó, habló por fin:
-En otra situación te pediría algo a cambio, ahora sé que no hará falta nada material con lo que contábamos antes. Créanme, solamente nos queda una cosa: huir. Todo empezó hace un año aproximadamente…
Continúa...
Chuck había cargado su revólver y apuntaba a la puerta que estaba siendo atacada por los infectados. Desde atrás, Shu hacía lo mismo. La doctora permanecía paralizada por el pánico junto al doliente Steve. A pesar de que la puerta de entrada parecía firme y segura, la fuerza de cientos de cuerpos sobre la superficie la estaban haciendo temblar. A su vez, la fuerza ejercida estaba empezando a rajar la roca que rodeaba la puerta y piedras de pequeño tamaño empezaron a salir disparadas de las grietas que se estaban abriendo. La tensión estaba inundando el estado anímico de los soldados, los cuales se mantenían temerosos, apuntando a la puerta, sin saber qué más hacer.
Lucas, que intentaba buscar de manera desesperada una salida, comenzó a correr por el camino de baldas. En su camino sintió el alivio de perder por momentos los golpes de los infectados que los buscaban a toda costa. Se dirigía a una puerta metalizada de color amarillo cuyo cierre era con manivela. La pesada y gruesa puerta estaba abierta. Lucas se arrojó contra la puerta entreabierta y sintió un fuerte dolor de huesos en su choque, aunque al final acabó moviéndola. No se dio tiempo a recomponerse y pasó a la sala que le esperaba tras la puerta amarilla.
Nada más adentrarse notó un fuerte golpe en la boca del estómago que le dejó sin respiración por segundos. En esos momentos angustiosos llegó a perder hasta la capacidad de audición, de tal manera que cayó de rodillas agarrándose el estómago. Tenía la boca abierta con la finalidad de captar aire pero le era imposible. Se sentía acalorado, y también sentía que no estaba sólo. Miró a su alrededor con los ojos fuera de sus órbitas y sin poder articular ni un solo sonido tres figuras aparecieron por encima del nivel de su cabeza y le zarandearon. Una de ellas le arreó una patada en las costillas, lo cual le hizo caer al suelo medio inconsciente. Le voltearon y empezaron a inmovilizarle las manos y los pies. Recuperó la respiración, y fue entonces cuando recuperó el dolor en todo el cuerpo. Apenas podía gritar ni prestar atención más que al dolor de costillas que tenía. Tras eso, le voltearon de nuevo y pudo ver que se trataba de soldados israelíes, tapados con máscaras anti-gas. Los tres soldados israelíes salieron de la sala hacia donde estaban sus compañeros. Lucas intentó gritar para advertirles pero cuando lo hizo un pinchazo muy doloroso que lo atravesó le impidió soltar ni una palabra, únicamente exhaló su último aliento.
Los soldados israelíes salieron armados con sus M16 dispuestos a matar a los intrusos que estaban en la sala principal. No sabían perfectamente qué era la causa de los sonidos desde detrás de la puerta, aunque conocido el brote podían imaginarse que se trataba de los infectados. Apuntaron y llevaron el dedo en torno al gatillo. Las figuras que apuntaban a la puerta estaban temblorosas apuntando a la puerta metalizada que soltaba alaridos coléricos nada simpatizantes. Uno de los soldados israelíes lanzó una advertencia en su dialecto, causa que no tardó en alertar a Chuck y a los demás. En ese momento, Chuck y el resto se vieron apuntados por tres fusiles, sujetados por personas que iban vestidas de soldados. La doctora se echó al suelo, exclamando un “no quiero morir”, seguido de lloros y temblores que por poco no provocaron un terremoto. Steve buscó inconscientemente un arma en su cintura y no encontró nada. Miró como el cañón del fusil le daba la bienvenida al otro barrio. Chuck apuntó tensando todos los músculos de su brazo, y lanzando improperios y preguntas que no tenían respuesta. Shu apuntaba con su fusil recorriendo su campo de visión. Estaban en desventaja. Pensaron en Lucas. No le vieron. Se temieron lo peor. Shu le llamó a gritos, deseando obtener una respuesta que fuera seguida de una entrada triunfal de héroe que les salvara del aprieto donde estaban metidos. Para desgracia de todos, no hubo respuesta.
Los soldados israelíes se desplegaron por los laterales sin dejar de apuntarles. Les lanzaban advertencias en tono cada vez más alto y autoritario, y poco a poco se iban acercando. Chuck y Shu apuntaban sin saber qué hacer ni a quién disparar, de hecho si disparaban a uno les coserían a disparos, aunque tal vez, si no disparasen también lo harían. Los soldados israelíes se pararon a unos cinco metros y a la vez que les hablaban en su dialecto les señalaban las armas y luego al suelo.
-¡Quieren que tiremos las armas!-exclamó Shu a Chuck.
-¡Ni lo soñéis, cabrones!
-¡Debemos hacerlo Chuk, joder, es la única solución!
-¡Hazlo tú si quieres, no cuentes conmigo!
Shu dejó de apuntar y se agachó para dejar el arma en el suelo.
-¡Vamos, Shu, no la cagues, te tengo bastante valorada como soldado!-le gritó Chuck sin dejar de apuntar.
Finalmente, Shu dejó el fusil en el suelo y levantó los brazos. Después miró a Chuck con cara de pánico.
-Chuck…, por favor-le suplicó Shu, mientras un soldado se acercaba para coger su M4.
Chuck, nervioso apuntó al soldado que se acercó. Cuando vio que no supuso ningún peligro volvió a apuntarlos a todos sin perderlos de vista. Los soldados insistieron de nuevo gritando sus mandatos y apuntando sobre el noruego los tres a la vez. Chuck notó como se cargaban todos los músculos de su espalda y el antebrazo, y los deseos de apretar el gatillo le iban predominando en la cabeza. Parecía que se había olvidado de los infectados, parecía que por un momento estar siendo apuntado por tres soldados con todas las intenciones de matarlo le daba más paz que estar siendo perseguido por los infectados. Se sentía bien, y eso le recordaba quién era. Su amor por el ejército le había hecho llegar hasta donde había llegado, le había ayudado a ser un buen soldado. Lo excitante que le parecía agarrar su revólver y apuntar a un enemigo no era comparable con una noche en buena compañía; sin duda era mejor. Entonces se percató de la presencia de los infectados y volvió el malestar y la locura que en las últimas horas recorría su mente. Volvió a la realidad. Sintió que no estaba sólo y que sus acciones tal vez perjudicasen a los demás. Frenó la furia interna y dejó el revólver en el suelo. Lo pegó una ligera patada y lo mandó a los pies de uno de los soldados israelíes.
De repente, otros cinco soldados entraron a la sala armados con sus M16 y se acercaron a los otros tres. En poco tiempo, todos estaban amordazados y atados de pies y manos. Fueron guiados de malas maneras por el camino de baldas hasta que atravesaron la puerta amarilla de metal. Uno de los soldados la cerró a cal y canto y giró la manivela hasta que chirrió y no pudo moverse más.
Les dirigieron por unos pasillos estrechos de rocas y abundante humedad sin decir ni una palabra. Hasta que llegaron a una puerta que tenía un dispositivo electrónico a la derecha a una altura media. Uno de los soldados sacó una tarjeta y la pasó por el lector. Un sonido electrónico fue seguido de la apretura de la puerta hacia arriba. Todos pasaron y la puerta se cerró de la misma manera en que había sido abierta.
Continuaron caminando por unos pasillos largos, de paredes y suelo blancos, hasta que el camino terminaba en un enorme hall con gran cantidad de puertas en todas sus paredes. Caminaron por el hall sin apenas pararse a prestar atención y continuaron por otro pasillo estrecho. Torcieron en la primera esquina, dejando de frente el elevador. El camino les llevó hasta lo que parecían las cárceles. Metieron juntas a la doctora y a Shu, y juntos a Steve y a Chuck. Después, les liberaron y se fueron dejándoles a solas en las oscuras y silenciosas celdas del complejo subterráneo.
-Bienvenidos al infierno…-sonó la voz de un hombre desde la penumbra de la esquina de una de las celdas contiguas.
Por su áspera voz denotaba que era un fumador empedernido de cuarenta cigarrillos diarios. Era un varón de edad avanzada, de silueta flácida y poco tonificada, como marcaba la oscuridad de la esquina sobre la que se encontraba. La bombilla que colgaba del húmedo techo no alumbraba más allá de un radio de unos dos metros, con lo que la visión del habitáculo era bastante reducida; de hecho, Chuck y Steve, ambos en la misma celda no alcanzaban a ver a Shu y la doctora Samantha, quienes estaban en la celda de enfrente.
-El infierno ha resurgido sobre la faz de la Tierra y nos está dando de lleno en toda la boca-continuó la silueta, y con esa expresión todos los presentes notaron en su voz un tono oriental muy marcado.
-¡No me digas!-ironizó Chuck en la misma posición en que los soldados israelíes le habían encerrado.
-Podéis imaginaros tan solo un poco qué es lo que está ocurriendo. Pero no sabéis lo que es cargar con parte de la culpa de todo lo que está pasando. Es más, no podéis haceros ni la más mínima idea del pánico que da conocer que no se puede parar de ninguna manera y que en menos de una semana todo el mundo estará padeciendo esto.
-Amigo, tienes que tomarte la medicación-dijo Steve soltando una sinuosa carcajada entre dientes.
-No, espera. ¿Cómo es que conoces todo eso?-quiso saber Shu-. ¿Trabajabas aquí? ¡Cuéntanos todo, por favor, te lo suplico!
La silueta empezó a temblar bajo la penumbra que la cubría. Poco a poco fue imperando una carcajada que incomodó al resto de los encarcelados. La carcajada acabó pues el hombre empezó a toser desde lo más profundo de su pecho. Tras reposar del dolor de pecho que la tos le provocó, habló por fin:
-En otra situación te pediría algo a cambio, ahora sé que no hará falta nada material con lo que contábamos antes. Créanme, solamente nos queda una cosa: huir. Todo empezó hace un año aproximadamente…
Continúa...